A la búsqueda en España del país de Nunca Jamás
Leyendas, escritos y cuentos localizan este paraíso más allá de las columnas de Hércules, concentrándose en las Islas Canarias una de las más potentes teorías
Madrid Creada:
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«Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío». Así dice Don Quijote en su famoso discurso a los cabreros, recogiendo un viejo tópico de la mitología, la religión y la literatura clásicas, que es el de la áurea y feliz edad. Ya el poeta griego Hesíodo enuncia que los seres humanos de antaño fueron mejores, más justos y felices en un mundo sin violencia e injusticia. También los poetas latinos desde Virgilio a Ovidio y Horacio, evocaron aquel paraíso –que también recuerda al Edén bíblico o el Satya yuga del hinduismo– en el que no había propiedad privada ni derramamiento de sangre, y seres humanos y animales vivían en paz y armonía.
Pero ese lugar idílico, ya desde la religión antigua, no sólo encarnó ser una época primordial y benéfica, como una suerte de paraíso original, sino que pronto se desplazó hacia un más allá utópico que se guardaba para las almas de los justos y de los héroes bienaventurados. Ya Hesíodo y Pindaro apuntan a unas islas maravillosas para los felices: también hay otros nombres fantásticos, como los campos Elíseos, para este lugar. A veces es un más allá posmortem y otras veces es una isla o un país de nunca jamás. En la antigüedad el tema transitará hacia la literatura de viajes utópicos a islas felices, como la de Yambulo, y tendrá inusitado éxito por su uso con matices políticos. Gobernantes de todo signo, desde Pisístrato en Atenas hasta Augusto en Roma, usaron el tópico de la edad de oro como una suerte de programa propagandístico de restauración del pasado justo feliz y maravilloso.
Pero a nosotros, que seguimos los pasos, el mapa imaginario de la geografía mítica de España, nos llama poderosamente la atención el hecho de que, en muy numerosas ocasiones, el emplazamiento geográfico de este lugar maravilloso, de esta tierra de promisión, donde no hay que trabajar para vivir, hay eternas justicia y paz y una abundancia exuberante de bienes, está precisamente localizado en la Península Ibérica; tantas veces concebida como la tierra de poniente, la península es el lugar donde se acaba el mundo, el Finisterrae, las columnas de Hércules, el paso al más allá utópico, por no hablar de las islas de los bienaventurados que tantos viajeros identificaron con las Canarias. Hay muchas islas que aparecen y desaparecen en torno a la península, desde Cádiz, a las Canarias, desde Galicia, al extremo de Portugal: islas muy diversas como la de Borondón o la Isla Brasil, que también están pobladas de maravillas y quedan destinadas a los justos. Muchos textos han querido localizar este paraíso más allá de las columnas de Hércules sobre todo en el medievo, cuando este mito grecorromano (desde Hesíodo a Platón) se funde con los relatos sobre la isla mágica de los celtas -Avalón, la isla de Borondón…- y se busca con preferencia en nuestra península. Además, el tema se cristianiza en el Medievo, con san Brandán y la búsqueda de la isla santa «donde estuvo Adán y donde Dios permitía a sus santos vivir después de la muerte».
El asunto también aparece en el folklore de los cuentos maravillosos, que se cruzan en el medievo con esta localización en España: es el país de Cucaña o de Jauja, donde corren ríos de leche y vino y hay jamones colgados de los árboles y paredes de pastel, como lo pinta Brueghel el Viejo en 1567 (Alte Pinakothek, Munich). Jauja y Cucaña se supone que estaban situados en algún lugar de la península ibérica, al oeste de España o acaso en Portugal, cuando no pasan enseguida a la América recién descubierta. Los cuentos no solo populares sino también literarias recogerán el motivo de este paraíso áureo en País de las Maravillas de Carrol, el de Nunca Jamás de Barrie o en el bosque de Lothlórien de Tolkien. Sobre las Islas Afortunadas, que aparecen y desaparecen, es célebre la identificación mítica y popular con las Canarias, las islas utópicas por excelencia en la mitología hispana, con la leyenda de la isla que aparece y desaparece entre La Palma, La Gomera y El Hierro. Conque, si hubiera que localizarlo en un mapa, la mayoría de las fuentes antiguas y medievales que se preguntan dónde está ese paraíso terrenal apuntan sin duda a la geografía mítica de España.