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Biografía

Canción triste de Benny Hill

Deprimido, inseguro y tacaño, este humorista, inconcebible en el siglo XXI, terminó sus días solo y amargado

Canción triste de Benny Hill
Canción triste de Benny Hilllarazon

Deprimido, inseguro y tacaño, este humorista inconcebible en el siglo XXI, terminó sus días solo y amargado.

Cuando Benny Hill empezó a hacer programas de televisión el mundo era bien diferente. Por supuesto que la tecnología era otra, pero más extraños eran los valores y el sentido del humor. Benny perseguía a mujeres en lencería y daba collejas a tipos feos con la imagen acelerada como si hubieran tragado un bote de anfetaminas. Si quieren probar a presenciarlo de nuevo, en YouTube hay clips de esta comedia machista e inocente, pero sobre todo tontorrona que, de emitirse hoy en día, le habría costado alguna crucifixión. Pues bien, Benny Hill murió rico y solo, deprimido y triste. Y no, no se libró del todo del sexismo que rezumaba su programa.

El popular actor (no es una forma de hablar: lo era en más de 100 países, por supuesto el nuestro) fue hallado muerto a los 68 años, sentado en su sillón, tal y como lo encontró la policía, con la televisión encendida. Era el 25 de abril de 1992 y llevaba cinco días desaparecido. Su amigo y productor Denis Kirkland llevaba tiempo llamándole, preocupado por su estado emocional. Tal y como revela el libro “True Confessions of a Shameless Gossip” que acaba de aparecer en Inglaterra, Hill llegó al final de su vida alanceado por inseguridades en torno a su físico y su valía y agobiado por una obsesión con el dinero.

Era millonario, pero no concebía la posibilidad de comprarse un coche o su propia vivienda. Y tampoco estaba por la labor de pagar un taxi para ir a trabajar a los estudios de la BBC y después a los de Thames Televisión: iba caminando. Vestía la misma ropa hasta que se hacía jirones y pegaba nuevas tapas a sus zapatos astrados en lugar de comprarse unos nuevos. Sólo compraba los productos de oferta del supermercado. Dicen que llegó a ganar la astronómica cifra de siete millones de libras esterlinas que se repartieron sus sobrinos a los que no frecuentaba demasiado.

El periodista Craig Bennet ha recogido las confidencias de la actriz australiana Sarah Kemp, amiga íntima del cómico, que relata cómo éste se sentía inseguro ante las mujeres, a las que perseguía como un ridículo depredador en la ficción. En contra de su imagen supersexual, en la vida práctica Hill se veía a si mismo feo y desagradable. Su relación con las mujeres fue siempre incómoda. Alfie, pues ese era su poco estimulante nombre real, solía enamorarse de mujeres que no jugaban su liga. Una y otra vez era, por tanto rechazado, aunque parece ser que hubo dos grandes desencantos: Doris Deal primero le abandonó cuando él rechazó casarse y después la actriz Anette André le devolvió la moneda del karma cuando éste se propuso para ir al altar. Parece ser que su comportamiento, a veces esquivo con las mujeres y a veces valiéndose de su posición de dominio, fue siempre disfuncional.

Desde niño, mostró talento para ser el payaso de la clase. A los 6 años ya sacaba calderilla con canciones para los veraneantes de Southampton, donde nació. Ya en su adolescencia, dejó la escuela y se dedicó al teatro en Londres aunque sobrevivía como repartidor de leche. Dicen que el día de su debut en las tablas se presentó borracho al estreno y tuvo que ser sustituido. Sin embargo, el director fue informado por el resto del elenco de la calidad del show de Hill entre bambalinas y decidió darle otra oportunidad. Tampoco es que aquello le cambiara la vida, y además llegó la segunda Guerra Mundial, donde, cómo no, encontró su papel entreteniendo a las tropas, donde era más efectivo que detrás de un fusil. Al terminar la guerra, aprovechó su oportunidad en los musicales londinenses y agarró la primera oportunidad en la BBC. El resto de su éxito picante con salsa de bofetadas es historia.

El contenido de su programa por supuesto que le trajo problemas. Le despidieron de Thames Television con el argumento de que sus comedias “eran el tipo de programa sexista que había que desterrar”. Y comenzó la época oscura, en la que, tal y como cuenta su biógrafo, pasaba los días viendo las cintas de sus propios shows, cancelados tres años antes. Y de todo aquello queda poco legado si exceptuamos esa maravillosa sintonía inicial. Mr. Bean y sin duda los Monty Python hicieron un trabajo más perdurable de humor más absurdo que británico. Su tacañería era legendaria y se extendió el rumor de que se hizo enterrar con una fortuna en joyas puestas. Quienes profanaron su tumba en 1992 se dieron cuenta de que nada era lo que parecía en la vida y muerte de Benny Hill.