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Asalto a la fábrica de Octubre Rojo

Los encarnizados combates por los complejos fabriles de Stalingrado serán uno de los episodios más icónicos de la batalla
larazon

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Era la 1.00 de la madrugada del 23 de octubre de 1942, grupos de soldados alemanes se desplazaban, silenciosos, hacia los barrancos que iban a desembocar en la orilla en la que Stalingrado iba a morir, casi literalmente, en el Volga.
Era la 1.00 de la madrugada del 23 de octubre de 1942, grupos de soldados alemanes se desplazaban, silenciosos, hacia los barrancos que iban a desembocar en la orilla en la que Stalingrado iba a morir, casi literalmente, en el Volga. Tras ellos avanzaban pequeños grupos de Panzer, dispuestos para apoyar a los granaderos con su fuego, o para demoler cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino. Entre las explosiones y la metralla la noche dio paso al amanecer, cayó la primera línea soviética, situada bajo una hilera de vagones ferroviarios, los atacantes siguieron adelante y el fuego de apoyo se desvió hacia el extremo este del objetivo, la fábrica metalúrgica Krasnyi Oktiabr («Octubre Rojo»), uno de los lugares míticos de la ciudad asediada. «La cuña de penetración por la derecha se adentró en la factoría, en el área de las plantas 5 y 5a, y para las 13.30 había llegado al centro [...]. A continuación tuvo lugar la bien conocida crisis de la batalla. No hubo más informes», relató un oficial de transmisiones de la 79.ª División de Infantería alemana.
En aquellos últimos días de octubre, la ciudad de Stalin parecía a punto de caer, por fin, en manos de los alemanes, que llevaban casi dos meses intentando hacerse con ella. Sin embargo, el Ejército Rojo había medido muy bien sus recursos y el 62.º Ejército soviético, casi siempre al borde de la asfixia, férreamente dirigido por el general Vasilii Ivánovich Chuikov, seguía agarrado a una estrecha franja de terreno donde cada noche desembarcaban las tropas de refuerzo y dejaban su sitio en barcazas y transbordadores a las camillas. Unos entraban en el infierno, otros aún tenían que cruzar el cauce bajo los bombardeos y llegar a los hospitales de campaña para salir de él. Finalmente llegó el aviso de que las tropas asaltantes habían conseguido cruzar la fábrica, pero en aquel laberinto de ruinas, explosiones y paredes a medio caer. ¿Tenía sentido? «Solo elementos del 2.º Batallón (5.ª y 7.ª compañías) han conseguido culminar este esfuerzo supremo [...] y ahora están en el Volga», continúa el oficial alemán.
Nueve horas de combate
Sin embargo, las bajas, tras nueve horas de combate, han sido excesivas. Ya no hay hombres para volver a atacar, cubrir los flancos, acabar con los núcleos de resistencia que han quedado atrás. Es como batallar en medio de la melaza, todo es denso, el enemigo, atrincherado en un taller, en el fondo de una balka entorpece cualquier maniobra. Llegar al río es un triunfo para los oficiales, pero en modo alguno un alivio para los soldados. A última hora del día, de hecho, la planta número 10 seguía ocupada por lo más granado de la infantería soviética, dos regimientos pertenecientes a la 39.ª División de la Guardia del general de Brigada Gurev. Aún iban a ser necesarios más combates, durísimos, a una distancia tan corta que los enemigos podían oírse respirar, antes de despejar el objetivo casi por completo.
En Stalingrado, sin embargo, todo parece ilusión. La victoria del 23 se reabsorbe, de alguna manera se difumina, y al día siguiente el oficial alemán vuelve a escribir «tampoco en este día se alcanzaron los objetivos designados, a pesar del poderoso fuego de apoyo. No obstante, el frente en el extremo oriental de la factoría resistió contra todos los intentos soviéticos de romper y adentrarse en el interior». El panorama sigue siendo terrible: edificio ocupados y perdidos, compartidos a muerte por soldados de ambos bandos o cercados por unos u otros en un abrazo en el que es casi imposible saber quién está estrangulando a quien. Y entonces sucede lo inesperado, en medio del caos, el parte de guerra informa desde Berlín de que Krasnyi Oktiabr ha caído. Si la sorpresa de los oficiales que acaban de mandar a sus hombres a la muerte es absoluta, no digamos la de los soldados que se ven acometidos por enemigos siguen apareciendo, tal vez por arte de magia, en medio de un lugar conquistado.
La batalla durará días. Así, el 31 de noviembre sigue la pugna, los soviéticos reconquistan las plantas 10 y 4, aunque enseguida son expulsados de la primera. Esta guerra a pequeña escala, esta «Rattenkrieg» como la llamaron los soldados alemanes, aún va a durar casi tres semanas, hasta que el Ejército Rojo lance su ofensiva en la estepa, que cercará al Sexto Ejército alemán dentro de la ciudad maldita y será el inicio de una nueva fase de sufrimiento, pero esa es otra historia.
Para saber más
«Armagedón en Stalingrado»
Desperta Ferro Ediciones
928 páginas,
29,95€

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