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Cien años de venganza

El 20 de diciembre de 1918 se estrenaba en el Teatro de la Comedia el texto más importante en la carrera de Pedro Muñoz Seca, el «Don Mendo» que hoy es una de las obras más representadas en España

Facsímil de «La venganza de don Mendo» que conserva Alfonso Ussía, nieto de Muñoz Seca
Facsímil de «La venganza de don Mendo» que conserva Alfonso Ussía, nieto de Muñoz Secalarazon

El 20 de diciembre de 1918 se estrenaba en el Teatro de la Comedia el texto más importante en la carrera de Pedro Muñoz Seca, el «Don Mendo» que hoy es una de las obras más representadas en España.

Juan Bonafé –enfundado en unas mallas y desde el centro del escenario de la Comedia– miró al cielo y clamó venganza: «Juro, y al jurar te ofendo,/ que los siglos en su estruendo/ habrán de mí una enseñanza/ pues dejará perduranza/ la venganza de don Mendo». Se cerraba así el primer acto de «una obra más» de Pedro Muñoz Seca (El Puerto de Santa María, 1879-Paracuellos del Jarama, 1936), reconocía el autor en la previa de ese 20 de diciembre de 1918. Así se lo decía a El Caballero Audaz –José María Carretero Novillo– en las páginas de «El Fígaro»: «Todavía no he hecho mis tres producciones definitivas». No tenía la «seguridad» del éxito, «aunque, a juzgar por los auspicios, gustará mucho». Pero lo que el maestro del astracán no sabía es que, sí, estaba ante su pieza clave, el texto por el que hoy, un siglo después de aquel estreno, iba a ser recordado: la venganza de don Mendo tras la traición de su amada Magdalena.

Entre pitilleras y cartas

Cuatro meses encamado por una úlcera de estómago iban a derivar en esta tragedia caricaturesca en verso «a ratos muy cuidados», defendía el dramaturgo. «Los versos fluyen como si estuviesen improvisándose en una tertulia de café», firma Luis Alberto de Cuenca en la edición que acaba de publicar con Reino de Cordelia. Quintillas, décimas y octavas reales fueron el armazón sobre el que se levantaba una «Venganza» que en estos cien años se ha convertido en una de las cinco obras más representadas sobre los escenarios patrios –junto a «Fuente Ovejuna», de Lope, el «Don Juan», de Zorrilla y las lorquianas «Bodas de sangre» y «La casa de Bernarda Alba»–. Idea que barruntaba la cabeza de Muñoz Seca un año atrás, cuando le comunicó a Tirso Escudero –empresario de la Comedia– que no programase nada para las siguientes Navidades: «No se comprometa usted con nadie que yo le voy a traer una obra de risa, distinta a todas, que no se ha de parecer a ninguna». Y así fue.

Aprovechó el obligado reposo para «divertirse y cerrar esta parodia», dice hoy su nieto, un Alfonso Ussía que ha hecho del despacho en su casa de Chamberí un auténtico templo del portuense. Cartas, notas, fotos, cada nueva edición de «La venganza...» que se publica, pitilleras... Todo un mundo muñozsequiano que el columnista de LA RAZÓN conserva con el mimo de quien guarda un tesoro y, sobre todo, cuida parte del legado familiar. Entre las piezas, una que resalta por encima del resto, el facsímil del texto de «Don Pedro», como llama a su abuelo –el original fue donado a la Fundación March en 1990–. Con él en las manos, reconoce Ussía que el autor fue el primer sorprendido por «tanta crítica positiva». Valle-Inclán, Manuel Machado, Benavente y otros grandes se rindieron ante el «Don Mendo» y ante un «monumental autor». Mucho más que humor, como advirtió Valle: «Si se le arrebata el ingenio satírico al teatro de Muñoz Seca y solo nos quedamos con la carpintería, con su sistema de proyectar las obras, nos encontramos ante un genio». Porque «Don Pedro» era puro teatro, «no le podías pedir que escribiera un artículo o un ensayo de un folio, que estaría meses, pero una obra te la hacía en tres días», explica de una pieza que se resume en el astracán o, en palabras de De Cuenca, en «la fe en el absurdo y en el disparate y el deseo de hacer reír a carcajadas al espectador y al lector. No se puede encontrar en los anales de la literatura española, y yo diría que hasta en el de la literatura universal, una Edad Media tan hilarante, desopilante, desternillante y descacharrante como el marco en que se desarrolla la acción, acribillada de divertidos anacronismos, de “La venganza de don Mendo”», argumenta.

Porque este clásico de las tablas españolas pasó de perderse en las lecturas políticas que terminaron devorando a su dramaturgo, tan censurado por la República como por el franquismo –«cuando, por encima de todo, fue monárquico», zanja su nieto–. «Don Pedro» solo quería la carcajada, así que no forzó las letras y dejó que fluyeran: «Como es en verso, no me ponía a trabajar más que cuando me “soplaba” la musa (...) Comprendiendo que nutrida solamente de disparates cansaría al público, busqué argumento, ambiente, distracciones, interés y belleza escénica», contaba en «El Fígaro». Una inspiración que buscaba parodiar obras del pasado, «todo un género, un estilo o grupo de obras [“La vida es sueño”, “Los amantes de Teruel”, “Don Juan Tenorio”...]», escribe Alberto Romero Ferrer en otra edición publicada este año (con la editorial Espuela de Plata): «En este sentido, el “Don Mendo” podría considerarse más que como una “caricatura de tragedia” en expresión estricta como una venganza cómica dirigida contra los desfasados dramas histórico-románticos y poéticos, también los dramas del siglo de oro, cuya estructura, versificación, características y situaciones más privativas conservaba tras el empaque de la espléndida transcripción cómica que era», reflexiona el profesor en un prólogo en el que desmenuza los motivos del éxito y reconocimiento del clásico.

El punzón muñozsequiano se centra en un teatro ya por entonces «hueco y desfasado que pretendía anacrónicamente hacernos llorar, además de poner en solfa el pedantismo trasnochado y afectado del teatro poético que el modernismo –Marquina, Villaespesa– intentaba imponer sobre los escenarios, y cuya empalagosa y agónica utilización del verso dramático lindaba en numerosas ocasiones con un tono pueril, ramplón no esclerótico, con poca o nula calidad literaria; esto es, el ripio», escribe Romero Ferrer de una pedantería que también indigna a Ussía cuando tratan de menospreciar la comedia: «En Inglaterra, que es un país culto, el humor es un aliciente y aquí, en España, los intelectuales, que son los que dan el carné de todo, lo menosprecian porque son ellos los que carecen de él». Sí lo tiene De Cuenca, que aprovecha el centenario y su publicación para celebrar la risa: «No se pierdan un solo ripio y vuelvan a pasarlo tan desaforadamente bien como la primera vez que asistieron en el teatro a una de las innumerables “performances” de la obra. Una obra que está entre lo más genial que un humorista pudo, puede y podrá ofrecer a lectores y espectadores de toda laya a lo largo de la andadura pretérita, presente y por venir de la literatura española». Y del ripio se rio Muñoz Seca, claro: «Déjame a solas pensar/ sentado en aqueste ripio,/ sin querer participar/ del dolor que participio».

Y es que ya lo dejó escrito Manuel Machado en «El Liberal» el primero de febrero del 17: «Atreverse a lo bufo no es atentar a nada, no es osar a cosa respetable, no es pretender la alta estimación de nadie».