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Objetos universales

El pomander, entre el lujo y la superstición

Nacido como amuleto contra la peste, se convirtió entre los siglos XVI y XVII en una joya de prestigio aristocrático que revela antiguas creencias médicas

retrato anónimo de dama con poma de olor (detalle) (c. 1560–1565, Pourbus). X

Si se observan con atención los retratos de aristócratas europeos de finales de la Edad Media y sobre todo durante la Edad Moderna se descubrirá que muchos de ellos, desde Isabel I de Inglaterra a mujeres que para nosotros son desconocidas, como la retratada por Pieter Jansz a mediados el siglo XVI portan un curioso objeto redondo. En ocasiones la joya pende del cuello y descansa sobre el pecho como en el retrato de Isabel de Inglaterra, en otras ocasiones el objeto aparece en la mano de su propietaria o simplemente cuelga de cinturones sin que sea un complemento de los mismos. Este curioso objeto entre la moda y la superstición era el pomander, cuyo nombre deriva del francés «pomme d’ambre», «pomandre», manzana de ámbar haciendo referencia a su forma esférica: una especie de vasija perforada y cerrada que contenía plantas aromáticas y esencias que podía ser de diferentes materiales según el periodo. Las sustancias más utilizadas como eran el ámbar, almizcle, clavo, benjuí, para purificar el aire y proteger del mal olor, muy frecuente en las ciudades de la edad moderna, o de enfermedades contagiosas, según la teoría de los miasmas popularizada después de la epidemia de peste de 1348.

Mientras que normalmente se pensaba que los malos olores emanaban de los cuerpos putrefactos u objetos orgánicos en descomposición, la peste dio forma a la opinión popular de que lo maloliente podía ser, per se, la causa de la enfermedad. Ya en 1348, según la opinión de los médicos, se atribuía al aire infectado la transmisión de la peste. Esto perfiló el remedio de inmediato, es decir, la fumigación. Inicialmente, se purificaba el aire dentro de las casas quemando plantas aromáticas para purificar el aire. Así las hojas de laurel, enebro, orégano, ajenjo, ruda, magarza y aloes, junto con clavo, romero y espliego, entraban en la composición de este complejo profiláctico, que al ser quemado, garantizaría la protección de la enfermedad. Aunque la fumigación era más fácil en el interior de los edificios, rápidamente se dieron cuenta de que muy pocos podían permanecer aislados en sus hogares. Esto dio lugar a la búsqueda de fumigantes portátiles. Así, John de Burgundy, un médico de Lieja (1365) recomendaba que cuando se circulase entre el público había que llevar «una bola aromática» o poma. El trabajo artesanal que suponía su elaboración, ya que se trataba de una bola calada que permitiera la emanación de las esencias con facilidad, junto con la obtención y formulación de las resinas aromáticas, colocaron a la poma en manos de los ricos.

De profiláctico a símbolo de estatus

Con la primera epidemia tocando a su fin, lo que comenzó como profiláctico se convirtió en un símbolo de estatus. La poma fue embellecida y fabricada en oro y plata sustituyéndose la función profiláctica por la de la preservación de los tejidos de lana contra la polilla, pero fuera de los armarios se convirtió en un objeto de lujo que ni las leyes suntuarias podían eliminar. La práctica ya estaba asentada y toda aristócrata que se preciase debía llevar su poma desde Madrid a Viena. Los retratos se multiplican en los siglos XVI y XVII siendo en todos los casos una joya aristocrática. Ana de Austria, hija de Felipe III y Margarita de Austria, madre de Luis XIV, porta un broche con una poma de olor en el retrato realizado por Rubens en 1625 (Museo del Louvre). En la corte de los Austrias algunos niños de frágil salud aparecen retratados portando un pomander y otros amuletos para proteger su fragilidad, como es el caso de la infanta Margarita Francisca, hija de Felipe III, pintada en 1611 por Santiago Morán con 1 año de edad. El bebé aparece con el traje de la época y con una gran cantidad de dijes y amuletos para protegerla de los malos espíritus por lo que porta un sonajero y una campanilla; una garra de tejón forrada en plata, una castaña un relicario y una poma de azabache, como elementos protectores de enfermedades.

Estos objetos y la fama de sus poderes curativos permanecieron en la corte y en tiempos de Felipe IV (1621-1665). Velázquez retratará al príncipe Felipe Próspero, hijo el monarca y de Mariana de Austria, de frágil salud, con los mismos amuletos en 1559, muriendo el príncipe al año siguiente con tan sólo cuatro años. La hermana del príncipe fallecido Margarita portaba también un aromatizador de oro colgando de su mano en el retrato atribuido a Francisco Ruiz de la Iglesia en 1665, la misma niña que había sido pintada por Velázquez en las Meninas en 1656 con un objeto redondo en porcelana, como rosa de pecho decorada, prendido en su vestido. Entre los años 1656-1665 vuelve de nuevo la peste a Europa, que se une la difusión de prácticas profilácticas como supersticiones.

En la epidemia prevalecían las antiguas teorías de los malos olores, subiendo las pomas y las hierbas aromáticas de precio. Esto condujo naturalmente a lo que llamamos efecto Rólex, es decir, una proliferación de pomas falsificadas, y formas de rejuvenecer las antiguas usando almizcle que pregonaban los charlatanes y falsos médicos. La superstición y sus usos llegaron hasta la época de Goya quien en 1799 en el aguafuerte La Rollona recoge la práctica de los dijes y las pomas aromáticas en niños que mantienen su superstición aun cuando ya son barbados.