El tiempo del «mojigatriarcado»
La polémica en el programa «Operación Triunfo» en torno a la letra de una canción de Mecano que hablaba de «mariconez» pone en el foco el cambio de sensibilidad ante el léxico, que afecta a la visión sobre canciones importantes del rock español de antaño
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Desde el día en que Elvis su puso a menear lúbricamente sus caderas en un programa de televisión y el realizador se quedó afónico gritándole al cámara que le enfocara de cintura para arriba, las relaciones de la música pop y la mojigatería han sido complicadas. Estamos en una época en que todo ofende. Que uno se dé por ofendido no significa que tenga automáticamente la razón, pero por lo visto hay mucha gente que no entiende ese hecho tan simple.
La música popular está para contar lo que pasa por la calle, pero lo que pasa por la calle muchas veces no es ni agradable, ni de buen ver. Hay por tanto, un montón inacabable de letras en el acervo de la música popular que, en épocas hipócritas como la que vivimos (de vicios privados y virtudes públicas), se convierten en incorrectas. Incluso dejando de lado los ejemplos obvios de canciones que nacieron como humoradas para provocar a los bienpensantes, todavía encontramos innumerables casos de canciones que, creadas como simple reivindicación, mostraban tal honesta crudeza que podrían provocar hoy fácilmente el escándalo de los mojigatos.
Ahí está, por ejemplo, «Marica de terciopelo», el debut de Ramoncín y WC en los años setenta. Su título y sus primeros versos –«animal de ojos caídos», etc.– podían llevar al más miope y desinformado oyente actual a pensar en homofobia cuando la canción en su momento significó toda una reivindicación de las sexualidades alternativas que corrían por la calle. Sirvió incluso para que la cultura respetable se fijara aquí por primera vez en las letras de rock, entendiendo que traían noticias de lo que pasaba por las esquinas. Hasta un escritor consagrado como Umbral la elogió. Muchos casos de escándalos ofendidos responden a un exceso de celo, digamos, preventivo. Un caso hilarante es el de la excelente «American Pie» de Don McLean. La canción es una síntesis de la historia americana del último siglo a través de referencias a momentos brillantes de su música popular. En su estrofa final, habla de «the three men that I admired most» (los tres hombres que más admiré) y cita a continuación al padre, al hijo y al espíritu santo. Por lo visto, para algún censor del último franquismo, la sola posibilidad de que se mencionara al espíritu santo en una canción de rock era algo intolerable, independientemente de que fuera para bien o para mal. Así que el disco de Don Mclean salió en España con un pitido sobre ese verso.
Pero mis ejemplos favoritos son aquellos que se dan cuando la ironía es tomada al pie de la letra. La ironía es un juego intelectual que requiere de complicidad con el oyente. La complicidad está en interpretar que se está significando lo contrario de lo que se dice. Cuando el oyente es tan alcornoque que se toma la ironía literalmente, el escándalo y el momento surrealista están asegurados. Eso le hubiera pasado a la canción «Miéntelas» si el grupo madrileño Burning la hubiera publicado hoy en día. Retrataba una pequeña viñeta, muy de la época de los 70, cuando empezaban a cambiar los roles entre los hombres y estos veían que no era nada malo mostrarse vulnerables. Con hiriente sagacidad, denunciaba como todavía muchas mujeres, por las ideas preconcebidas del entorno, seguían sintiéndose más seguras con los hombres que se fingían invulnerables y mandones, como dioses. Para contarlo, escogían la voz en primera persona de un adolescente imaginario que veía desconcertado cómo, cuando se mostraba vulnerable, su chica favorita le prefería más matón. El glorioso e irónico estribillo («Miéntelas, ellas lo prefieren así») sería escándalo para melindrosos hoy en día. Ahora bien, mi caso favorito en ese sentido es el del grupo Las Vulpes quizá porque las conocí personalmente. Provocaron un revuelo enorme en los ochenta con «Me gusta ser una zorra» que evidentemente quería decir que «me gusta hacer esas cosas que los bienpensantes atribuyen a las chicas a las que insultan llamándolas zorras y que son cosas –como el sexo– que no me parecen nada mal». Dado que al público más lerdo hay que explicarle todo con detalle, porque muy rápido mentalmente no es y no se arregla bien ni con las síntesis, ni con la ironía, la canción provocó ya entonces un terremoto considerable.
Stendhal dijo que el arte es un espejo al borde del camino. La suciedad, por tanto, está en la mente de quien mira y no en la de quién pone el espejo. Si alguien cree que el público de OT es más listo que Stendhal, sentiré decepcionarle. En descargo de OT hay que decir que nunca ha pretendido ser arte, sino solo entretenimiento.El choque más cómico de los mojigatos se da hoy con el diccionario de la RAE. El diccionario debe contener todas las palabras del español sean feas o bonitas porque, si no, no podríamos descifrar «El Quijote» y las obras de los siglos lejanos. El diccionario de la Real Academia es normativo y, si aceptáramos la manera de pensar del «mojigatriarcado», se daría la paradoja de que es gramaticalmente correcto pero políticamente incorrecto. Hay que ver. Con la fama de aburridos que siempre hemos tenido los filólogos y ahora resulta que la dictadura popular de la mojigatería nos coloca en la posición de rebeldes y provocadores. Ahora entiendo por qué sentí la necesidad de pasar de rockero a filólogo. Qué emoción.