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La semilla del género

La Razón

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Lo peor que puede pasarle a una niña es ser poseída por el demonio. Le ocurrió a Sharon, la niña de «El exorcista» (1973), que vomitaba puré de guisantes entre blasfemias, obscenidades y sacrilegios, poseída por Satanás. Peor lo pasó la niña de «Poltergeist» (1982), abducida por un televisor Trinitrón mientras miraba la nieve chisporrotear en la pantalla. Hasta sus entrañas tuvo que enviar su madre a una enana para que la rescatara de las garras de un diablo catódico, mientras le gritaba: «¡Carol Anne, no vayas hacia la luz!». Los mejores años de niños poseídos fueron los 70 y 80. A las niñas endemoniadas las libraban con un simple exorcismo, mientras que los niños, engendrados por el mismísimo Satán, eran más escurridizos. Con «La semilla del diablo» (1969) nace el primer anticristo, un niño satánico de una maldad mayestática, frente la la histérica niña posesa. Desde entonces los niños anticristos serán como Damien en «La profecía» (1976): la reencarnación de Lucifer. En los años 90 perdieron vigencia y fueron sustituidos por muñecos diabólicos como Chucky y su novia Tiffany, cuya saga se alarga hasta bien entrado el siglo XXI. Justo cuando vuelve la nostalgia por las niñas en estado de posesión infernal. Primero con «El exorcismo de Emily Rose» (2005) y luego con «Exorcismo en Connecticut» (2009) y «El expediente Warren» (2013), donde se mezcla casas embrujadas con posesiones y exorcismos. La más extraña es «The Possession: El origen del mal» (2012), basada en una historia real: una niña más mala que el comunismo es poseída por un demonio judío. Un chequeo médico descubre a un demoniaco dybbuk paseando como Pedro Botero por su casa. Tan escurridizo al bisturí que sólo la intervención de un rabino, familia de Woody Allen, logrará exorcizar a la niña.