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Cine

Festival de San Sebastián | Isabel Coixet: "Nunca te acostumbras a que la naturaleza humana sea tan cabrona"

La directora regresa a Donosti con "Un amor", adaptación de la novela homónima de Sara Mesa protagonizada por Laia Costa y Hovik Keuchkerian

Isabel Coixet durante el rodaje de "Un amor", adaptación del libro homónimo de Sara Mesa
Isabel Coixet durante el rodaje de "Un amor", adaptación del libro homónimo de Sara MesaZOE SALA

Es una cuestión estrictamente práctica, por la logística de las semanas previas al Festival de San Sebastián, pero la directora Isabel Coixet (Barcelona, 1960) recibe a LA RAZÓN con una estantería llena de libros a la espalda. Recortada por un sofá decimonónico, en el café-librería Ocho y Medio -quizá el lugar más cinéfilo y bibliófilo de la calle más cinéfila y bibliófila de Madrid-, la mujer con más Premios Goya de la historia del cine español se explica con un tipo de honestidad, autoconsciente y autodidacta, de la que ya no se fabrican piezas. No es que a Coixet, que ya ha ido y ha vuelto varias veces antes de que se derrame la primera pregunta le importe ya poco el qué dirán, si no que la proyección de sus respuestas, alejadas de lo catedrático pero meridianas como manual de uso, nos describe a una voz plenamente consciente de su propio poder.

"A mí el apelativo literario me gusta. Pero es que a mí me gusta leer, la literatura. Mis personajes leen y esas cosas", bromea la realizadora sobre la eterna esencia de la lignina en su filmografía, justo antes de poner de largo en Donosti la película "Un amor", basada en la novela homónima de la escritora Sara Mesa. "Desde que empezó a publicar, siempre me ha gustado lo que hace Sara Mesa. Me gusta mucho su estilo, los temas, esa cosa áspera que tiene y desarrolla, muy poco complaciente. Compré el libro al día siguiente de que saliera, creo", explica Coixet, sobre su primer contacto con uno de los últimos súper-ventas de las letras españolas. Y sigue: "La primera lectura fue un golpe seco en el esternón. Me gustó mucho el personaje protagonista, el ambiente y que lo que se planteara fuera un juego de cambalaches. Vivimos en un mundo en el que todo se juzga, y me gustaba cómo el libro sabía expresar eso. Una cosa es opinar, pero juzgar es más peligroso. También porque es más fácil. La misma Sara Mesa me dijo que su personaje es uno de los más odiados de la literatura española contemporánea", añade la directora.

"Un amor", de Isabel Coixet, compite por la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián
"Un amor", de Isabel Coixet, compite por la Concha de Oro en el Festival de San SebastiánBUENA PINTA MEDIA

Un cambalache en negro sobre blanco

"Penelope Fitzgerald estaba muerta y nunca sabremos qué le parecía mi adaptación a Philip Roth, pero me lo puedo imaginar", incide sarcástica la directora, en relación a proyectos como "La librería" (2017) o "Elegy" (2008), también provenientes del negro sobre blanco pero radicalmente distintos en su relación para con el autor. Sara Mesa, de hecho, declinó formar parte del proceso de escritura del guion, dejando en manos de Coixet la traslación final: "Ella era muy consciente de lo que significaba. Esta es la primera novela suya que se adapta y yo creo que ahora vendrán muchas más cosas a partir de sus textos. Ella sentía mucha curiosidad por el proceso de cásting y, como le gustan mucho los perros, hasta le iba mandando fotos de los que veíamos para la película. Mi principal preocupación es que no se viera traicionada. Y yo creo que, aunque he introducido elementos que no están en la novela, pienso que es bastante fiel a la esencia", confiesa en pose relajada la directora, orgullosa del trabajo hecho.

Así, en "Un amor", caótico y salvaje regreso de Coixet a la Sección Oficial de un gran festival internacional, la realizadora nos presenta a Nat (primorosa Laia Costa). En una huida hacia adelante constante, la protagonista irá a parar en un pueblo de montaña, frío y por momentos fantasma, donde todo el mundo parece que se conoce y, lo que es peor, todo el mundo cree que se conoce. "No leí la novela como un regreso a lo rural. Evidentemente, ella va a vivir a un sitio aislado, sí, pero yo creo que hay una dimensión ahí más metafórica. El conflicto de Nat no es un conflicto rural, es más eterno y universal, es un conflicto de una mujer herida, rodeada de hombres en apariencia buenos que empieza a obsesionarse. Cae en una obsesión con un hombre de pocas palabras y pragmático", completa la catalana, en referencia a Andreas, "el alemán" (Hovik Keuchkerian). Asediada por un casero que muerde (Luis Bermejo) y un vecino que solo ladra (Hugo Silva), Nat encontrará en el hombre hierático una solución a su problema más inmediato: las amenazantes goteras de su casa la llevan a aceptar un curioso trato por el que Andreas le arreglará el techo a cambio de sexo.

"La primera vez, está claro que ella, en su cabeza, se dice que se va a dejar follar. Como una cosa práctica. A cambio de tener arregladas unas goteras. Pero es que no son solo las goteras, es que esa casa se está cayendo a cachos. Ella toca la tierra y está húmeda. Todo eso en su cabeza va sumando. Aunque al principio ella se haga una idea propia en la cabeza de que solo va a ser un polvo, que el tipo se lo ha pedido como correctamente... Será un mal rato, pero hay algo en ese mal rato que la despierta. ¿Qué puedo pedirle yo a este tipo ahora? ¿Vamos a dejarlo así? Uno de los momentos más tristes de la película es cuando ella le pregunta: "¿Si yo no hubiera vuelto, me habrías ido a buscar?" Y él dice que igual no. Ahora decimos que los hombres están confusos y todo eso, pero es que las mujeres también estamos confusas. Las mujeres tampoco tenemos las cosas claras y también hay que decirlo. No hay que caer en esta especie de pensamiento monolítico sobre lo que es el deseo, el consentimiento y cómo cambian las cosas. Desenvolverte en todo eso con una cierta ética personal es difícil y ocultarlo es idiota", apunta Coixet para oídos inquietos.

"No hay que caer en esta especie de pensamiento monolítico sobre lo que es el deseo, el consentimiento y cómo cambian las cosas"

Isabel Coixet

Y sigue, aprovechando que la coyuntura social le puede imprimir una capa más de contemporaneidad a su película: "Consentir no es sentir ni acceder... es como un "bueno, va", que no es activo, es pasivo. Ahí hay muchos grises. Lo que no sirve para este debate son las generalizaciones, definir en compartimentos cerrados qué es el deseo y qué es el consentimiento. Hay una educación ahí que pasa por todos los matices del gris y es muy difícil. No es tan fácil como decir que las cosas no se pueden encasillar y ya está", aclara la directora, que aquí firma con tacto exquisito una escala de colores del sexo, desde el incómodo hasta el animal, pasando por el romántico y hasta el práctico. "El sexo es sucio, el sexo es torpe, hay gruñidos, hay ruido, hay cosas incómodas... Yo les dije lo que quería a los actores y cómo lo que quería hacer. Y, claro, les ofrecí un coordinador de intimidad, que ahora cada vez hay más, pero no lo consideraron necesario", añade.

Festival de San Sebastián | "Un amor":
Festival de San Sebastián | "Un amor":

"Para mí es muy importante tener conversaciones de adultos. Yo no quería rodar una película porno. No es el caso. No necesito calentarme en un rodaje. No necesito ni siquiera desnudez. Lo que necesito es la representación del deseo para que el espectador entienda qué le está pasando a ella. En ese sentido, Laia tenía mucha experiencia y Hovik era la primera vez que hacía algo así, una escena de cama. Él nos decía que se quedaba en nuestras manos", rememora la directora, sumándose a declaraciones como la de su colega Mia Hansen-Love contra la atomización del oficio de la dirección, siendo consciente, como explica "de todo lo que tus intérpretes te puedan decir y, sobre todo, de lo que no te puedan decir por pudor o por la razón que sea".

"Yo no quería rodar una película porno. No es el caso. No necesito calentarme en un rodaje"

Isabel Coixet

Pero aunque el deseo, el sexo, el consentimiento y todo lo de en medio sean parte importante de "Un amor", las tesis de la película pasan por la misantropía que se desprende del relato. Comparada con el mimo con el que Coixet filma a la Lili Taylor de "Cosas que nunca te dije" (1996), obra clave en su cine, la Nat de su última película parece situarse en las antípodas. Allá donde exista un defecto, se irá la cámara; allá donde aflore un trauma, se acercará el objetivo; allá donde se deje ver un fallo, el espectador será el primero consciente del mismo. "Si la tuviera que definir, diría que es alguien que se pasa papel de lija por la rodilla. No sé, quizá es verdad que con la edad aprendes ciertas cosas. No te acostumbras a que la naturaleza humana sea tan cabrona, pero también sabes que es inútil ocultar que lo es. Es verdad, quizá mi visión del mundo es amarga, que no amargada, porque me han pasado muchas cosas. Siento la curiosidad que sentía, pero hay una parte de inocencia que he tenido que perder para sobrevivir. Entonces, Nat y su peripecias son muy próximas para mí. Laia, como persona, no tiene nada que ver con Nat, yo sí tengo que ver con ella. Yo sí que me he visto descendiendo a los infiernos", confiesa sincera Coixet, sin perder nunca de vista lo racional de su discurso, pero al fin mostrándose vulnerable.

"Es una película sobre los que no encajábamos. Ni cuando teníamos 5 años en el patio del colegio ni ahora. Pero igual el encaje está sobrevalorado"

Isabel Coixet

Antes de despedirse, y de encarar desde hoy lo que será una exitosa temporada de premios, la gran maestra que es Coixet vuelve a dejar una pincelada sobre la persona que hay detrás del personaje: "Es difícil, a veces, pensar, centrarte en las cosas buenas. Los cineastas no podemos centrarnos solo en las cosas buenas porque si no haríamos cosas muy aburridas. Es como lo de las familias que decía Tólstoi, ¿a dónde vamos con una familia feliz? Es mucho más fotogénico y atractivo el conflicto. El conflicto de una persona que llega a un sitio nuevo y se encuentra con gente que, aparentemente, es amable o la quieren ayudar... O quizá la quieren ayudar demasiado. Es una persona que no encaja, pero que no encajaba ya desde antes. Es una película sobre los que no encajábamos. Ni cuando teníamos 5 años en el patio del colegio ni ahora. Pero igual el encaje está sobrevalorado", sentencia casi pidiendo, ya en montaje, que entre el sonido del salto de línea de una máquina de escribir.