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Literatura

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Gafas, manuscritos y un fetiche

Jorge Herralde, Chus Visor, Beatriz de Moura y Jesús Muñárriz son los primeros editores en depositar un legado en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes.

De izquierda a derecha, Jesús Munárriz, Chus Visor, Jorge Herrralde y Beatriz de Moura, cuatro de los padres de la edición española moderna
De izquierda a derecha, Jesús Munárriz, Chus Visor, Jorge Herrralde y Beatriz de Moura, cuatro de los padres de la edición española modernalarazon

Jorge Herralde, Chus Visor, Beatriz de Moura y Jesús Muñárriz son los primeros editores en depositar un legado en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes.

La edición es la última profesión de riesgo. En un mundo de seguridades y vigilancias múltiples, imprimir libros se ha convertido en un romanticismo sin periclitar, en la utopía de un puñado de hombres que en esta civilización de imágenes y digitalizaciones varias todavía creen que la palabra puede cambiar el curso de la Historia. Lo de ayer en el Instituto Cervantes, más que un acto, resultó un homenaje o una celebración de los que hicieron cultura, porque la cultura se hace, afrontando la negra borrasca del franquismo y la guillotina de la censura. La democracia se levanta con leyes, pero se cimenta con ciudadanos y la única manera de construirlos es sumando ideas con lecturas, artes, cinematografías, o sea, reflexiones y pensamientos que vayan sacando a la inteligencia de la opaca neblina de los prejuicios, los lugares comunes y la propaganda ideológica, hoy tan abundante. Ayer, en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes, depositaron su legado cuatro personas que desafiaron el horizonte confortable de la época por esa convicción extraña de que existen libros que necesitan estar publicados. Jorge Herralde, Jesús García Sánchez, más conocido como Chus Visor, Beatriz de Moura y Jesús Munárriz son sinónimos de los sellos que han creado: Anagrama, Visor, Tusquets e Hiperión.

Impulsar la cultura

Cuatro editoriales con personalidad propia, que han formado generaciones de lectores y han encarado ventiscas económicas, confiscación de títulos y otras tantas galernas que pertenecen al anecdotario de su devenir en la edición española. El ensayista Jordi Gracia destacó su labor al afirmar que «se trata de recordar a un sector de la vida pública que suele estar en segundo plano, porque los libros no nacen de una manera espontánea, sino de unas convicciones. Ellos estuvieron aquí, impulsando la cultura democrática cuanto las condiciones eran adversas, pero después también estuvieron cuando eran favorables. Sus proyectos no han sido solo literarios».

Un homenaje al que quisieron asistir el historiador Nicolás Sánchez Albornoz, cuyo memorable libro «Cárceles y exilios» lo editó precisamente Anagrama; Antonio María Ávila, de la Federación de Gremios de Editores de España; Ana Santos, directora de la Biblioteca Nacional; Francisco Rico, de la Real Academia Española, y el periodista Fernando Rodríguez Lafuente.

El director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, glosó la figura de cada uno de ellos antes de que los invitados procedieran a dejar su depósito. Jesús García Sánchez fue el primero en dar un paso hacia adelante y explicó el contenido de su legado, que tuvo mucho de profesión y, también, de aspectos personales. Entre bromas, confesó que cómo no iba a olvidarse de las dos armas esenciales para cualquier editor: las gafas y el bolígrafo con el que se han hecho las correcciones de las galeradas a lo largo de tantos años. De hecho, uno de los objetos que ha seleccionado es «un manuscrito de Benedetti, quien jamás quiso publicar en España con otra editorial. Recuerdo que discutíamos mucho los libros, porque a él le gustaba mucho. Y, de hecho, he traído uno que está lleno de correcciones». Chus Visor también quiso compartir el recuerdo de ayer con la editorial que ayudó a fundar. Por eso escogió los títulos más importantes de su colección y que ha editado a lo largo de su trayectoria, como un ejemplar del primer número, «Una temporada en el infierno», de Rimbaud, o el número 1.000, que dedicó a Antonio Machado.

Jesús Munárriz, traductor, editor «y tal vez poeta», parece que es un admirador de las películas de Alfred Hitchcock y, al revés que sus otros compañeros de oficio, abogó por no revelar nada de lo que había traído en una caja roja (envuelta en papel rojo y con un lazo negro). Con humor, apuntó «que se mantenga el suspense». Munárriz, que ha tenido una profesión asendereada, salpicada de vaivenes, que participó en una editorial en los setenta que no aguantó los rigores de aquel periodo y, después de un devenir con muchas revueltas, creó Hiperión, afirmó que la fecha para abrir su caja es cuando él cumpla cien años: «Espero no vivir para cuando eso suceda».