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El último Día del Teatro para dos grandes directores

Helena Pimenta y Ernesto Caballero, líderes de la Compañía Nacional y del Centro Dramático, respectivamente, celebran la jornada antes de dejar sus cargos al finalizar la presente temporada.
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Helena Pimenta y Ernesto Caballero, líderes de la Compañía Nacional y del Centro Dramático, respectivamente, celebran la jornada antes de dejar sus cargos al finalizar la presente temporada.
Una, Helena Pimenta (Salamanca. 1955), llegó en septiembre de 2011 a la dirección de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC); el otro, Ernesto Caballero (Madrid, 1957), en enero del siguiente año hizo lo propio en el Centro Dramático Nacional (CDN). Ante sí tenían el reto de liderar los escenarios estatales «en las peores circunstancias», define Caballero de «una etapa con más recortes que nunca». Y, aún así, lo hicieron sin rechistar y pensando en el teatro. Mirando al «gran repertorio español»; ella hacia el del Siglo de Oro, principalmente; y algo más contemporáneo él: «Lorca, Buero, Valle, Max Aub...», enumera.
Pero ocho años (5+3, en estos casos, por las prórrogas de sus contratos) pasan muy rápidos y, con el cierre de las programaciones de la temporada que viene, los dos directores ya encaran los últimos meses de sus mandatos (Pimenta termina a finales de agosto y Caballero el 31 de diciembre). «Aunque todavía queda perfilarla y que me la aprueben», explica Caballero. «Yo sigo “encerrá” preparándolo todo», responde la directora de la CNTC.
Una reclusión que Pimenta hace con gusto «porque ya hace tiempo que me reconozco como una adicta de esto», ríe. Solo así se explica el trabajo de una mujer que trabaja hasta reventar: «Siempre termino enfermando de algo. En lo emocional, la sala de ensayos me protege, pero con la gestión la cabeza está en otro lugar. De todo ello he ido aprendiendo y ya veo cuándo me voy a poner mala», continúa. Pero como «la vida es la risa y el llanto», dice, Pimenta ha aprendido a disfrutar de todo, hasta del sufrimiento, «porque siempre me llevo un revolcón, sea una comedia o una tragedia. Los textos me hacen preguntarme muchas cosas y me los llevo muy adentro». Y es que ser director de una institución como estas requiere «dedicación absoluta», apunta Caballero. Mañanas de ensayos y tardes de despacho o viceversa. «Depende del momento» y siempre a costa de las familias: «Tengo que pensar unas buenas vacaciones para septiembre porque si no me va a caer la bronca en casa. Pero no voy a parar de trabajar hasta el último día», explica la directora.
Hoy, por ejemplo, en el Día del Teatro, mientras Pimenta va de un acto sobre Adolfo Marsillach en Almagro a su despacho y teatro de la calle Príncipe de Madrid, el del CDN lo celebra con el público, dice: «Al final todos los días son buenos para festejar la escena, pero sí hay algo de especial en esta jornada. Es un momento que confirma la necesidad, importancia y relieve que el teatro tiene en nuestra sociedad. Vivimos un gran momento. Siguiendo el símil político, los abstencionistas están dejando de serlo. Y eso es buena cosa. Hay un público nuevo que está acudiendo a las salas», desarrolla Caballero.
–¿Y a qué se debe?
–A muchos factores, pero existe una cosa innegable, que el nivel de la escena ha pegado un gran estirón, aunque el responsable primero y último siempre será el público. Compruebo cómo está más inspirado que nunca, es poco sectario y quiere participar. Viene limpio de prejuicios y de una manera militante con la idea de encontrar relatos complejos. A lo que se añade la experiencia del encuentro humano en directo, algo que hoy por hoy empieza a ser excepcional porque todo lo hacemos «on-line», desde unas clases de inglés a cualquier transacción. El elemento humano se va perdiendo, y por esa nostalgia o necesidad de recuperar un espacio de interacción entre los humanos vamos hacia arriba.
Son esas ganas de palpar, de ver en vivo, de oler, de sentir, las que hacen del teatro una manifestación artística con buena salud. «Porque es una actividad colectiva», sigue Caballero. «El teatro nos habla de que los proyectos conjuntos no solo son necesarios, sino también posibles. Cualquier obra es un éxito desde el momento en el que ve la luz. Eso genera en el inconsciente del espectador un gran alboroto y gran dosis de optimismo. El público asiste con alegría».
Pero para el director del Centro Dramático los tiempos han cambiado, «las cosas ya no son como decía Lorca de que el público en España no está predispuesto para el asombro. Ahora va a participar y completar, con su lectura y su actitud, eso que se ofrece desde el escenario, que es la mitad o menos».
Paso a los siguientes
Pimenta y Caballero, Caballero y Pimenta. Dos nombres que, en general, han logrado contentar a la amplia mayoría del público y la crítica durante sus mandatos. Pero los contratos son los que son y «hay que dar paso a otras personas», suspira la dramaturga. En su caso, un Lluís Homar que fue anunciado la semana pasada como su sucesor, con la consiguiente tormenta en la que la salmantina prefiere no entrar: «Es muy doloroso pensar que se crea una confusión en torno a la Compañía. Diga lo que diga se va a montar un “chocho”, así que prefiero no hablar».
De lo que Pimenta no duda en hablar es del futuro. Un porvenir al que seguro le perseguirá la métrica del Siglo del Oro: «Sueño en verso y, aun así, no me he cansado de los clásicos», comenta sobre su próximos montajes, entre los que habrá un Calderón que trabajará junto a La Joven para cerrar su etapa al frente de la Compañía Nacional y quizá un Shakespeare, «que me ha gustado siempre». Menos conciso se muestra Caballero, que no suelta prenda sobre su siguiente pieza, «solo que será un título de repertorio».
Se van despidiendo así los dos directores de sendas etapas que consideran bien cumplidas. «Podría seguir haciendo mil cosas, pero no se me ha quedado nada en el tintero», asegura Pimenta, mientras Caballero reconoce que cuando llegue el final de año se irá «con la sensación del deber cumplido».