Gonzalo Alonso

¿Conseguirá Dominique Meyer que La Scala levante cabeza?

Desde 2005, tras la caída de Carlo Fontana, La Scala ha tenido al frente de su gestión a Stèphane Lissner, que permaneció hasta 2012, y Alexander Pereira.

«I masnadieri», de Verdi, se representará en La Scala hasta el 7 de julio, cuenta con Lisette Oropesa como Amalia
«I masnadieri», de Verdi, se representará en La Scala hasta el 7 de julio, cuenta con Lisette Oropesa como Amalialarazon

Desde 2005, tras la caída de Carlo Fontana, La Scala ha tenido al frente de su gestión a Stèphane Lissner, que permaneció hasta 2012, y Alexander Pereira.

La Scala, el teatro que representa lo más sagrado de la lírica italiana en el mundo, parece no levantar cabeza. Desde 2005, tras la caída de Carlo Fontana, ha tenido al frente de su gestión a Stèphane Lissner, que permaneció hasta 2012, y Alexander Pereira. Sorprendentemente un francés y un austriaco. Lissner fue el primer extranjero en ser nombrado intendente. Las cosas andaban entonces muy revueltas en el teatro a causa de las perennes luchas internas entre los seguidores de Claudio Abbado, alejado de la Scala, y Riccardo Muti. Ese enfrentamiento afectó enormemente a su gestión empresarial.

El alejamiento de Muti supuso la caída de Fontana y la llegada de Lissner. El francés se mantuvo a trancas y barrancas, con una gestión crecientemente criticada. El regreso de Claudio Abbado, tras veintiséis años de ausencia, fue su último cartucho y, en 2012, su contrato no fue renovado. Le sucedió entonces Alexander Pereira, que traía consigo una brillante gestión en la Ópera de Zurich y una muy breve y bastante menos brillante en el Festival de Salzburgo. Su periodo scaliero no estuvo ausente de críticas. Entre ellas la de abusar de las producciones de Salzburgo para la contratación y, ya últimamente, promovió un acuerdo financiero con Arabia Saudí, que suponía incluir al ministro de Cultura de ese país en la junta de la Scala. El escándalo fue tal que se canceló el acuerdo y la Scala hubo de reembolsar al país árabe. Se decidió no renovar su contrato, que expiraba en 2020.

¿Qué hacer ahora? Se preguntaron en la Scala.

La moda actual en la Italia lírica es acudir a los «headhunters» para la gestión de sus teatros. Se barajaron los nombres de Dominique Meyer y Carlo Fuortes. A favor del segundo estaba Attilio Fontana, presidente de la Lombardía, deseoso de que un italiano volviera a dirigir la Scala. Fuortes habría estabilizado las cuentas de la Ópera de Roma, muy endeudada. Sin embargo, era claro que su curriculum no podía equipararse al de Meyer y, sorprendentemente, los sindicatos habrían apostado por el francés, quien al final ha sido elegido, aunque la decisión no debe haber resultado fácil. Una gran baza de Meyer era la de ser el único gestor de un gran teatro en estar disponible para 2020. Sus preferencias iban por la renovación en Viena o París, pero ambas resultaron imposibles. Dominique Meyer fue asesor del Ministro de Economía Jacques Delors y luego del Ministro de Cultura Jack Lang, ambos del Partido Socialista.

En la década de 1990 comenzó su carrera en el sector operístico como director general de la Ópera de París (1989). Dirigió la de Lausana y fue director general y artístico de Théatre des Champs-Elysées. Allí convirtió en residente a la Filarmónica de Viena. Justa recompensa fue la Ópera de Viena, donde la Filarmónica es dueña del foso. Supuestamente, también habría habido un «toma y daca» con la Scala, recibiendo el apoyo de Alberto Veronesi, director artístico de Torre del Lago, quien en septiembre dirigirá «Il trovatore» en Viena, y director de orquesta ligado al clan Abbado, muy potente en Italia. Como dicen en Italia –«Se non è vero e ben trovato»– y las cosas no dejan de estar nunca entrelazadas. Lejos, muy lejos, quedan los tiempos de Ghiringhelli o Siciliani, intendentes que dominaban la economía tanto como lo artístico.