«Verónica»: Madurar da mucho miedo
El filme se inspira en un caso real sucedido en 1991 en Vallecas. Un «expediente X»
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El filme se inspira en un caso real sucedido en 1991 en Vallecas. Un «expediente X».
Las niñas que creen en los monstruos son las únicas que pueden abrirles la puerta. Cuando se coloca los cascos (con la música de Héroes del Silencio a tope) e ilumina el cielo raso de su cuarto, Verónica, sin saberlo, está convocando a los fantasmas. Instintivamente, los necesita, los codicia. La fantasía es una grieta en la habitación y toda grieta tiene sus contrapartidas: por ahí se despeña la rutina pero también se abisman las certezas. «Verónica necesita evadirse porque vive una realidad que no se corresponde con su edad, y eso no le gusta. Es algo que la distingue de sus amigas, que van con chicos y a fiestas. Ella necesita un escape», explica Paco Plaza. La fuga de esta joven de Vallecas de 15 años, a la que aún no le ha venido la regla, y que ejerce de madre para tres hermanos menores (dos chicas y el pequeño y enternecedor Antoñito) mientras la progenitora de todos trabaja de sol a sol en un bar de barrio, será arriesgada: la ouija, el célebre y macabro juego de mesa espiritista. «Esa es su pequeña transgresión frente al mundo que la rodea, como el de otras es fumar y beber», señala el director de esta cinta que, como buen filme de género, aspira a hacer más pesado el sueño de los espectadores o, cuando menos, depararle una maravillosamente horrible hora y media de cine.
Hechos sobrenaturales
«Verónica» es al mismo tiempo real y ficticia. Y por partida doble: en relación a su argumento y al punto de vista. Lo iremos viendo. Para empezar, el filme se inspira en un caso real sucedido en 1991 en Vallecas. Un «expediente X». El único en el que un agente policial reflejó por escrito que había sido testigo de hechos sobrenaturales en el domicilio familiar en el que una niña había fallecido en extrañas circunstancias. «Usamos ese paraguas, ese anclaje con la realidad, uniéndolo a otros casos como uno similar en Embajadores, para construir una historia que nos hemos inventado», aclara Plaza. A ello le sumaron un título evocador que remite tanto a la «mujer del diablo» como a un par de jugosas leyendas urbanas: la de la chica del espejo y la de la joven asesinada por sus tijeras tras hacer la ouija. Precisamente este juego (cuesta llamarlo así) será el detonante de la acción, del terror, en el filme, combinado con un eclipse solar, una monja sensitiva y, por supuesto, la imaginación, la sugestión de Verónica.
Pero aquí es donde entra la segunda dicotomía entre lo real y lo ficticio: los hechos que se desencadenan en la modesta casa de Vallecas (caída de objetos, manchas, voces y mucho más que no desvelaremos), ¿son factibles o producto de la imaginación de Verónica? «Todo depende del enfoque que tengas –opina Plaza–. Para ella es real y eso es lo interesante. En la película yo quise adoptar su punto de vista, pero me gusta que la cinta no dé respuestas sino que plantee preguntas. Es el epectador el que decide si es real o no, como pasa con lo que nos sucede en la vida misma».
De todos modos, la manifestación externa del terror no es más que un síntoma de algo incluso más profundo ligado a nosotros y nuestros miedos, ansiedades, frustraciones... Así, «Verónica», gracias a la habilidad de Paco Plaza y su guionista, Fernando Navarro, se convierte en un retrato de la adolescencia de una chica de barrio. «Lo importante no es ya la trama, los hechos en sí –continua el realizador valenciano–, sino lo que intentas contar por debajo: en este caso es una historia de maduración, del miedo a crecer. Ese momento en la vida en el que pasas de niño a adolescente es terrible: cambias, te salen pelos en la cara, líquidos del cuerpo, sensaciones que no controlas. Y en el caso de una mujer empiezas a notar que te miran de otra manera, que los adultos se te acercan no sabes con qué intenciones y ya ni te reconoces en el espejo». Verónica, además, como la «Carrie» de Brian de Palma, vive una tardía maduración sexual.
Este filme de los 70 es una de las referencias cinéfilas que se pueden rastrear en una película con marcado sabor retro. Otros serían «La semilla del diablo» (esos condominios filmados en nadir) o «¿Quién puede matar a un niño?», que incluso sale en pantalla. «Inconscientemente hay muchos referentes; conscientemente he querido homenajear a Chicho Ibáñez Serrador (director de la cinta antes mencionada) y a Carlos Saura. ‘‘¿Quién puede matar a un niño?’’ me fascina porque sucede durante el día y quienes debían ser la víctimas, los niños, son los verdugos. Es una cinta transgresora y desafiante. ‘‘Cría cuervos’’, de Saura, me interesa por cómo consigue meternos en la mentalidad de una niña, en el punto de vista de su fantasía».
Tanto es así que Plaza concibió «Verónica» como una suerte de secuela de «Cría cuervos» y deseó contar con su protagonista, Ana Torrent: «Tenía claro desde el principio que la quería en mi película porque me apetecía mostrar qué había pasado con esa niña cuando crece, imaginar que se va a vivir a Vallecas, abre un bar y tiene cuatro hijos a los que no puede atender. Tener a Torrent en el rodaje era un hecho de mitomanía pero también práctico, porque ella mejor que nadie puede entender lo que es ser niño actor».
Aquella España del 91
El costumbrismo es otro de los factores que hacen de «Verónica» una cinta con un sello propio, característico. Plaza retrata los primeros años 90 fijándose tanto en los detalles (la música, los juguetes, los productos de consumo) como intentando captar el espíritu de una época que él considera de transición: «Para mí, el año 92 marca la frontera de la España moderna, a raiz de los Juegos Olímpicos de Barcelona España inaugura la modernidad, se convierte en un país europeo con cosas que ofrecer. Por eso me gustaba situar el filme en el año 91, en un momento previo que sería como la pubertad de España, y establecer un juego de espejos con el ahora». ¿Una época más inocente? «Puede ser que fuera menos escéptica que hoy en día, pero no podría garantizarlo». De aquel 91, Plaza, a la sazón frisando los 18, añora solamente «el pelazo que tenía, que me llegaba casi hasta el trasero. Es lo único que me da nostalgia cuando veo fotos de entonces».
Muchos años faltaban entonces para que aquel joven se hiciera un nombre en la escena internacional del terror con la saga «[Rec]». Él, junto a Jaume Balagueró, con quien rodó las dos primeras entregas de las tres que componen esta serie, es una de las puntas de lanza de la renovación del cine de género en nuestro país y la gran repercusión que ha alcanzado fuera de nuestras fronteras. Ya por entonces (volvemos al 91) era un cinéfilo de pro y hoy, con la perspectiva de los años, se dirige al adolescente que fue con una frase de su propia película: «‘‘De lo que no te despides, se queda a tu lado’’. Todo el lastre que no sueltas lo llevas encima siempre, especialmente cuando hablamos de traumas de infancia. Hay que cerrar bien los capítulos de nuestra vida para no estar condenados a repetirlos». Él ya empieza a pasar página de «Verónica» y en enero comenzará el rodaje de «Quien a hierro mata», una historia de narcos en Galicia. Terror de otro calibre.