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Epicteto, el filósofo esclavo, pobre y cojo que no escribió nada
La editorial Arpa publica al pensador que fue maestro de emperadores, en una nueva traducción en prosa con una introducción biográfica y una traducción en verso de Quevedo

Cuenta la anécdota que al joven filósofo esclavo llamado Epicteto – “comprado”, en griego, pues no conocemos su nombre real– lo sometió a tortura su amo, Epafrodito, secretario personal del emperador Nerón. Epicteto vivía en Roma –uno de tantos esclavos griegos en la capital del Imperio– y ya debía haber frecuentado clases de algún filósofo estoico, quizá las de Musonio Rufo. Seguramente tenía harto a su amo, que a su vez era liberto, de sus inclinaciones filosóficas: su lema era “sufre y abstente” y sabemos que consideraba que nada exterior a uno puede dañarle, que los males aparentes, el dolor o la esclavitud, no eran males sino solo opiniones de males… En fin, que seguramente el cruel Epafrodito quiso hacerle renegar de su fe filosófica y forzarle a reconocer mediante tortura que el dolor es, efectivamente, un mal, conque ordenó que metieran su pierna en un instrumento de tortura. El pobre Epicteto no se quejó lo más mínimo sino que se limitó a advertirle: “si sigues torturándome, acabarás por tener un esclavo cojo”. Cuando al fin sonó un horrible crujido, al romperse la pierna, Epicteto, sin emitir ni un solo lamento, se limitó a espetarle a su amo tranquilamente, como si no le importara nada: “¿No te decía yo? Ya se rompió…pues ahora tienes un esclavo cojo”.
Aunque otras fuentes afirman que su cojera se debía a una enfermedad –lo de la tortura era un caso extremo en el estoicimo para debatir en torno a la posibilidad de ser felices pese a todo–, esta anécdota tan difundida nos sirve muy bien para presentar el carácter de Epicteto, el gran pensador que fue esclavo, pobre, cojo, que no escribió nada y cuyas lecciones, sin embargo, dejaron una huella indeleble en la historia de la filosofía, al convertirse en maestro de emperadores, directa o indirectamente. Acaba publicarse “Manual de Vida” (Arpa Editores), con un estudio introductorio y con el estupendo añadido de una traducción en verso a cargo de Quevedo. El poeta madrileño le hace decir a Epicteto en un soneto que luego le dedicó:
“Vengan calamidades y aflicciones; / Averigua en dolor mi valentía; / Con los trabajos mi paciencia expía / Mi sufrimiento en hierros y prisiones.” Almas gemelas, Quevedo en sus exilios y prisiones, dándose a leer y traducir a los estoicos, y Epicteto en su vida tan azarosa y dura.
Pero ¿qué sabemos de Epicteto? Nació en Hierápolis (actual Pamukkale, en Turquía) en torno al año 50. Desconocemos su nombre real pues, vendido como esclavo, pasó a Roma en cautividad como propiedad de Epafrodito, hombre de confianza de Nerón (fue el secretario personal que ayudó a este emperador a suicidarse en el año 68). Tras conseguir la libertad, Epicteto se habría convertido en maestro de filosofía en Roma, pero tuvo que marcharse la ciudad seguramente cuando Domiciano decretó la expulsión de los filósofos de la ciudad. En el año 93 o 94 Epicteto marchó a Nicópolis, un puerto importante de llegada desde Roma a Oriente, en la costa del Epiro griego, para proseguir hacia Grecia o Bizancio a través de la Vía Egnatia, después de navegar desde Brindisi. La ciudad de Nicópolis (“ciudad de la victoria”) fue fundada por el futuro Augusto tras su victoria sobre Antonio en Actium en el año 31 a.C., como una pujante ciudad portuaria y había gran afluencia de romanos de clase alta que marchaban a Grecia para su educación o su formación militar. Era, en suma, un lugar espléndido para la escuela, como lugar de formación para la élite romana que iba a hacer carrera en la administración pública, y para la que, aparte de la lengua griega, era bien vista la formación retórica y filosófica. Se reunía en su escuela la flor y nata de la administración romana, muy interesada en atender a las lecciones del filósofo, paradójicamente un ex-esclavo, que empezó a cobrar una enorme fama.
Maestro y discípulo
Allí, en su escuela de la ciudad provincial de Nicópolis, conoció a su discípulo por excelencia, el escritor y militar Flavio Arriano, que quedó fascinado con las clases de Epicteto. Arriano fue el amanuense de excepción que supo resumir las doctrinas más selectas de su maestro, por el que sentía verdadera devoción. Arriano no quería ser filósofo, pero, como hombre de acción e historiador, que había escrito la "Anábasis" de Alejandro Magno, una historia del gran rey macedonio, tomó como modelo lo que hizo el autor de otra "Anábasis", Jenofonte, que había dejado constancia escrita de sus recuerdos de Sócrates en unas "Memorabilia".
Arriano hizo lo mismo con Epicteto, cual nuevo Jenofonte, y dejó de lado la historia y la milicia para consignar por escrito las conferencias públicas o diatribai de su maestro Epicteto. La "diatribé" era el género filosófico de estas lecciones, de estilo oral, con abundantes interpelaciones o interrogaciones entre maestro y discípulos: se suele traducir esta obra de Arriano como "Disertaciones de Epicteto". En ellas se van reuniendo las ideas principales de un maestro que no dejó nada escrito, quizá por no estar interesado en ello y primar el mundo de la oralidad. Y es que Epicteto fue uno de esos maestros de verdad a los que no se atribuye un especial cuidado por la obra escrita.
Como tantas veces en la vida, los maestros de verdad y los que perduran se encuentran en lugares insospechados y a menudo entre los humildes y los que más han sufrido privaciones y penalidades. Los que no lo han tenido fácil nos enseñan las lecciones más recordadas. Esto viene a la mente casi inmediatamente cuando reparamos en su inolvidable figura Piénsese, de nuevo, en que ni siquiera conocemos su nombre real, sino solo el apelativo de Epicteto, el “adquirido como esclavo”. Eso sí que es un vaciamiento total de una personalidad, de un gran maestro que fue esclavo… No escribió nada, no dejó un gran legado de obra –más que algunos apuntes de su alumno– ni fundó una gran escuela, al modo de la Academia platónica, sino que siempre se caracterizó por su pobreza, humildad y autosuficiencia. Pero es que ni siquiera tenemos constancia de su patronímico –era usual en el mundo antiguo jactarse de los padres de uno–, o certezas absolutas sobre su origen, como en el caso de otros filósofos.
Pese a ello, llegó a ser sin duda el mayor maestro de filosofía de su tiempo. Lo reconoció como inspiración su polo opuesto –y a la vez su alma gemela– el emperador Marco Aurelio en sus "Meditaciones", que tienen una notable influencia de sus doctrinas. En el caso de Adriano, el emperador filoheleno por excelencia, conservamos una obra llamada Discusión entre el emperador Adriano y el filósofo Epicteto, en latín, en forma de un diálogo de preguntas y respuestas entre ambos. Y la "Historia Augusta" menciona la admiración de Adriano a Epicteto, lo que ha dado pie a los historiadores a no descartar este encuentro, que podría haber tenido lugar en torno a 110 o 111. Curioso que un esclavo enseñara a ser libres a los que supuestamente eran los hombres más libres de su tiempo, los emperadores.
En suma, que Epicteto fue un modelo ejemplar y enseñó a muchas generaciones –desde Marco Aurelio a Quevedo y de él a nosotros– sus lecciones sobre la libertad, la entereza y la serenidad ante el complejo mundo que le rodeaba y ante unas circunstancias personales muy difíciles. Tras una vida dedicada a la enseñanza en la pequeña ciudad de Nicópolis, murió serenamente allí mismo, quizá en torno a 135. Conservamos un epigrama funerario dedicado a él, casi su epitafio, en la Antología palatina: “El esclavo Epicteto soy, lisiado en cuanto al cuerpo, / Tan pobre como Iro, pero amado por los inmortales.” No dejen de leer al filósofo esclavo que nos hace más libres.
LA LÁMPARA DEL SABIO
Epicteto es recordado como un maestro humilde, pobre y autosuficiente. Se dice que su casa no tenía cerradura, porque no tenía casi bienes ni dinero (por no tener, como sabemos, no tuvo ni nombre): solo tenía una lamparita de hierro, un saco de paja y una manta para dormir. Algún ladrón entró en su casa y le robó la lámpara: consiguió otra, esta vez de barro, para alumbrarse por las noches. Ya viejo, Epicteto, que no tenía hijos, habría adoptado a un niño huérfano, para que lo cuidará al final. Aunque no se casó nunca, se le relaciona con una mujer mayor que entró en su casa para cuidar a ese niño. Una anécdota muy difundida habla de aquella modesta lámpara de barro: tras su muerte fue comprada por un mitómano que pagó toda una fortuna por ella, como si se le pudiera transmitir algo de su sabiduría por ello. Así le reprocha Luciano de Samósata, en una obrita llamada Contra un bibliómano ignorante, que “esperaba, sin duda, que al leer por la noche a la luz de aquella lamparita, la sabiduría de Epicteto le llegaría durante su sueño, y así él acabaría por por parecerse a su admirado filósofo”.
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