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Crítica de "El rapto": con la Iglesia hemos topado ★★★★

Director: Marco Bellocchio. Guion: M. Bellocchio, Susanna Nicchiarelli, Edoardo Albinati, Daniela Ceselli. Intérpretes: Filippo Timi, Fabrizio Gifuni, Barbara Ronchi, Paolo Pierobon. Italia, 2023. Duración: 125 minutos. Drama.
Un fotograma de "El rapto"
Un fotograma de "El rapto"Imdb
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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A vueltas con las instituciones de control -el Estado, la familia, la Iglesia- que tanto interesan a Marco Bellocchio, “El rapto” muerde la mano de la religión católica con violencia histérica. Frente al horror kafkiano, de sombras siniestras y códigos clandestinos, de la magnífica “La sonrisa de mi madre”, está el horror sísmico, un tanto operístico, de “El rapto”. No obstante, el objetivo de ambos filmes es el mismo: Bellocchio quiere demostrar que la Iglesia católica es una secta, y que, en nombre de la fe y con la impunidad como ley, es capaz de convertir en pesadilla la vida de los que se resisten a bautizarse en la sangre de sus intrigas.
En Bolonia, en el siglo XIX, un bebé judío fue bautizado en secreto por la criada de la familia y, seis años después, la Iglesia lo reclama como suyo, lo secuestra, lo reeduca en el catolicismo. La película cuenta, por un lado, la historia de su largo proceso de abducción y lavado de cerebro y, por otro, la lucha de su familia para recuperarlo. Lo que podría haber sido una educada reconstrucción histórica se convierte, en manos del cineasta italiano, en un furioso, vertiginoso grito incendiado.
El apasionante pulso entre los dos bandos de esta guerra sin cuartel completa un fresco sobre el poder que Bellocchio lleva pintando desde los tiempos de “Las manos en los bolsillos”, siempre con un perdedor en su centro de gravedad: el individuo es un accidente menor, se deja ganar por la fuerza opresora de la institución. No sabemos cuando más se nos hiela el alma, al oír al Papa Pio IX, imbuido del espíritu del Rey Sol, negándose a devolver a su rehén (“Non possum”, espeta orgulloso: “No puedo”), o cuando la víctima vuelve a lo que fue un día su hogar, ahora un espacio ajeno de la memoria.
Lo mejor:
La enfurecida furia de su denuncia, implacable cuando se trata de desgarrar el poder eclesiástico.
Lo peor:
A veces flirtea con la posibilidad de caricaturizar a sus villanos.