«La herida»: El cine español, en carne viva
Director: Fernando Franco. Guión: F. Franco y Enric Rufas. Intérpretes: Marián Álvarez, Rosana Pasto, Ramón Barea, Manolo Solo, Andrés Gertrudix y Ramón Aguirre. España, 2013. Duración: 98 minutos. Drama.
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Decían los Dardenne que Rosetta no tenía psicología, sólo muchas cosas que hacer. Cuando, al principio de «La herida», Fernando Franco filma a Ana de espaldas, pegado a ella, no es fácil desprenderse del recuerdo de la violencia de Rosetta al cruzar la carretera, ponerse las botas de agua, dirigirse a su caravana negándonos su imagen. Ana, por el contrario, la recupera pronto. Su problema es precisamente su autoimagen deforme, monstruosa, que ha germinado como un cáncer en su percepción del mundo. Franco utiliza la cámara como ese espejo que Ana no quiere mirar. Si está enferma, nadie se atreve a admitirlo. Ella se escuda en el mal genio, los demás miran hacia otro lado. Nosotros, el público, no: para eso sirve el cine, para ayudarnos a entender incluso a los que nos rechazan. Es una empatía incómoda, pero aprender a mirar siempre tiene un precio.
Es el precio de la angustia. La película, que nació como un documental, hereda de él el empecinamiento del género del retrato. Ana, del derecho y del revés, sin aditivos. El perfecto contraste entre su vida laboral (cariñosa con los enfermos a los que traslada en ambulancia) y su vida privada, que viaja en un segundo desde la autocompasión a la hostilidad, desde la automutilación a la dependencia. Es doloroso ver «La herida» porque pone sal donde otros pondrían vendas. En carne viva, la enfermedad no diagnosticada es inadaptación social, soledad cósmica, dependencia emocional, susceptibilidad sin límites. Y Franco no hace ninguna concesión, todo está a la vista, aunque sólo conjugue a Ana en presente y no sepamos de dónde proviene la magnitud de sus heridas.
No es necesario, al menos con una actriz como Marián Álvarez. Suponemos que no debe de ser fácil comprometerse con un personaje de estas características sabiendo que vas a ser el centro de cada plano. Se necesita una mezcla de coraje y humildad para comunicar el horror vacui de una mujer que destruye todo lo que toca, empezando por ella misma. Hay que estar muy atenta al gesto, hay que comprender muy bien la bizarra modulación de humores que se mueven como tsunamis por dentro del personaje. Y Marián Álvarez, junto a la impecable dirección de un debutante, han logrado demostrar que no sólo Ana existe, y merece nuestra mirada. También existe otro cine español, y es estupendo.