"No sé cómo he sobrevivido": un documental, favorito al Oscar, narra la angustia de la invasión rusa en Mariúpol
Mstyslav Chernov, reportero en la ciudad ucraniana durante los primeros 20 días de invasión, dirige el documental "20 días en Mariúpol" sobre su experiencia
Madrid Creada:
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Son ya los últimos días de febrero de 2021 en Mariúpol (Ucrania) y el periodista y documentalista Mstyslav Chernov, habitual de la prestigiosa agencia Associated Press en conflictos internacionales, tiene que decidir si quedarse en la ciudad o salir en el último transporte disponible, antes de que el día 24 se cumplan los peores pronósticos y las tropas rusas comiencen a sitiar el enclave industrial fronterizo. «Nos sentíamos como parte de esas comunidades, no podíamos abandonarlas así como así. Sentíamos una responsabilidad directa con esa gente, que veía nuestro casco señalizado como de prensa y corría hacia nosotros, para encontrar refugio entre los tiroteos y casquillos. Nos contaban que querían que todo el mundo supiera qué estaba pasando», explica a LA RAZÓN Chernev, todavía compungido.
Y sigue: «Cómo no podrías sentir (esa responsabilidad) cuando te despertabas en un sótano que ejercía de refugio y veías a enfermeras cubiertas de sangre, juntando nieve para hervirla y poder tener agua. Cuando veías a doctores privándose de su propia comida para darle más a las embarazadas. Cuando ves todo eso, cómo no podrías quedarte», añade.
Chernev, natural de Járkov y tras más de una década desplegado en zonas de combate como Siria, comenzaría aquella mañana gris un periplo de veinte días, registrando todas las imágenes posibles junto a su equipo para dar fe de la barbarie de la Administración Putin. El resultado es «20 días en Mariúpol», crudo y revelador documental que acaba de estrenarse en Filmin y que, según se desprende de los sondeos y la opinión de los expertos, bien podría alzarse con el Oscar en la categoría de no ficción. «Me gustaría estar en Ucrania, acompañando a los que siguen allí, y es a lo que volveré en cuanto terminemos la promoción en Estados Unidos, pero tengo que enseñar la película, tengo que asegurarme de que el mundo la vea. Eso es parte del periodismo, también. No solo tienes que contar las verdades, tienes que intentar asegurarte de que se publiquen, se conozcan y se vean», confiesa Chernov a este diario desde Los Angeles, donde está peleando por unas nominaciones que se conocerán el 23 de enero.
Armado con un par de cámaras, unas cuantas baterías y su equipo de producción, Chernov recorre en «20 días en Mariúpol» todas las dimensiones del horror en vivo. Desde las primeras horas de desconcierto, donde el periodista casi conduce a una muerte segura a varios ciudadanos creyendo en la buena fe de las tropas rusas para con los civiles; hasta el infame bombardeo del ala de maternidad del hospital de la ciudad, pasando por las acusaciones de propaganda que los medios rusos vertían sobre las pocas imágenes que el director conseguía enviar a sus enlaces internacionales y que han llenado nuestros informativos en los últimos dos años. «Es increíblemente grave que se nos haya acusado de estar usando actores o barbaridades de ese tipo. Pero al mismo tiempo, no puedo decir que me sorprenda. Las narrativas falsas corren como la pólvora, pero entiendo que es así como transcurre la historia contemporánea, entre “fake news” y propaganda. Cuando las generaciones venideras estudien nuestro tiempo, será lo que más les llame la atención, esa dinámica de relatos», apunta un Chernov que, día a día, es capaz de llevar a cabo un ejercicio de inmersión pocas veces visto, un descarnado contacto con la horrible realidad de un conflicto armado.
«No quería que las emociones se comieran el documental. Había que ser rigurosos y no responder a ninguna narrativa externa, solo mostrar. No intentamos transmitir ningún mensaje concreto, solo aportar contexto. Eso es todo lo que hacemos, llenar los huecos con información, con imágenes», explica el director de un documental que sí, se acerca a los albores de la invasión desde una perspectiva meramente informativa, pero que termina avasallando por el poder de lo que muestra. Así, quedan registradas las muertes de varios niños en los primeros días de asedio, las camillas llenas de sangre que no se llegan a enfriar antes de que les llegue otro cadáver o las fosas comunes, donde ciudadanos desorientados intentan darle un último adiós a los suyos mientras la nieve sigue endureciendo la tierra.
¿Tenía miedo Chernov a que la dureza de lo mostrado pudiera alienar al espectador? «Al principio sí, pero luego me di cuenta de que no iba a ser así. Cuando pusimos por primera vez la película en Sundance, tenía miedo. ¿Se iría la gente de la sala? ¿Pensarían que es demasiado? Y justo después tuvimos un coloquio, en el que se quedó todo el mundo y en el que todos apreciaron inmensamente esas imágenes, precisamente, porque son reales. Tuvimos mucho cuidado a la hora de mostrar a las víctimas, sobre todo a las mortales, por puro respeto. Quisimos hilar muy fino, de manera muy considerada para que el impacto no fuera visual, sino emocional. La tristeza es lo primero que te impacta, lo jodido y lo duro es el impacto emocional», explica el director antes de continuar, sobre la decepción que ha supuesto para muchos ucranianos el abandono informativo de la invasión, desde que estalló de nuevo la violencia en Gaza. «Si solo ves cascotes y ruinas, empiezas a pensar que, de algún modo, la invasión es algo aceptable. Y eso da mucho miedo. Imagina que Madrid o Barcelona fueran bombardeadas día tras día, las ciudades quedaran destruidas y la gente fuera masacrada por Rusia. Pero cuando España como país le pidiera ayuda al resto del mundo, ellos lo normalizaran. Es absurdo que la gente esté haciendo una vida normal apenas a unos kilómetros de esta situación. Cuando has estado allí, no entiendes cómo la vida puede seguir. La indignidad se convirtió en normalidad. Pero los ucranianos van a seguir peleando, porque lo hacen por su propia supervivencia. Puedes reconstruir las ciudades, pero no puedes traer a la gente de entre los muertos», añade apenado.
Antes de despedirse, y consciente del valor histórico de su documental, Chernov vuelve a recalcar que él no es el protagonista de la historia, sino los más de 25.000 muertos en el cerco a Mariúpol. «Como reportero, soy consciente de que la gente olvida, y eso es lo que no podemos permitir. Por eso teníamos que enseñar la invasión, por triste o rabioso que eso me ponga. Me entristece no haber podido hacer más. Mi obligación es hacer este trabajo por aquellos que no han podido, porque ni yo mismo sé como he sobrevivido».