Delphine Girard defiende a las "malas víctimas" | Festival de San Sebastián
La directora belga firma en "Through the Night" ("Quitter la nuit") una inteligentísima ópera prima sobre la manipulación del relato tras una agresión sexual
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Cuesta comprenderlo cuando ya no dormimos en cuevas ni dependemos de los rayos para poder cocinar la carne, pero hay quien todavía cree que ser víctima implica también parecerlo. Sin lágrimas ni aspavientos no hay «buena víctima». Si tu existencia no se ha roto en mil pedazos por una agresión sexual no se puede comprender de qué te estás quejando. Por esa grieta de la sociedad, más candente que nunca en países como el nuestro, se cuela la directora belga Delphine Girard con su extraordinaria ópera prima, "Throught the Night" ("Quitter la nuit").
A partir de una llamada de emergencias tras una agresión sexual, la realizadora nos cuenta las vidas, a posteriori, de sus tres protagonistas: la mujer agredida (Selma Alaoui), poco dispuesta a que el episodio criminal le arruine la vida; el agresor (Guillaume Duhesme), aparentemente modélico y decidido a olvidar aquella noche; y, aquí está lo original de la propuesta, también la operadora que recibe la llamada, interpretada por una soberbia Veerle Baetens a la que los más cinéfilos recordarán por su papel en «Alabama Monroe» (2012).
«No sabría decir si la película nace más de una pulsión artística o política, porque para mí ambas forman parte por igual de mi visión del mundo», explica a LA RAZÓN la propia directora, de visita en San Sebastián para presentar su película en la sección Zabaltegi Tabakalera. Y sigue: «Cuando hablamos de justicia, o pedimos que se haga, normalmente estamos hablando de la sensación de reparación. Pero es que hay a quien no le vale o no le interesa esa sensación. Solo desean seguir adelante con sus vidas y no tener que cambiarla por algo en lo que no han tenido elección. ¿Por qué una víctima no puede rehacer su vida? ¿Hasta cuándo tiene que estar sufriendo para que lo que le ha ocurrido se pueda interpretar como verídico?», se pregunta combativa Girard, responsable aquí de un estudio casi teatral de la materia, una respuesta combativa ante los argumentos canónicos del machismo.
Pero, ¿hemos perdido ya la batalla de partida cuando hablamos de consentimiento y no de deseo o de placer? «Espero que no, porque creo que realmente, y más allá de definiciones, todo esto va de empatía. Todo el mundo sabe perfectamente cuándo el sexo es compartido y, si uno tiene dudas, es que no lo está siendo», opina la realizadora, que cree que nuestro esfuerzo de apreciación debería virar hacia otros lugares: «Quería hacer esta película porque muchas veces no tenemos en cuenta cómo afecta el después a la vida de las personas. Para el agresor, sobre todo si sale impune, el episodio apenas será anecdótico, mientras que para la víctima o incluso para quienes han vivido el proceso judicial o mediático muy de cerca lo descrito será increíblemente difícil de olvidar por mucho que una pueda recomponer de algún modo su vida», añade.
-PREGUNTA. Desde que la película se vio hace unas semanas en Venecia, se habló de lo inteligente que era acompañar en la historia también al perpetrador, al agresor. ¿Le planteaba eso algún tipo de dilema ético?
-RESPUESTA. Quería levantar una historia que concerniera a todo el mundo, de ahí las perspectivas de los tres personajes pese a que el hecho es objetivo. La perspectiva de él también. La conversación global que permite la película es una muy compleja y, por tanto, tiene que tener en cuenta todas las perspectivas sin por ello menospreciar el testimonio de la víctima. No se trata de castigar en blancos y negros, porque como cineastas tenemos la oportunidad de bailar con los grises e intentar comprender mejor el mundo que nos rodea. Cuando lo escribí, no lo hice con una intención justiciera, si no con la de mostrar cómo puede afectar un hecho así a una persona. Y fue un debate importante, incluso con el actor, porque les costaba entender que yo no quería dibujar malos o buenos, si no indagar en los grises de una verdad objetiva. Solo así podremos avanzar en el debate.
-P. Sobre la conversación que abre la película, ¿es posible mantenerla cuando hay quien sigue negando la cultura de la violación y hay una parte del feminismo hegemónico que ya se ha cansado de hacer pedagogía?
-R. Creo que puedo entender ambas posturas, porque son resultado de una polarización casi involuntaria. Todo va demasiado rápido y hay que posicionarse lo antes posible para que no sospechen de uno. Como cineasta, no soporto a la gente que divide el mundo en dos únicas posturas inamovibles. Odio el conmigo o contra mí. Tiendo a ser inclusiva en las discusiones, incluso aceptando opiniones ciertamente intolerables, aunque sea para entenderlas, para ver con qué argumentos se lanzan. Ojalá todo el mundo fuera así, pero no soy tan idealista. Podemos hablar de todo, siempre que pongamos el interés de la víctima como innegociable.
De excelente factura visual, "Through the Night" aterriza en Donosti tras epatar en las secciones paralelas del Festival de Venecia con su sinceridad poco aleccionadora: aunque la cinta mantenga una tesis firme, esta no se come el filme, si no que, al contrario, la eleva desde el panfleto al inteligente manifiesto. De hecho, Girard explica a LA RAZÓN que en la primera visión que imaginó para la película, cada historia de las tres perspectivas que componen la película iba a tener un corte distinto, pero eso "provocaría un juicio a priori por mi parte como cineasta, eligiendo unos colores o unos usos de la luz distintos para con la objetividad que persigue el relato". Sin buenas ni malas víctimas, y sin agresores deformados por el espejo del juicio paralelo, la ópera prima de la directora belga debe tomarse en cuenta desde ya como una de las mejores lecturas del año sobre la violencia ejercida desde el relato.