Polanski: el mal tiene forma de mujer
Presenta en Cannes la ambigua «Basada en hechos reales», que recuerda a sus películas de los 60.
Presenta en Cannes la ambigua «Basada en hechos reales», que recuerda a sus películas de los 60.
«¿Es más difícil trabajar con mujeres o vivir con ellas?», le pregunta un periodista a Roman Polanski. «No entiendo cómo una persona inteligente puede hacer una pregunta tan estúpida». A sus 83 años ya no se anda con chiquitas. Conocido por su carácter napoleónico en los rodajes no se le caen los anillos por callar a alguien. Adaptando el best-seller de Delphine de Vigan, «Basada en hechos reales», que se presentó ayer fuera de concurso en Cannes, vuelve a territorio conocido: el aislamiento como espacio dramático, la fractura de la identidad al borde de la locura, las relaciones de dependencia emocional que rompen todo vínculo con el mundo exterior... Es una novela que parece escrita para conectar con su sensibilidad, y también con la de su coguionista, Olivier Assayas, que en «Viaje a Sils Maria» se aproximó a la dinámica de la creación a partir del toma y daca entre una actriz en crisis y su asistente.
En cierto modo, «Basado en hechos reales» es a la literatura lo que «Sils Maria» era a la interpretación. Ambas parten de un bloqueo creativo, y ambas están protagonizadas por mujeres maduras que se sienten fascinadas por su clon enmascarado, que funciona a la vez como su proyección sin las impurezas de la edad y la experiencia y como la voz de su conciencia. Para Polanski, ese Pepito Grillo debe ser diabólico o no ser: no es extraño, pues, que la irrupción de una fan fatal en la vida de una escritora en crisis se convierta en la excusa para hablar del Mal intrínseco en la condición humana. Decimos «intrínseco» porque nunca sabremos si el personaje de Ella (Eva Green) existe o no; si es una vampira tóxica o el producto de la imaginación de Delphine (Emmanuelle Seigner).
Thriller psicológico
Polanski afirmó en la rueda de Prensa que lo que más le interesaba era alimentar esa ambigüedad, en especial cuando lo que aquí se debate es si la realidad ha de ser el punto de partida de todo acto creativo. Lo que finalmente ese clon maléfico le revelará de su propia vida –la de una escritora que escribe para los demás anónimamente, un «ghost writer» como el protagonista de «El escritor»– servirá para que Delphine empiece su nueva novela. Lo fantasmático, pues, se disfraza de lo real: la vida es ficción. Para llegar a esta conclusión construye un thriller psicológico en clave claustrofóbica, que podría ser su enésima reflexión sobre la neurosis femenina, que tan buenos frutos le dio en películas como «Repulsión» o «La semilla del diablo», o sobre los tiras y aflojas de dominación y sumisión que se establecen en las relaciones humanas, como en «Lunas de hiel». Lo que ocurre es que la ambigüedad que busca el maestro polaco no es tal: quién haya visto «El club de la lucha» sabrá interpretar las pistas que el guión coloca desde el minuto uno. Eso neutraliza su tensión dramática, a pesar de que el sentido del humor y de la crueldad típicamente polanskianos –sobre todo en el autoparódico personaje de Eva Green, que a veces parece una Baby Jane disfrazada de «top model»– hacen que la película funcione a pesar de sus limitaciones.
Último título a competición, «You Were Never Really Here», de la escocesa Lynne Ramsay, comete más excesos que la de Polanski. Imaginen a un Travis Bickle del siglo XXI y tendrán a Joaquin Phoenix moviéndose por Cincinnatti como un oso herido, con un martillo en una bolsa de plástico y unas palabras musitadas colgándole de los labios, dispuesto a matar por unos cuantos miles de dólares a quien se lo merezca. Su último encargo es rescatar a la hija de un senador que ha caído en manos de una red de prostitución de menores. Phoenix trabaja el personaje con el cuerpo, como si llevara el peso enorme del mundo sobre sus hombros. Le falta la vitalidad insomne de Bickle, que no es el único justiciero urbano en el que se refleja la película de Ramsay: a «Taxi Driver» deberíamos añadir una de las obras menos conocidas de su guionista Paul Schrader, «Hardcore, un mundo oculto», en la que George C. Scott se sumergía en el universo del porno para redimir a su hija de los pecados de la civilización moderna.
Ramsay tiene una cierta tendencia al subrayado. Su protagonista posee la suficiente fuerza para existir solo en el presente, pero la directora de «Morvern Callar», que ha estado trabajando en la posproducción del filme hasta su estreno en Cannes, insiste en darle un pasado traumático que, más que justificar sus acciones, las banaliza. Su estilo manierista no hace nada por resolverlo: si es innegable que la película tiene una cierta atmósfera, también lo es que trata la pederastia casi como un motivo estético y que sus golpes de efecto son tan truculentos como sensacionalistas.