En torno a unos abucheos en la Zarzuela: ¨Fuera, fuera, queremos ver la versión original”
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En días pasados se produjo un incidente en el Teatro de la Zarzuela que, aunque se trate de un hecho aislado, no puede pasar desapercibido y nos permite reflexionar en torno a él. Un determinado espectáculo puede gustar o no, y hay formas de exteriorizarlo, pero, como en todo en la vida, conviene reflexionar antes de hacerlo. Conviene conocer las razones por las que ese espectáculo es como es, las circunstancias que pueden afectar a un día en concreto, etcétera. Una vez hecha esta reflexión, con templanza, viene la exteriorización de la conformidad o disconformidad y ésta puede ser de silencio, aplausos u ovación y pitos o abucheos. Pero siempre al final de la representación.
Lo que no es de recibo es protestar en medio de una actuación hasta llegar a pararla. Y me cabe una sola excepción: que exista una ostensiva provocación con insulto a la sensibilidad del público y a sus valores. No fue éste el caso en «Doña Francisquita» y, sin embargo, se interrumpió la función con abucheos, insultos y peticiones de dimisión. «¡Fuera, fuera! ¡Queremos ver la versión original!», gritó alguien y unos pocos se adhirieron hasta parar el espectáculo durante minuto y medio ante unos artistas que no tenían nada que ver con la objeción y para quienes ese tiempo debió parecer eterno. Ya ofrecí en estas páginas mi opinión sobre un espectáculo con el que Lluis Pasqual quería «actualizar» el título prescindiendo de costumbrismos, cambiando los diálogos con la autorización de los herederos de los libretistas, colocando su música en tres momentos diferentes –una transmisión radiofónica, una grabación televisiva y un ensayo– y con un actor que narraba el argumento de la obra. Éste no quedó claro y el primer acto resultó fallido, pero la propuesta global tenía interés, podía gustar o no y era muy lógica una división de opiniones todo lo altisonante que se quiera... al final. Al margen que la «revuelta» hubiese estado preparada –y hay a quien le viene bien que esto suceda en el Teatro de la Zarzuela–, un comportamiento así es inadmisible. Si fue algo espontáneo es aún algo más preocupante: un nuevo ejemplo de la crispación existente en nuestra actual sociedad. No hay que ser muy inteligente para saber quienes son responsables de ella y no es éste el lugar para profundizar en temas sociológicos, pero su existencia es una realidad. Anteayer mismo lo vimos en Ibermúsica, como pueden leer en la crítica de esta misma página. Los músicos de la orquesta Gewandhaus se retrasaron en salir al escenario del Auditorio Nacional. Lean mi crítica o beckmesser.com para conocer en detalle lo que sucedió. El caso es que parte del público, tras pedir con palmas que el concierto se iniciase de una vez, abucheó a los músicos cuando salieron.
Vivimos tiempos de crispación –de hecho la misma «Quinta» de Bruckner sonó así– y, al menos en el caso de los aficionados a la música, deberíamos recordar algo esencial en cuanto a ella: la armonía.