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El día en que los robots sean otra raza más

Escena de «Inteligencia Artificial»
Escena de «Inteligencia Artificial»larazon

Instala a un ser humano en un cuarto para que sea entrevistado por medio de un monitor. Si la persona descubre que al otro lado no se encuentra un humano, sino una máquina, todavía no hemos llegado al momento abismo, ése en el cual no sepamos distinguir la inteligencia artificial de la biológica. Esto es el Test de Turing (por Alan Turing, científico y matemático inglés, considerado el padre de la computación). Y, por ahora, las pruebas siguen resultando fallidas: siempre reconocemos a la máquina.

Pero la inteligencia artificial (AI por sus siglas en inglés) ha dejado de ser el título de una película de Steven Spielberg y se ha convertido en una realidad cada vez más potente y cada año más cercana a pasar el test de Turing.

Las predicciones de la ley de Moore (los transistores en un microchip se duplicarán cada 18 meses) se vienen cumpliendo desde los años 1960. Y en una década alcanzarán la capacidad de procesamiento del cerebro humano. Y en 20 años podrían superar la de la humanidad al completo. Eso no les hará convertirse en máquinas con conciencia. Pero, al igual que hoy algunos robots o softwares son capaces de identificar emociones (Pepper, de la empresa SoftBank, reconoce diferentes estados anímicos humanos), traducir discursos al instante (la estrenada recientemente capacidad de Skype) o basar su sistema de procesamiento en un microchip inspirado en la red neuronal de un cerebro biológico (un ejemplo es Synapse, el chip de IBM), en un futuro cercano, todas estas cualidades podrán reunirse en un mismo cerebro artificial.

En «Trascendence», estrenada en 2014, un cerebro humano es convertido un ente digital con la capacidad de conectarse a toda la red. «Lucy», el filme de Luc Besson planteaba un porvenir similar. Hoy las máquinas aprenden de nuestro uso y hasta de modo independiente gracias a algoritmos que potencian sus habilidades hasta límites insospechados. Se trata de Deep Learning. Google lo utiliza para hacer más efectivas las búsquedas, personalizando nuestras preguntas para respondernos directamente a cada uno de nosotros. Facebook recurre al Deep Learning para controlar imágenes (fotografías o vídeos) y ubicar usuarios.

Son los Pinochos del siglo XXII. Y ya están aquí.

Las máquinas del futuro, que no necesariamente tienen que tener un aspecto humanoide, ni siquiera precisan tener conciencia. Baymax, el entrañable (e hinchable) robot de «Big Hero 6» nos resulta simpático y le dotamos de cualidades empáticas por la ternura que despierta. Pero en su inteligencia no existe la noción del afecto. Puede tener lealtad, a la raza humana, a una voz en particular o a un iris ocular específico. A la inteligencia artificial del futuro le bastan solo dos cosas para aprobar el test de Turing y convertirse en otra raza de lo que hoy llamamos humanidad. La primera de ellas es tiempo. En dos o tres décadas, como mucho, nosotros mismos podremos acceder a dispositivos para el hogar, el entretenimiento o el deporte que hubieran dejado perplejo a Turing. Y la otra es la mentira. La inteligencia artificial no precisa tener empatía o mostrar otras características humanas. Basta con que sea capaz de hacernos creer que las tiene. Con ello alcanzaré al rango de post-humano. Cuando lleguemos a esa instancia, no solo veremos otras películas que nos resulten increíbles y luego se cumplan. También nos haremos otras preguntas que hoy ni siquiera imaginamos.