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Entrevista

La catedrática que machacó a Boris Johnson: "No entiendo la locura por el estoicismo, es puro cliché"

Mary Beard, archiconocida historiadora británica, se lamenta de que ganara el Brexit "gracias a un montón de basura"

Mary Beard, escritora y académica inglesa especializada en estudios clásicos.
Mary Beard, escritora y académica inglesa especializada en estudios clásicosDavid JarLa Razón

En 2016, Mary Beard (Much Wenlock, 1955) se enfrentó al ex primer ministro británico Boris Johnson en un debate a cara de perro. A ella le tocó defender Roma, él estaba en el banquillo de Grecia y aún se relame de gusto cuando cuenta cómo le hizo morder el polvo. Ese mismo año, esta experta clasicista recibió el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. Difícil saber cuál de los dos logros le hizo más ilusión, tal es la pasión que Beard le pone a todo lo que le pasa por delante. Recibe a LA RAZÓN en la sede de la Institución Libre de Enseñanza poco antes de ofrecer una charla con Antonio Muñoz Molina. Tiene un catarro tremendo, pero no se le nota. Esta mujer parece estar siempre de buen humor.

¿De qué forma nos puede ayudar conocer el pasado para gestionar lo que nos toca?

No hay lecciones directas. No puedes mirar a la Grecia o Roma clásicas para saber lo que debemos hacer, hay problemas diferentes y somos distintos. Pero es verdad que nos ayuda a hacernos las preguntas adecuadas y a obtener mejores respuestas. Es como si nos agudizara la conciencia y nos diera otra perspectiva. El mundo clásico nos ha legado muchas maneras de pensar, pero no todas.

Sexismo, racismo... muchas de aquellas lacras las tenemos igual.

Creo que ayuda mucho conocer el origen de esos problemas. Cuando hablo con chavales de instituto, muchos creen que el machismo, por ejemplo, es una lacra moderna, del siglo XXI. No se plantean que siempre hemos dado vueltas sobre las desigualdades, pero no desde hace 20 años, ¡desde hace 2.000! Es bueno ver que no somos los primeros, entender de dónde viene. Sirve para saber que hay buscar otras vías, no culpables.

Nos encanta pensarnos como herederos directos del mundo clásico, ignorando otras influencias enormes.

Es que nuestra propia visión de dónde venimos es tremendamente complicada. No hay una sola respuesta adecuada. Una de las mejores cosas de trabajar en esto es poder decirle a la gente que nuestras raíces no son exclusivamente Grecia y Roma. Aquí en España, por ejemplo, sería absurdo decir que la cultura occidental es heredera solo del mundo clásico. O en Reino Unido. El papel del cristianismo es mayúsculo. Pero si no conoces bien esa parte de la historia, puedes caer en un uso indebido. El ejemplo perfecto fue la famosa frase del presidente Kennedy en mitad de la Guerra Fría. Aquel «Ich ein berliner» (Soy berlinés) que trataba de ser una evocación del «Civis romanus sum» (Soy ciudadano romano) de Cicerón y del concepto de ciudadanía. En realidad, Cicerón estaba citando las palabras de un ciudadano romano que estaba siendo crucificado de forma injusta mientras intentaba apelar a sus derechos. No es una declaración triunfal ni mucho menos. Es una llamada de atención desesperada.

No era un mundo ideal, desde luego.

Algunos derechos básicos que relacionamos con aquella época no fueron aplicados. Ha habido múltiples usos de la democracia de Atenas para justificar campañas políticas de transformación radical en Occidente desde el siglo XIX, extensión de derechos de sufragio en Reino Unido, etc. Y eso que ni las mujeres ni los esclavos estaban incluidos. Se puede admirar al mundo clásico y, al mismo tiempo, cuestionarlo. Hay cosas que han sido útiles porque han enmarcado hitos importantes, pero también es bueno ver sus defectos y dificultades. Aquellos ideales nunca se cumplieron.

Hablando de idealismos, ¿qué le parece esta nueva obsesión por la filosofía estoica? ¿Tiene algún sentido?

Me parece alucinante, es un misterio total. El estoicismo es fatalista. La gente compra en masa «Las meditaciones de Marco Aurelio», ha vendido millones. Siempre que publico algo, Marco Aurelio está muy por encima de mí en las listas de ventas. Las he leído, claro, y la gran mayoría son un cliché absoluto. Es como un manual moderno de autoayuda, con cosas como «Piensa lo que vas a hacer hoy».

Ja, ja.

De verdad que no entiendo qué es lo que aporta a los lectores. Bill Clinton decía que siempre tenía un ejemplar en su mesilla de noche. ¿Cómo es posible que le sirva de algo a un presidente de EE UU? He pensado mucho sobre ello y hay quien dice que el estoicismo se asocia con la derecha y su forma de entender la vida, que legitima los postulados de los blancos supremacistas. No sé si es verdad. Prefiero creer que hay algo en ese mensaje que solemos subestimar de la Antigüedad. Y es el asombro de que podamos tener en nuestras manos un texto que un emperador romano escribió hace 2.000 años y que podamos conectar con un tipo que se sentó en el trono del Palatino. Es una pasada auténtica. Es el mismo sentimiento cuando llevas a alguien a Pompeya y le enseñas una cuna en la que murió un bebé tras la erupción. Es algo más ingenuo, en plan ¿cómo es posible que estemos vinculados aún con esa gente que vivió hace tanto tiempo? Los expertos en el mundo clásico suelen lamentarse de lo que se ha perdido por el camino, que apenas nos ha llegado nada escrito por mujeres o esclavos. Y es verdad, la visión que tenemos es parcial, pero se nos olvida lo que sí se conserva. Aunque sean clichés de Marco Aurelio.

¿Dónde arranca su pasión por Grecia y Roma? ¿Hubo un «momento eureka»?

Totalmente. Con cinco años mi madre me llevó a Londres a ver el Museo Británico, a una edad en la que estaba más interesada por Egipto que por Grecia y Roma. Fuimos a ver las momias, luego la sala del «día a día» de los egipcios. En esa época, el año 1960, los museos no estaban preparados para los niños, claro. Muchos de los expositores eran inaccesibles para mí, estaban en alto. Mi madre se fijó en un trozo de pan o de pastel carbonizado de hacía 3.500 años y llamó mi atención. Yo, obviamente, quería verlo y mi madre trató de auparme hasta que llegó un hombre y nos preguntó qué queríamos ver. Se sacó unas llaves del bolsillo y abrió la urna. Cogió el trozo y me lo ofreció. Fue un momento increíble. El pasado era una caja que se podía abrir y tú también podías abrirla para otros.

Usted habla mucho de cómo el pasado se puede cambiar desde el presente.

Es que no existe realmente o, si lo hace, es de una forma muy, muy particular. Siempre es un constructo, así que lo cambiamos y debemos hacerlo. Yo suelo decir que tenemos que conversar con nuestro pasado, de eso va la cosa. Relacionarnos con lo que fuimos. Pero hay que tener claro que no nos habla, nosotros ocupamos los dos lados del diálogo. Somos quienes le damos voz.

¿Cómo se vive tras el Brexit?

(Mary resopla durante 9 segundos antes de responder)

Ufff. La emoción mayor es la vergüenza. ¿Cómo se le puede explicar esto a alguien? El escarnio viene sobre todo porque los argumentos que se presentaron para salir de la UE eran falsos. Si hubiera existido un debate real, me habría sentido triste con el resultado, pero habría sido una decisión informada. Todo resultó ser un montón de basura. Y como suele ocurrir con estas cosas, son los pequeños detalles los que te restriegan en la cara el desastre. Vienes a otro país europeo y tienes que hacer una cola diferente, lo que te recuerda que votaste para no ser parte de ese club. Y luego están los grandes temas, la ciencia, la educación... La gente venía a Gran Bretaña porque formábamos parte de la cultura europea. Ahora no te molestarías.

Boris Johnson fue uno de los hacedores. Hace unos años debatió con él sobre Grecia y Roma y ganó. ¿Se alegró mucho?

Sí. La verdad es que es un tipo sincero en cuanto a su interés por el mundo antiguo. No es solo un papel. No diría que es un experto pero sabe unas cuantas cosas. Me pareció muy interesante comprobar que el mismo esquema de discusión que usa para la política lo empleó en el debate. Diría cualquier cosa que respalde su postura, aunque no sea enteramente verdad. Defendía Grecia diciendo, por ejemplo, que todos eran como los atenienses y que amaban la libertad. Ese no era el caso en Esparta. Es una clase de retórica de la vieja escuela de la elite británica. Ganar a toda costa. Así fue con el Brexit. No es estúpido, es gracioso, pero pude ver cómo es el personaje con mis propios ojos. No suelo decir esto, pero aquel día deseaba ganarle con todas mis fuerzas y me preparé a fondo. Me supo a gloria.

Dice que es una de esas jubiladas que aseguran estar muy ocupadas. ¿No echa de menos dar clase en Cambridge?

Estoy encantada. He enseñado allí más de 40 años y llega un momento en que tienes que ceder el testigo. Ya has hecho tu parte.

Igual la vemos pronto en «Cunk on Earth».

Ja, ja. Es graciosísimo, ¿verdad? Tengo que decir que no me han pedido que salga y no sé si me atrevería. Algunos de mis compañeros sí han ido. Es desternillante. Es que cuando hablas de este tipo de Historia y la parodias, haces bromas, es parte de la forma en que nos relacionamos con ella y está bien.

¿Qué humor compartimos con el mundo clásico?

Es muy difícil de decir. Los romanos, por ejemplo, se reían de los calvos y los gordos pero no hacían bromas sobre los ciegos. Es un enigma. Hay textos que nos han legado en los que parece que podemos reírnos de lo mismo.

¿Cree que el presidente de Ucrania encaja en el concepto clásico?

Es difícil de decir aún. Depende mucho de lo que pase al final. Desde luego, si entendemos al héroe como alguien especial que trasciende, aunque no sea una persona perfecta, sí lo es. Se atreve a hacer cosas que el resto no hacemos y esa es la versión clásica del héroe. No son siempre buenos. Zelenski ya ha hecho más que lo que el común de los mortales hubiera realizado.

¿No es increíble que nos sigamos enfrentando en Europa como hace dos milenios?

En términos históricos lo relevante es que siga habiendo conflictos en los cinco continentes. Pero lo que más me sorprende es cómo hemos normalizado la guerra, ya no sale a diario en las portadas de los periódicos. Y nos hemos acostumbrado.