Alberto Rodríguez Serrano, la luz de un artista sensible
El pintor acoge en su obra una técnica tradicional y otra innovadora, con la que lanza mensajes de forma «más rotunda y potente»
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El toro es tan imponente como sereno. Es un animal con presencia, de semblante reflexivo, y con un interior repleto de bravura y valentía. El toro no es únicamente Tauromaquia, pues va mucho más allá: se trata de una especie carismática y atractiva, tan bella como decidida en cuanto a sus instintos. Y en este sentido se identifica la obra del artista Alberto Rodríguez Serrano: «Muchos toros los pinto como una especie de autorretrato, principalmente con las manos y con algún toque de espátula. Me identifico con ellos por su impronta, esa sensación de enfrentarme a nuevos proyectos, de arrancar hacia un nuevo objetivo, de comerse el mundo», explica a este diario. En su obra, el artista busca, persigue y encuentra un equilibrio entre lo sentimental y lo racional, entre lo impulsivo y lo meditado. Una visceralidad que no solo se refleja en sus toros, sino que «intento que esté en todos mis cuadros, siempre partiendo de un mensaje que quiero contar».
La pintura de Rodríguez Serrano parte de la vivencia propia, de la existencia y la experiencia. La técnica, apunta, «es secundaria, es una herramienta más», y asienta su trabajo en dos grandes pilares. Por un lado, «la pintura tradicional, que es el acrílico, el óleo, donde pinto toros, tangos, flamencas... una serie de referentes dispares». Asegura el joven artista, de 34 años, que se trata de una pintura más estática, que a veces no le ofrece las posibilidades que sus ambiciones comunicativas necesitan. «Dentro de mí hay muchas cosas que quiero contar que son complejas, sobre todo cuando se habla de emociones», continúa, «entonces, la técnica tradicional se me quedaba corta, y desarrollé una serie de obras que llegan al espectador de una manera más rotunda, más potente». Esta obra está basada en la luminiscencia, que «es la que se ve a través de luces ultravioletas. Me permite crear un espectáculo en mis pinturas, salgo de lo estático para apelar a la experiencia». Lo ejemplifica con «La muerte no es el final» (obra que se incluye a lo largo del artículo). Esta pintura la creó en 2021, con acrílico, óleo y pintura luminiscente. El espectador es testigo de los cambios en la propia obra según las luces disminuyen, apareciendo figuras que no se perciben a simple vista, y que impactan y erizan la piel. «Se crea un ambiente mágico. Mi obra la han visto futbolistas, militares, religiosos, ateos, diseñadores... y podría decir que el 80% salen emocionados, y a lo mejor el 40% llorando. Eso es porque la pintura la percibo como algo ecuménico. No cuento mi película, sino mensajes que todos sentimos, puros, simples y eternos», resume el artista.
La pintura de Rodríguez Serrano, que ha viajado por los cinco continentes, se podría concebir, por tanto, como un primer beso. «Cuando besas por primera vez, no lo piensas. Hay una energía tremendamente poderosa, y después la cabeza la materializa en ideas, a través de la razón. Eso es lo que intento con mis cuadros, que tengan ese toque enérgico y sensible, que tengan un mensaje. Por eso no acepto encargos, porque es necesario conocer para crear». Reivindica la sensibilidad como un aspecto positivo del ser humano: «Apenas nos preguntamos qué es lo que nos hace sufrir. La parte más difícil es comprender lo que sentimos. No es una debilidad, la sensibilidad bien gestionada es una fortaleza enorme, porque, cuando te descubres, nada puede herirte».
El pasado abril, Rodríguez Serrano presentaba en la Casa de Vacas de Madrid «Ars Gratia Artis», una exposición que contó con la presentación de la Baronesa Carmen Thyssen-Bornemisza. Si bien actualmente se encuentra en plena fase creativa –«mi mayor proyecto actual es recuperar energías y crear obra de calidad», confiesa–, no deja de prestar atención al mundo del arte. «No tengo representante o una galería que me respalde. Esos espacios tienen una labor fabulosa, pero prefiero buscar mi propio camino, sin depender de terceros», explica. Y es esa impronta ambiciosa y autosuficiente la que le ha llevado nada menos que ante el Papa Francisco, a quien entregó, en 2017, un cuadro que representaba a su madre, «Pietà». Un proyecto de vida que, por tanto, no conoce límites, y que para el artista no ha hecho más que empezar. No existen para él impedimentos, sino obstáculos que saltar. Se trata de coger, por tanto, al toro por los cuernos.