«El capitán»: El infierno no ha acabado
Robert Schwentke se adentra con «El capitán» en la durísima historia de un desertor que acabó por protagonizar una espiral criminal en los últimos días del nazismo
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Robert Schwentke se adentra con «El capitán» en la durísima historia de un desertor que acabó por protagonizar una espiral criminal en los últimos días del nazismo.
Un joven huye en medio de la nieve mientras un grupo de soldados nazis lo persigue a tiro limpio. El primer anzuelo de «El capitán», la durísima película de Robert Schwentke, está lanzado: «Si el espectador ve a alguien huyendo, sin saber nada de él o aunque piense que es un torturador, se pone de su lado. Y eso en sí ya es increíble», señala el realizador alemán. Deseamos instintivamente que ese chico, en apariencia un desertor, salve la vida. Y es lo que sucede, de hecho, pero solo para que aprendamos una buena lección.
Un traje de la Luftwaffe
La historia real de Willi Herold es de esas que estremecen y dan la medida de la decadencia, el sadismo y la arbitrariedad de las últimas semanas del nazismo y al mismo tiempo nos explica la importancia de lo que supone parecer más que ser en un regimen totalitario. En 1945, a los 19 años, Herold, presuntamente desertor, encontró en un vehículo abandonado un traje de oficial de la Luftwaffe y, con él, y un grupo de desorientados soldados presa de la anarquía del frente, se presentó como capitán en varios campos de concentración de Alemania del Norte, donde, bajo estrictas órdenes de Hitler, según decía, ejecutó a cientos de presos en una escalada de violencia que no parecía casar con aquel modesto deshollinador llegado, como tantos, a la guerra.
«No era un nazi ideológico. Al principio lo que busca es sencillamente su propia supervivencia», asegura el director. Pero, añade, «empezó a gustarle el poder y eso lo fue cambiando. Se dijo que de todos modos aquellos prisioneros iban a morir. Todos tenemos la capacidad como seres humanos de explicarnos las atrocidades más grandes, y eso es lo que hace Herold».
Tanto que de algún modo su progresión en el mal es equivalente a la lógica histórica del nazismo, en ese continuó «tour de force» que llevó a la Solución Final y todos los crímenes de guerra. Compungidos, asistimos como espectadores a una brutal espiral de crímenes: «El grupo de Herold ya no controla su líbido. Pasamos hora y media de la película viendo cómo nadie se atreve a decirle que no. Él va rompiendo puerta tras puerta y no llega una sola persona que le plante cara». Todo ello, recuerda Schwentke, en el contexto grotesco de la caída del nazismo, «que era ya como el salvaje oeste, pero donde algunos aún se empeñaban en cumplir las leyes».