Gonzalo Alonso

Fígaro contra los elementos

La ópera contó con buenas voces, aunque la duración de la misma se hizo demasiado larga

“Las bodas de Fígaro” / Fermín Rodríguez
“Las bodas de Fígaro” / Fermín Rodríguezlarazon

La ópera contó con buenas voces, aunque la duración de la misma se hizo demasiado larga.

De Mozart. Voces: Arttu Kataja, Sophie Karthäuser, Sunhae Im, Robert Gleadow, Olivia Vermeulen, Salomé Haller, Thomas Walker, Marcos Fink, Mirella Hagen, Coro de la Orquesta Ciudad de Granada. Freiburger Barockorchester. Regia: Frederic Amat. Dirección musical y escénica: René Jacobs. Palacio de Carlos V. Granada. 28-VI-2019.

En esta España parece que las televisiones no tienen noticias para sus telediarios –o bien estos son demasiado largos– porque carece de sentido que nos abrumen durante quince minutos contándonos el calor que hace. ¡Cómo si no fuese normal que en verano y en España haga mucho calor! O que en Granada se alcancen los 40º a la sombra. Esto es lo que sucedió el día en que «Las bodas de Fígaro» llegaron al Palacio de Carlos V y aquí estuvo el principal problema de un espectáculo muy bien realizado que, sin embargo, no acabó de entusiasmar al público como lo habría hecho en otras circunstancias. Muchos espectadores estaban deseando que pasasen los más de 100 minutos de la primera parte y los casi otros tantos de la segunda. Tres horas y media se hacen muy largas si se han de pasar en unas incómodas sillas de plástico, demasiado juntas unas de otras, en las que la ropa acaba pegada y sudada a pesar de empezar a las 22 horas y terminar a casi a la 01:45 del día siguiente. Y, que conste, que otros años se ha vivido en el mismo recinto aún más calor..., pero durante menos tiempo.

Y es una pena que Mozart tuviese que luchar contra los elementos, porque su música sonó con gran calidad en la Freiburger Barockorchester, comandada por esa referencia en este repertorio que es el otrora contratenor René Jacobs, director de una imprescindible grabación de la ópera. Apuntemos que hasta algún instrumento pereció en los ensayos víctima de la temperatura. Lectura medida, en ocasiones un punto falta de nervio a pesar de los rápidos tempos, con detalles personales en el equilibrio de planos sonoros. Jacobs fue último responsable de cuanto sucedió en el escenario, tanto musical como teatralmente, aunque el diseñador de la escena fuese Frederic Amat, quien ideo una celosía trasera que permitió tamizar las luces entre las columnas que rodean el patio circular del palacio que construyó Carlos I tras su boda con Isabel de Portugal. Poco que resaltar en el vestuario, con una cierta uniformidad a través del punto blanco de nieve en las prendas sobre el pecho. Se cayó expresamente en anacronismos en la utilería o en ese “selfie” que se hacen los protagonistas de la doble boda. En el escenario apenas unas pocas sillas y un sofá rojo delante de los atriles y sí muchas ideas bien planteadas y bien ejecutadas. Se pudo vivir la trama mejor que en muchas de las representaciones totalmente escenificadas. Otra cosa es que se echase de menos el maravilloso «Rapto en el Serallo» en el patio de los Arrallanes de 1986.

Se buscó la homogeneidad en el reparto. No hubo divos, de hecho eran todos cantantes prácticamente desconocidos, pero con algunas grandes virtudes. Así la perfección en los recitativos, cuidadísimos en su dicción a pesar de no haber italianos. También sus capacidades actorales, muy sobresalientes en el caso del Fígaro de Robert Gleadow. Y, por supuesto, que vocalmente respondiesen a las exigencias de la partitura. Por ello apenas caben distinciones individuales. Sophie Karthäuser cantó muy interiorizada el «Dove sono»; Olivia Vermeulen fue triunfadora como Cherubino; Sunhae Im resolvió bien el siempre esperado «Voi che sapete» ; Arttu Kataja compuso un correcto y algo impersonal conde y el ya citado Gleadow fue un Fígaro vivo, si bien llegó algo justo al final. La parte coral, no especialmente relevante, fue cubierta por el Coro de la Orquesta Ciudad de Granada con dignidad. Por cierto, qué suerte tiene el festival de contar con un patrocinio tan poderosos como el de Ferring.