Sección patrocinada por sección patrocinada

Hallazgos arqueológicos

Descubren un circo romano en Sevilla: el más grande espectáculo del mundo

Ningún espacio circense de los que disponemos actualmente en España se asemeja al recientemente encontrado de la época romana en el enclave sevillano de Santiponce del Río

 Infografía resultado de los últimos trabajos científicos desarrollados en la antigua ciudad romana de Itálica en Santiponce (Sevilla), auspiciados por la Consejería de Turismo, Cultura y Deporte en colaboración con la Universidad de Sevilla, han permitido localizar lo que podrían ser los restos de su circo, del que se cree que tuvo una extensión de unas ocho hectáreas.
Infografía resultado de los últimos trabajos científicos desarrollados en la antigua ciudad romana de Itálica en Santiponce (Sevilla), auspiciados por la Consejería de Turismo, Cultura y Deporte en colaboración con la Universidad de Sevilla, han permitido localizar lo que podrían ser los restos de su circo, del que se cree que tuvo una extensión de unas ocho hectáreas. Junta de AndalucíaAgencia EFE

Este lunes, amanecía con una noticia impresionante. El equipo dirigido por Alejandro Jiménez Hernández de la Universidad de Sevilla publicitaba la localización del circo de la ciudad de Itálica (Santiponce del Río, Sevilla), patria de los emperadores Adriano y Trajano quienes, junto con Teodosio I, fueron los grandes soberanos hispanos de la historia imperial. El empleo de diversas técnicas de prospección geofísica llevadas a cabo por miembros del Instituto Universitario de Investigación Andaluz de Geofísica y Prevención de Desastres Sísmicos de la Universidad de Granada llevo a rotunda conclusión: el descubrimiento de un recinto descomunal digno de las más grandes ciudades del imperio.

Según la nota de prensa, el recinto de 532 metros de longitud por una anchura de entre 140-155 habría acogido a 80.000 asistentes. Esta cifra, si se confirma, resulta sobrecogedora. En España disponemos de un buen número de recintos circenses pero ninguno se le asemeja. Así, por ejemplo, los de Tarragona y Mérida «apenas» albergaban a unos 23.000 y 30.000 espectadores. De este modo, este gigantesco espacio entraría en la liga de los de ciudades tan importantes como Antioquia o Alejandría y siendo apenas superado por el hipódromo de Constantinopla y, por supuesto, el Circo Máximo de Roma. Este hallazgo, por lo demás, no sorprende.

Verifica la existencia de la gran triada de espectáculos romanos en la opulenta Itálica, pues se une a los ya conocidos teatro y anfiteatro y, de hecho, su descomunal tamaño se equipara con el de la arena gladiatoria pues, con una capacidad para 25.000 espectadores, es la tercera más grande del imperio. Esta obsesión por el tamaño habla mucho sobre una urbe que no superaba los 10.000 habitantes, sobre su afición a los espectáculos, que debía ser todo un faro para el entorno inmediato, y, de hecho, en esta línea, disponemos de numerosas evidencias epigráficas relativas a las enormes inversiones que la rica clase curial de la ciudad tuvo que afrontar.

Monumentalidad

Precisamente, la epigrafía había sido hasta el momento la evidencia indirecta más obvia para la existencia del circo de Itálica puesto que preludiaba la existencia tanto de «ludi», o competiciones circenses, como del mismo espacio. De este modo, un estupendo mosaico hoy perdido representaba al circo recién redescubierto e incluso nombraba a dos de los aurigas que allí corrieron, a Mascel y a Marcianus. Y no es la única inscripción. En las gradas del teatro de la ciudad se halló, bendito gamberrismo, el grafito realizado por un «amator» o aficionado dedicado a otro auriga también llamado Marcianus así como a tres de los caballos con los que competía: Appeanus, Filoctila y Solator. Por su parte, otro mosaico italicense muestra a un auriga victorioso recogiendo como premio a su victoria una corona de laurel acompañado por la diosa Venus, patrona del espectáculo, y a otras dos figuras que han de reconocerse como los editores o patrocinadores de los «ludi» y dueños de la villa donde se encontraba el mosaico.

Pero, vistas las cifras aportadas, ¿cómo se justifica la existencia de un circo tan enorme? Por una parte, la próspera Itálica no era una ciudad cualquiera como lo demuestra su monumentalidad y, por otra, por el genuino gusto romano por las competiciones circenses. Aunque en la cultura popular se estima, conforme a su exotismo e impacto mediático, que el mayor espectáculo de Roma fueron los «munera gladiatoria», esa no fue la realidad. La verdadera pasión era la sentida por los cuatro colores que competían en el óvalo circense, por los azules, los verdes, los rojos y los blancos, presentes en los circos de todo el Imperio. A diferencia de los héroes individuales del anfiteatro, se seguían a los colores y se vibraba con extraordinaria fuerza tanto dentro como fuera de las gradas.

Las discusiones y los arrebatos por el espectáculo eran sentidos en los foros, en las tabernas, en las escuelas y hasta en el palacio imperial. Fueras rico o pobre, esclavo o libre, el sentimiento se imponía. Y, muy en especial, en las gradas, donde los miles de seguidores cantaban, gritaban, protestaban, suspiraban, vestían sus colores y emulaban a sus héroes, fueran los aurigas o incluso los caballos. En especial, los más ruidosos de todos los seguidores se organizaban con el objeto de defender ciegamente a los suyos, tanto que no dudaban en ejercer la violencia en su defensa. La pasión, movida también por el dinero de las apuestas, también alcanzaba lo sobrenatural y no son extraños los conjuros y las maldiciones para favorecer al amado y desgraciar al odiado rival. Era algo más que la vida para muchos pues, como denunciara Amiano Marcelino, «su templo, su hogar, su asamblea y la esperanza de todos sus deseos es el Circo Máximo». Una parte de esta locura, tan cercana a nuestro presente, es lo que acaba de descubrirse en Itálica.