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¿El fin justifica los medios?

Joachim Lafosse se pregunta en el filme «Los caballeros blancos» sobre los límites del bien de una ONG cuyo modo de actuar no es el que debería

Vincent Lindon se mete en al piel de Jacques Arnault, presidente de una ONG
Vincent Lindon se mete en al piel de Jacques Arnault, presidente de una ONGlarazon

En el pasado Festival de San Sebastián se llevó la Concha de Planta con «Los caballeros blancos», que se estrena mañana, y en la que vuelve a cuestionarse sobre la repercusión de los «actos de bondad» alrededor del mundo de la adopción. «La gente quiere hacer el bien y es algo que no me parece que esté tan claro», asegura Joachim Lafosse. Al ver que el sistema francés está cargado de «normas draconianas que complican la adopción de niños franceses y belgas», se ha preguntado reiteradamente si las facilidades a la hora de adoptar en África iban ligadas a una menor protección sobre la vida de los menores. Algo que le llevó a embarcarse en un proyecto de mayor envergadura, partiendo de un hecho real, el tristemente famoso de «El Arca de Noé», de honda repercusión internacional.

A pesar de creer que «una película siempre es ficción y nunca puede ser real», Lafosse es consciente de que en ocasiones la creación de una mentira sirve para mostrar la verdad. Por ello decidió situarse en el lado de los africanos y rodar en Marruecos, donde contactó con un grupo de chadianos. «Fue lo más bello que me ha pasado en esta película, trabajar con una población que se enorgullecía de mostrar lo que realmente había sucedido», recuerda.

La compleja personalidad del Jacques Arnault creado por Lafosse tardó tres años en tomar cuerpo. Pero quien decidió no contactar con los auténticos protagonistas tenía claro que Vincent Lindon sería el encargado de dar vida al director de la ONG «Move for Kids». El actor transmite con naturalidad los caracteres de un hombre aparentemente sincero y comprometido, ocultando a un sigiloso embaucador que se sirve de la vulnerable imagen infantil, se salta las leyes y convence de que su forma es la correcta a la hora de «salvar el mundo».

Entran aquí las cuestiones morales y las asiduas reflexiones planteadas por el director en sus trabajos: «Lo que no se puede hacer es adelantarse a la petición de ayuda. Un país puede estar en conflicto y la gente quiere marcharse porque su vida corre peligro, pero momentáneamente. La gente después quiere volver a su vida», explica Lafosse, quien no ha necesitado servirse del morbo o abusar o de los planos de detalle. Es el conjunto el que crea una armoniosa e hilada narración, donde prima la naturalidad de una cámara, a veces en mano, que habla sobre la cotidianeidad y la situación de los habitantes del Chad.

Ante la ya mencionada importancia que el director otorga a sus personajes, cada uno de ellos representa la subjetiva postura del individuo al vivir una misma situación desde diferentes perspectivas. Así, el papel de la periodista Françoise Dubois (Valérie Donzelli) sirve para plasmar la parte humana que responde al acercamiento y la convivencia con la realidad al tiempo que cuestiona la objetividad informativa.

El dedo en la llaga

La evolución de Dubois ante los hechos puede verse cargada de contradiciones ante una persona que, inicialmente, se mantiene como externa observadora, pasando después a involucrarse emocionalmente y querer adoptar a Ismael, un niño que los futuros padres occidentales rechazan por su edad. Un hecho aparentemente simple que al mismo tiempo abre otro debate sobre los padres adoptivos:¿Realmente están interesados en el bien de aquellos niños «desfavorecidos» o, únicamente, son el medio para satisfacer sus deseos de tener hijos? Sin enjuiciar a estos padres, también se manifiesta la actitud de quienes desean ofrecer un futuro con mayores facilidades en aquellos niños, algo que transmite uno de los voluntarios de la organización.

La importancia del dinero es otra constante a lo largo del lagometraje, evidenciando el tráfico de vidas como material de mercancía, algo de lo que únicamente es consciente el dirigente del proyecto, Jacques Arnaul. Frente a una supuesta imagen de apatía y despreocupación, mostrada en los jefes de las tribus, se encuentra la intérprete Bintou. Sin ser consciente de lo que subyace tras el aparente desinterés de la ayuda extranjera, refleja los deseos de una población que quiere mantenerse en su tierra pero con la posibilidad de estudiar y progresar sin que la edad sea un impedimento. Así el descubrimiento de la verdad no actuará en favor de los miembros de la organización.

Contar un caso real que en pleno 2016 sigue sin cerrarse podía haber llevado a Lafosse a una prolongada historia de final abierto, sin embargo, el director fue claro en el cierre y las intenciones de una película que manifiesta su total desacuerdo ante aquellos que crean sus propias leyes y no creen en la justicia. Sin saber si este tipo de largometrajes realmente consiguen mover la conciencia social, hay un mensaje que queda claro para el director francés: no importa si uno se encuentra en Occidente, Asia o África, hay que ser consecuente con la repercusión de nuestros actos y proclamar la verdad.

Los niños que se vendían por menos de 3.000 euros

A Joachim Lafosse le conmovió el caso de la ONG «El Arca de Noé». Le removió por dentro y decidió hacer una película basada en ese suceso, un acontecimiento a nivel mundial sobre adopciones irregulares en el centro de África, un suceso que provocó estupor en Francia y que para Lafosse era «perfecto para hacer una historia». La organización intentó sacar del país a 103 niños a los hicieron pasar por menores rescatados del conflicto de la región sudanesa de Darfur, cuando en realidad habían sido arrebatados a familias chadianas, para entregarlos en adopción a familias francesas que habían pagado previamente entre 2.800 y 6.000 euros, lo que desembocó en un escándalo de enormes proporciones.