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Muere Amparo Rivelles, actriz de actrices

Amparo Rivelles con sus sobrinos Luis Merlo y Amparo Larrañaga, durante un homenaje en 2011.
Amparo Rivelles con sus sobrinos Luis Merlo y Amparo Larrañaga, durante un homenaje en 2011.larazon

La actriz Amparo Rivelles falleció ayer a los 89 años de edad, según informó su familia.

Las tablas. Tenía muchas, le sobraban. Bien que lo sabían en su familia, una estirpe, con todo el significado que la palabra conlleva, inaugurada por sus padres, un matrimonio de cómicos de los de antes, de los de siempre, una pareja que recorrió como uno solo los pueblos de España. La niña Amparo, nacida en 1925, lo mamó prácticamente desde la cuna. Y andando el tiempo, en 1939, ya hizo sus primeros papeles: fue en «El compañero Pérez» en la compañía de su madre, casi nada, la exigente figura que marcaría sus pasos y de la que aprendió todo, una mujer por la que sintió verdadera devoción en una familia que era como una piña. 1940 es un año fundamental: firma un contrato en exclusiva con Cifesa. Es «su» actriz en «Alma de Dios» (en la que coincidió con su hermano, éste casi un niño) de Ignacio F. Iquino, y en «Malvaloca», de Luis Marquina. Apenas es una jovencita, pero ya destaca por su interpretación, sólida a pesar de su juventud.

Risa contagiosa

Su risa, tan contagiosa, se escuchaba en aquel caserón surrealista en «Eloísa está debajo de un almendro», una historia imposible enblanco y negro en la que pasaba casi de todo. Llegarían después cintas de enorme repercusión como «El clavo», a las órdenes de Rafael Gil, en la que hacía perder la cabeza a Rafael Durán, tan misteriosa ella e inquietante. Otro de sus galanes, que no hubiera desentonado en el Hollywood de la época, seguro, fue Alfredo Mayo, con quien compartió algo más que planos, un noviazgo en toda regla que a punto estuvo de llevarla al altar. Rivelles, un tanto coqueta, aseguraba que para vivir una escena de amor «había que estar un poco enamorada». Y vaya si lo estuvo. Fue madre soltera, lo que conmocionó a la sociedad de la época. Su hija María Fernanda reside fuera de España.

Enseguida aprendió lo que era un aeropuerto y cruzó el charco. Recaló en México. Apenas iba para una estancia de seis semanas, pues así lo estipulaba su contrato (interpretó un drama «Los hijos del divorcio»); lo que ella no sabía, o quizá sí, ya quién puede saberlo, es que allí se quedaría más de veinte años. La rebautizaron como «la reina de las telenovelas mexicanas» porque las interpretó todas a partir de 1959, de «Pecado mortal» a «La leona», «Sin palabras» o «La hiena». El grado de popularidad que alcanzó fue enorme, hasta daba consejos por la calle a las señoras que se le acercaban contándole sus cuitas. Y se granjeó la amistad de «La Doña», María Félix, nada menos. Se frecuentaban y admiraban. Era la mujer fuerte, la señora, en toda la extensión de la palabra, la dama racial, con nervio, como lo demuestra que rechazara trabajar con Luis Buñuel en «El ángel exterminador» porque coincidía con un proyecto de teatro. Y el director se enfadó, dicen que una barbaridad. Era la gran dama de la escena de España. Y de México también. «Amo las buenas telenovelas porque, aunque pueda parecer algo cursi, incluso pasado de moda, yo valoro mucho el amor. Me parece fundamental», solía decir cuando se le preguntaba por aquellos tiempos en los que la Gran Vía se colapsaba cuando se estrenaba película de «La Rivelles», que era un poco de todos, unos años tan difíciles que supo cambiar de color. «Recuerdo esas alfombras rojas. Nos poníamos nuestros mejores vestidos porque sabíamos que muchos ojos nos miraban y que esa noche hacíamos realidad el sueño de miles de personas». Y lo hizo cientos de veces, desde el cine, la televisión (imborrable su papel de Doña Mariana en «Los gozos y las sombras», una seré en la que coincidió con su hermano Carlos) y desde el escenario, donde interpretó a Casona, a Wilde, a Mihura, a Junyent (con una estupenda versión de «Hay que deshacer la casa» junto a a otra actriz inmensa, Lola Cardona).

Abandonó las tablas de la mano de un maestro, Benito Pérez Galdós, en 2006 con un título que la hizo aún más grande, «La duda». ¿Qué premio no tenía? De los grandes, todos: la Medalla de Oro de las Bellas Artes, el Nacional de Teatro, el Miguel Mihura... y fue la la primera actriz que recibió el honor de ser nombrada Doctora Honoris Causa por la Politécnica de Valencia. Comentaba que fue la actriz que más hambre pasó «por mi tendencia a engordar. Lo pasé fatal». Preguntada por la profesión que hubiera elegido de no dedicarse a la interpretación, lo tenía claro: sería actriz «porque es una profesión que te permite vivir diferentes vidas». Esa misma profesión que hoy la despedirá en el Teatro Alcázar-Cofidis, sobre el escenario.