La infancia del miedo
En las esquinas mal dobladas de las calles del Líbano, entre unas paredes inundadas de tal cantidad de miseria que apenas pueden soportar el peso del mundo, vive un niño al que le duele el corazón. Para quitarse ese dolor del cuerpo decide denunciar a sus padres por un acontecimiento involuntariamente culpable: haberle dado la vida. Como si de un arañazo en la boca del estómago se tratara, «Cafarnaúm», la cuarta película de la directora libanesa Nadine Labaki, se mete de lleno en las aristas de los desheredados de la tierra y pone sobre la mesa el incómodo espejo de la desigualdad social a través de la historia de Zain. «Si hay algo que tenía claro desde el principio es que quería trabajar con niños que fuesen niños, no actores. Deseaba mostrar la realidad a través de acciones, situaciones y tramas reales y cuando vi los ojos de Zain por primera vez en un paso de cebra encontré en ellos tanta verdad que tuve que hacer algo para volver a verlos», asegura la realizadora sobre el joven refugiado sirio de doce años que interpreta en esta cinta la que bien podría ser la historia de su propia vida.
Denuncia ahogada
Labaki construye un poderoso relato que estrangula las conciencias occidentales, acelera el debate del determinismo social y agrede necesariamente la sensibilidad de un espectador poco habituado al escaparate sucio de la pobreza. «La infancia es algo que despierta demasiado mi sensibilidad. Un niño necesita amor para poder serlo y en Oriente Próximo esto no es algo muy frecuente», afirma. La directora muestra una ciudad en donde poder levantar la cabeza para mirar al cielo es un regalo. Confiesa que a pesar de estar bastante acostumbrada a estar delante de las cámaras –incluyendo en esta película donde interpreta el papel de la abogada de Zain– , posicionarse detrás le concede unas licencias narrativas completamente diferentes; «Es distinto. Dirigiendo me siento completa. Capaz de convertir en imágenes las ideas que retumban en mi cabeza. La pantalla me hace libre porque no estoy interpretando sino creando». Sin certificado de nacimiento ni rastro de su existencia en el Registro Civil, Zain se expone al ostracismo y al desamparo emocional de unos padres que no pudieron elegir la vida que querían llevar y tampoco hacer nada porque la de su hijo fuera digna de ser vivida.