Viajes
¿En quién se basó Cervantes para crear a Don Quijote?
Sobredosis cervantina en Argamasilla de Alba: esta bonita localidad ciudadrealeña abre sus encantos, para mostrar al visitante los entresijos que hicieron de base en la novela más conocida de nuestro país
No creo que haya ningún escritor, por vanidoso que sea este, que sepa con total seguridad que su novela trascenderá en los cinco siglos siguientes o incluso más, que mientras escribía las líneas de su obra maestra calculara con precisión envidiable los millones de ejemplares que se venderían por todo el globo. Por muy ingenioso que sea el escritor, por muy ingeniosa que le parezca su creación hidalga. Así supongo que Miguel de Cervantes no imaginaba el impacto que su Quijote tendría no ya en la España cambiante de los Austrias, sino en el mundo entero, hasta nuestros días.
Redactó las líneas iniciales de su ficción sin sospechar siquiera que su obra sería revisada y analizada por centenares de expertos y, ya fuera por temor a posibles represalias o por los malos recuerdos de su encierro o por simple inspiración poética, asentó una primera frase sin querer especificar a los lectores qué pueblo o villa había visto nacer a Don Alonso Quijano. Las teorías se ramifican: unos aseguran que se trató de Montiel, localidad que aparece mencionada repetidas veces en la obra; otros señalan a Argamasilla de Alba por razones diversas y consistentes. Y hasta Argamasilla hemos querido venir para comprobar la veracidad de los rumores, para preguntar a sus paredes más viejas y a los altares de sus iglesias si es cierto que aquí se engendró la figura del hidalgo soñador.
A cal y canto
Don Miguel de Cervantes era un creador. Una mente despierta, capaz de atisbar más allá de los abismos escondidos a las personas ordinarias, un alfarero de ideas cuyas herramientas eran los ojos, los pensamientos y nada más que la mano derecha. Por esta razón no debería extrañarnos que no se tratara de un ciudadano ejemplar, era capaz de cometer sus propias travesuras. Se desconoce la razón que le llevó a tan incómodo destino pero está escrito que fue enterrado durante un puñado de meses en la Casa de Medrano, en Argamasilla.
Unos dirán que se debió a motivos fiscales, ya que trabajó temporalmente como recaudador de impuestos y pudo habérsele resbalado la mano dentro del cofre de monedas; otros indican que la causa fue un piropo inadecuado a la sobrina de don Rodrigo Pacheco, un hidalgo castellano de mente débil y mezquina. En cualquier caso, el aprisionamiento se llevó a cabo, encerrándosele a cal y canto en una pequeña cueva de piedra pintada con cal blanca. Se dice que fue aquí, con una banqueta por silla y un pedazo de madera por escritorio, donde escribió las primeras e intrigantes líneas de su obra maestra.
Visitar la Cueva de Medrano, también conocida como la Cueva de Cervantes, embarga al visitante con un aroma a épica despechada. Resulta sencillo sentir los cosquilleos de la imaginación en la pequeña estancia, los ojos pueden entrecerrarse para imaginarla en penumbra, con nada más que una vela torcida que iluminaba los papeles del condenado. Es lugar de peregrinación para hispanófilos, escritores, artistas de todo pelaje, nostálgicos y curiosos, se trata de una meca particular para los quijotescos aventureros que recorren nuestro país en el siglo XXI. Lo explica con palabras el dramaturgo Juan Eugenio Hartzenbusch: “En aquél tenebroso encierro, en aquél angustiado cofre de cal y canto, concibió la fecunda mente de Cervantes la idea vastísima, triste alguna vez, regocijada casi siempre, de su Don Quijote”.
¿Don Rodrigo o don Alonso?
Uno de los alicientes que empujan a pensar que Argamasilla se trató del lugar de nacimiento del Quijote viene dado con la figura de don Rodrigo Pacheco. El mismo que pudo haber encerrado a Cervantes por su inoportuna galantería. Haría falta salir de la Casa de Medrano, girar aquí una esquina, acullá otra, y presentarse en la Iglesia de San Juan Bautista, en la Plaza de España (en uno de los bolardos de la plaza queda constancia de mi visita, se ve algo coloreado de blanco después de que abollara con él la puerta de mi desafortunado coche).
Este bonito templo del siglo XVI se levanta como un recuerdo a los años piadosos de Argamasilla, dos torres poderosas ocupan un puesto de vigía, y un retablo decorado para la Virgen, Jesucristo y los Santos aporta una tonalidad dorada a las paredes circundantes. Pero haría falta buscar la Capilla de la Casa Pacheco, a la izquierda del altar mayor, para encontrar la huella que nos ayude a descifrar el misterio. Se trata de un cuadro exvoto, donado por el ya conocido don Rodrigo a la Iglesia. En él se representan los personajes de la Virgen de la Caridad de Illescas, el Niño Jesús en sus brazos, San José y el evangelista San Mateo. A los pies oran piadosamente una dama y un caballero (que se supone don Rodrigo).
La apariencia del caballero es cuanto menos sospechosa: ojos azules y brillantes, perilla ocultando su cuello, largos bigotes y nariz afilada. Tan parecido al personaje del Quijote que casi creemos estar viéndole en los instantes de oración anteriores a su entrega a la locura. Pero hay más, viene al pie del cuadro la siguiente inscripción: “Apareció nuestra Señora a este caballero estando malo de una enfermedad gravísima desamparado de los médicos víspera de San Mateo año 1601, encomendándose a esta Señora y prometiéndole una lámpara de plata, llamándola día y noche de un gran dolor que tenía en el celebro de una gran frialdad que se le cuajo dentro”. ¿Será el caballero del cuadro nuestro amigo don Rodrigo Pacheco, medio chalado y soñador? ¿Será la figura de Alonso Quijano una astuta venganza cervantina por el encierro en la Casa de Medrano?
Aunque investigaciones recientes teorizan que la figura del Quijote estuvo inspirada en Francisco de Acuña, un procurador de El Toboso que vestía viejas armaduras para espantar a los indeseados, lo más probable es que el boceto inicial de Alonso Quijano, los huesos que conformaron su figura, fueran los mismos que sostenían la frágil mente de Rodrigo Pacheco.
Actividades de interés
Las actividades culturales en Argamasilla de Alba funcionan como las setas en el campo. Cada época del año conlleva sus manjares. A finales de mayo se celebra un mercadillo cervantino de cita obligada para los entusiastas de su prosa. Aquí venden los vecinos de la localidad productos locales, decorados como lo estarían en los siglos XVI y XVII y vistiendo ropas propias de la época. Es divertido, sabroso y aporta a la visita un toque irresistible de historia literaria.
A principios de junio se lleva a cabo la representación “El Quijote en la Calle” a cargo del Tiquitoc Teatro. En la Plaza Alonso Quijano, porque no podría ser en otro lugar, se vienen celebrando desde el año 2000 representaciones de diversos pasajes de la archiconocida novela. Permite descubrir desde una nueva mirada las demenciales aventuras del hidalgo y Sancho Panza, poniendo ante los ojos una nueva cortina que sustituirá a las palabras escritas: son las representaciones teatrales, imagen, sonido y color, desenvueltas por mediación de los valiosos dramaturgos que pululan en nuestro país.
El último eslabón en esta orgiástica cadena de imaginación e historia posee un aspecto más sólido que los anteriores. En el Castillo de Peñarroya, una importante fortaleza que perteneció durante siglos a la Orden de San Juan, se celebran en Semana Santa las Jornadas Medievales. Una aproximación a los delicados años anteriores a Cervantes, cuando castellanos, aragoneses, musulmanes y bandidos batallaban entre sí con la habitualidad con que cruzan las nubes el cielo. Solo haría falta rematar la visita de manera parecida al Quijote con los odres de vino, sin vacilar, en La Antigua Restaurante & bar y saboreando su delicioso cordero o alguno de sus arroces.
Sin que falte el vino, por supuesto. Cuando sirvan las copas deberemos exclamar, casi como una oración, al igual que hizo el hidalgo en su peculiar combate contra el gigante: “¡Tente, ladrón, malandrín, follón, que aquí te tengo y no te ha de valer tu cimitarra!”. Solo para acabar con la botella y sentirnos victoriosos.
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