Jim Jarmusch: un zombi en el Festival de Cannes
Un apacible pueblo estadounidense que sufre la invasión de una horda de zombies inaugura la 72ª edición del Certamen.
Un apacible pueblo estadounidense que sufre la invasión de una horda de zombies inaugura la 72ª edición del Certamen.
¿Qué mejor lugar que la Croissette para dar un paseo con un zombi? Brazos suspendidos buscando un autógrafo, periodistas haciendo cola hambrientos de carne fresca, estrellas maquilladas con un rictus pálido... «The Dead Don’t Die», la película resucitada de Jim Jarmusch, inauguraba la 72ª edición del Festival de Cannes reventándonos la cabeza con el mensaje que George A. Romero pintó en la pared del centro comercial de «Zombi», allá por 1978. Esto es, todos somos zombis consumistas, cuando nos levantamos de la tumba pensamos en nuestros móviles y en nuestras Nintendos, el mundo está tocando a su fin. Ni los muertos son lo que eran: como este festival, son pura tautología, una canción country utilizada como eterno «ritornello» diabólico.
Suponemos que Thierry Frémaux vio en «The Dead Don’t Die» esa dimensión híbrida entre cine de autor y de género que tan bien queda para abrir el telón de la sección oficial. Es lógico, pues, que la ceremonia de inauguración y el pase del filme se difundieran simultáneamente en seiscientas salas repartidas por toda Francia. Tal vez, eso sí, sobrevaloró la fuerza comercial de Jarmusch, que ha visitado Cannes en más de diez ocasiones: aunque tiene mucho más potencial que «Solo los amantes sobreviven», su aventura vampírica, y cuenta con un reparto de lujo –Bill Murray, Adam Driver, Chloe Sevigny, Steve Buscemi... todos en pequeños papeles, como en el viejo cine de catástrofes–, la película es solo una simpática trivialidad, y no aporta absolutamente nada al cine de muertos vivientes. Dudamos mucho de que el mexicano Alejandro González Iñárritu –acompañado en el jurado por, entre otros, la directora Kelly Reichardt, la actriz Elle Fanning, y los cineastas Yorgos Lanthimos y Pawl Pawikowski– le diera el visto bueno.
Estamos, por supuesto, en la América que ignora el cambio climático, que considera cualquier alerta científica como «fake news», que quiere hacer al país no más grande sino más blanco. El «fracking» polar ha cambiado los ritmos circadianos, ha parado los relojes, ha hecho del día noche y viceversa, y ha despertado a los muertos. Ocurre en un pueblo que se llama Centerville pero podría llamarse Twin Peaks, con su galería de personajes extravagantes –en especial la dueña de una funeraria, escocesa y samurái, interpretada por Tilda Swinton– y sus policías amables, pero Jarmusch, que no es Lynch, es demasiado hierático para que la película funcione como cine de terror puro o como abierta parodia. He aquí entonces la repetición como génesis del gag, pero también como puerta oculta a la autoconsciencia de los personajes como habitantes de una ficción apocalíptica (como si fuera una versión cordial de «En la boca del miedo»); he aquí una extrema coralidad que nunca acaba de funcionar, porque los secundarios apenas tienen carisma; he aquí un humor que no cuaja, no hay ninguna situación memorable.
Cuando, en su tramo final, se pone explícita, y utiliza al personaje de Tom Waits, el sabio vagabundo, para hacer evidente el desencanto, metafísico más que político, que el mito del zombi suscita en Jarmusch, no sabemos si la película está exagerando sus homenajes a la falta de sutileza del cine de Romero o si está subrayando en fosforito lo que el público tiene que aprender de esta fábula moral. Lo único destacable de este mensaje es la alusión al «Moby Dick» de Melville, como si aquella novela de olas escarpadas fuera, en realidad, un cuento sobre el fin del mundo, y «The Dead Don’t Die»su adaptación más humilde.