Tarantino: Érase una vez un director fantástico
Con hambre de Palma de Oro, el cineasta exhibe su nuevo trabajo, flanqueado por unos estupendos DiCaprio y Pitt. Y es que cotiza al alza en Cannes. Tiempo al tiempo.
Con hambre de Palma de Oro, el cineasta exhibe su nuevo trabajo, flanqueado por unos estupendos DiCaprio y Pitt. Y es que cotiza al alza en Cannes. Tiempo al tiempo.
Hace 25 años «Pulp Fiction» ganaba la Palma de Oro. Clint Eastwood, presidente del jurado, lanzó a la estratosfera la carrera de un cineasta educado en la cultura del videoclub, cinéfago sin prejuicios, que se ha convertido en icono fagocitando la cultura popular que le ha servido de combustible. Lo alto que cotiza Tarantino en Cannes se demuestra con los metros de cola que iluminaban la entrada al primer pase de prensa de «Érase una vez en Hollywood» y el lugar de honor –fue el último título confirmado– que Thierry Frémaux le reservó en la sección oficial. Parece que el interés era mutuo: Tarantino lleva desde enero encerrado en la sala de montaje para ultimar la copia que vimos ayer en Cannes, y, preocupado porque la prensa hiciera «spoilers» inoportunos, envió una carta para pedir ex profeso que tuviéramos la boca cerrada. La buena noticia es que es una película fantástica.
Precisamente desde «Malditos bastardos», Tarantino parece obsesionado con reescribir la Historia. En aquella se permitió, ni más ni menos, que asesinar a Hitler. «Django desencadenado» y «Los odiosos ocho» eran sendas reinterpretaciones de uno de los periodos más violentos de la Historia americana en clave de western subversivo. No es extraño, pues, que Tarantino haya escogido, en «Érase una vez en Hollywood», el año 1969 como enclave de su cariñoso retrato de una amistad masculina. Es un momento-bisagra tanto en la historia de su país como en la del cine de Hollywood: por un lado, el asesinato ritual de Sharon Tate en manos de Charles Manson y su banda pone fin a la era «hippie», a la inocencia lisérgica del «paz y amor» como antídoto contra el intervencionismo militar en Vietnam; por otro, el estreno de «Easy Rider» certifica la defunción de la política de los grandes estudios y el nacimiento oficial del New Hollywood, sin el que, probablemente, el cine de Tarantino no existiría.
Hay que decir que al director de «Reservoir Dogs» le interesa la letra pequeña de la historia, todo aquello que no aparece en las enciclopedias canónicas. Para empezar, los protagonistas de «Érase una vez en Hollywood» no son precisamente estrellas rutilantes. Son los vecinos de Sharon Tate (dulcísima Margot Robbie), ni más ni menos. Rick Dalton, actor de televisión en declive, y Cliff Booth, especialista que trabaja desde hace nueve años como su asistente y chico para todo, ambos amigos para siempre (encarnados por unos memorables Leonardo DiCaprio y Brad Pitt), son notas a pie de página apócrifas que permiten que Tarantino dé rienda suelta a su vasto conocimiento sobre la serie B y los subgéneros, especialmente el spaghetti-western y el cine de espías, con entrañables recreaciones de películas de Antonio Margheretti incluidas, y, por encima de todo, que construya personajes de carne y hueso que envíen a la cuneta del «one-liner» a estrellas como Steve McQueen. Tarantino nunca había estado tan cerca del «Ed Wood» de Tim Burton, en el sentido de proponer una historia alternativa del fin de una época que interpreta como la celebración del comienzo de otra.
Genio de los tiempos relajados
El «érase una vez» del título nos puede dar pistas de la dimensión fabulatoria de la película, en la que Tarantino se da todos los caprichos que le vienen en gana. Si no fuera por el afecto con que está hecha, por el sentido lúdico que contagian sus imágenes, cualquiera la podría tachar de autoindulgente. Olvidaría, no obstante, que el director de «Death Proof» sigue siendo un genio de la estructura y de los tiempos relajados. Dividido en dos partes asimétricas, el filme se despliega con una calma casi observacional, hasta el punto de que el espectador olvida que el asesinato de Sharon Tate había sido el argumento de venta del proyecto. Para Tarantino lo importante es que los personajes existan en esa nueva línea cronológica inventada por él. Que, en fin, vivan en el cine con la fuerza con que él los ama.
Tarantino nunca ha escondido su admiración por el coreano Bong Joon-ho. Feliz coincidencia que ayer compitieran, codo con codo, por la Palma de Oro. «Parasite» es una agresiva sátira social que hace de la conquista de los espacios domésticos de las clases adineradas una forma de revolución. La primera parte , en la que una familia pobre se infiltra con todo tipo de engaños en el frágil tejido de una familia rica, es memorable. Parece una «sitcom» cruel imaginada a la vez por Hitchcock y por Buñuel. Joon-ho no pierde ocasión de partirse el pecho con lo metafórico de sus decisiones, lavándose las manos por la hostilidad de su alegoría, en la que los explotados siempre encuentran un espacio más subterráneo en el que caer, y siempre se topan con alguien al que explotar o al que someterse. «Parasite» es una lección de cómo hacer cine social sin caer en clichés manidos y de cómo utilizar el espacio fílmico.