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Estreno
Crítica de "Jurassic World: el renacer" ★★★ 1/2
Dirección: Gareth Edwards. Guion: David Koepp. Intérpretes: Scarlett Johansson, Jonathan Bailey, Mahershala Ali, Rupert Friend. Estados Unidos, 2025. Duración: 134 minutos. Fantástico.

¿Cómo llamamos a los nuevos capítulos de algunas de las franquicias más célebres de las últimas décadas? Difícil saber si son secuelas o remakes. En teoría, tratan de llevar su universo iconográfico y narrativo un paso más adelante, de hacerlo evolucionar, pero, en la práctica, cultivan un retorno de lo mismo que provoca un efecto ‘dejà vu’ que estalla ante tus ojos. Hay algo de regresivo, incluso diríamos que nostálgico, en “Jurassic World: El renacer”. Así las cosas, el “renacimiento” del título tiene que ver no solo con una vuelta a los orígenes -otra vez con David Koepp, guionista de “Parque jurásico” y “El mundo perdido”, en la escritura-, y con ella un homenaje a Spielberg, su padre creativo -la primera parte en alta mar funciona como un cariñoso recuerdo a “Tiburón”, que ahora cumple medio siglo-, sino también a aquellas películas de dinosaurios que popularizó la Hammer a finales de los sesenta, como “Cuando los dinosaurios dominaron la tierra”, con guionistas tan ilustres como J.G. Ballard.
El artífice de ese “renacimiento” es Gareth Edwards, que tiene en su haber títulos como las notables “Monsters” y “Godzilla”, especializadas en que la acción de sus criaturas se despliegue con la suficiente visibilidad en pantalla para que su presencia tome cuerpo, exista más allá de lo digital, sin que esa presencia opaque a los personajes. En ese sentido, el éxito de la fórmula está en saber equilibrar lo humano y lo imposible, y lo cierto es que “Jurassic World: El Renacer” lo logra: nunca ofrece menos de lo que promete, aunque lo que prometa no subvierta expectativas.
El escenario es distópico, claro. Hace años que los dinosaurios escaparon de su cautiverio, pero el único lugar donde pueden sobrevivir en condiciones climáticas óptimas es en la zona ecuatorial, formando un ecosistema que ningún humano puede visitar a riesgo de convertirse en casual tentempié para los monstruos. Como todas las superproducciones de Hollywood, la película demoniza la avaricia de las grandes corporaciones -en esta ocasión, los gigantes farmacéuticos- aunque esta se proteja en el bien común -conseguir una cura para las enfermedades cardíacas-. El guion se centra en dos grupos humanos, perdidos en la frondosa réplica de una isla prehistórica, y duplica, de forma harto astuta, los peligros y amenazas que tienen que superar.
Hay en esa estructura coral bipolar, que alterna espacios e idiosincrasias, un cierto espíritu de aventura hawksiana, que invoca la camaradería entre el científico (un encantador Jonathan Bailey) y los mercenarios por un lado, y la familia disfuncional por otro, con un sentido de la maravilla que recupera algo del toque Spielberg (véase la escena de los dinosaurios enamorados en la pradera). Koepp siente la necesidad de humanizar a sus personajes -la secuencia, un tanto ortopédica, en la que Scarlett Johansson y Mahershala Ali confiesan sus traumas- pero nunca se olvida de que estamos aquí por el espectáculo. De hecho, este “Jurassic World” es tal vez el más generoso festival de dinosaurios a este lado del planeta, o de la franquicia, después de las películas de Spielberg. Es una feliz idea que los mercenarios tengan que sacar muestras de sangre de las especies que dominan tierra, mar y aire, como si así la película abarcara todos los elementos que la naturaleza concede para la aventura.
Edwards mantiene el pulso de la narración siendo consciente de sus limitaciones. No se trata, pues, de innovar, aunque los mososaurios, que pueden recordarnos vagamente a los megalodones, ofrecen una apasionante carrera entre rocas escarpadas, y los pterodáctilos propician una escena de tensión que el Hitchcock más ornitológico habría aplaudido con placer. Es, sí, una película hecha desde el placer atolondrado del cine ‘mainstream’ que aún cree que es posible hacer cine espectáculo sin mayores pretensiones. Existe, por supuesto, la coartada del cambio climático, del respeto por el equilibrio ecológico de la naturaleza, pero prevalece la grandeza de ese nuevo cine de atracciones que no se avergüenza de su epidérmica majestuosidad.
Lo mejor:
El arranque acuático, con homenaje a “Tiburón” incluido, es estupendo.
Lo peor:
La escena confesional, de tono dramático, entre Scarlett Johansson y Mahershala Ali.
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