Guillermo, el anciano de Chamberí que falsificaba a Chillida
Su obra no lograba seducir al público, así que pensó que sería más rentable “imitar” a los grandes. Lejos de inspirarse en ellos, prefirió copiar y forrarse. Le pillaron en una galería de Alemania y se le acabó el chollo.
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Su obra no lograba seducir al público, así que pensó que sería más rentable “imitar” a los grandes. Lejos de inspirarse en ellos, prefirió copiar y forrarse. Le pillaron en una galería de Alemania y se le acabó el chollo.
Solía contar que había vivido en Nueva York en la etapa de mayor explosión artística de la ciudad, que había tenido la oportunidad de conocer a Andy Wharhol y charlar con él acerca del Pop Art, una corriente que le apasionaba. También aprovechaba la mínima oportunidad para mostrar a sus conocidos un catálogo de Roy Lichtenstein –otro de los mayores exponentes de este movimiento– dedicado por el propio autor. Puede que todo esto fuera cierto, pero quienes han tratado con Guillermo Chamorro, un peculiar personaje del madrileño barrio de Arapiles, coinciden en destacar que siempre fue algo fanfarrón y prepotente. Como el típico genio con mal carácter al estilo Dalí o Picasso, esas figuras que le resultaban tan inspiradoras, Chamorro no destacaba por sus buenas formas aunque quizás era parte de su estrategia y quería dárselas del clásico entendido en arte con aires de grandeza. El caso es que le funcionó porque llevaba años «colándosela» a todo el mundo. La Policía le detuvo el pasado día 8 de abril por un presunto delito de estafa y contra la propiedad intelectual por vender obras de reconocidos artistas fabricadas por él mismo en su casa de Chamberí. Empezó con autores menos conocidos y, al ver que la cosa funcionaba, se atrevió con otros más importantes (y más caros). No le temblaba el pulso ni se andaba con menudeces. Hay que reconocerle el mérito de «clavar» obras tan complejas y por eso es necesario explicar que hay parte de verdad en su historia: estudió Pintura y Escultura en la Complutense y es un auténtico erudito en arte conceptual y las técnicas empleadas. Manejaba bien la brocha y escogía bien el papel, hasta el punto de que podía hacerte una copia idéntica. Así, se movía con soltura en el mundo artístico, que era también el suyo. Además de presentar su propia obra en las salas que se lo permitían, Chamorro decía tener una empresa de importación y exportación de arte y por eso compraba grandes obras que luego prestaba a casas de subastas. El pequeño matiz es que no las compraba, sino que las hacía en el taller de su casa, un quinto piso del barrio de Arapiles. Una picaresca unida a sus conocimientos reales en la materia que le permitieron embolsarse importantes cantidades de dinero. A finales del año pasado se hizo un «tour» por distintas salas de subastas para dar salida a sus últimas obras. Fue su última vez. «A mi me dijo que había trabajado con Tàpies, pero vete a saber. Lo que sí es verdad es que el tío entendía mucho», explica el responsable de una conocida galería. En El Marco Verde, una pequeña sala del centro de la capital, expuso en junio. Aunque en su día destacaron su «gran sensibilidad y rigor compositivo», acabaron fatal con él. «Era un tipo seductor, pero decidimos terminar a mitad de la exposición porque sus formas eran insufribles: trato racista con los empleados, tiró una estantería un día que se enfadó... Horrible. No quise saber más de él», recuerda el responsable, Antonio Pedraz. En su barrio tampoco ha sorprendido su detención. A algunos vecinos nunca dio «buena espina» este peculiar hombre y en un comercio cercano, incluso, le tienen prohibida la entrada: «Tuvimos una mala experiencia con él y aquí no entra más. Trató muy mal a una empleada». La Policía ha constatado siete años de estafas pero sospecha que llevaba muchos más actuando. Sus imitaciones habían traspasado fronteras y se exponían en las mejores galerías europeas. Todo un sueño hecho realidad para la malograda carrera de Chamorro, aunque no era su firma la que figuraba en el reverso de la obra, sino la de sus ídolos. Fue precisamente en la firma por donde le pillaron: las letras no son tan fáciles de imitar.
Su castillo de naipes saltó por los aires el pasado mes de marzo. Un austríaco había comprado la obra Lurrak, de Chillida, en una galería alemana y debió notar algo raro. Se puso en contacto con la Fundación Chillida y no tardaron en confirmarle su peor presagio: era falsa. Miles de euros tirados a la basura. Denunciaron el caso ante la Policía Nacional y pronto llegaron hasta un tipo de Chamberí. Fue la comisaría de la Policía Nacional de este distrito la que comenzó la investigación. El presunto estafador era Guillermo Chamorro, un tipo nacido en el 54, con antecedentes por simulación de delito, con una empresa de artes gráficas sin actividad desde hacía años pero que no le iba nada mal económicamente: dos Mercedes, un Audi, una Piaggio... Había hecho sus pinitos en el mundo del arte, quedó en el segundo puesto en un concurso de carteles por la Corrida de la Beneficiencia en los años 80 pero no llegó a triunfar como artista. El perfil cuadraba.
Un Munch por 115.000 euros
Tras diversas investigaciones, comprobaron que ahora mismo tenía once obras falsificadas de José Guerrero, Chillida y Munch, entre otros, en una sala de subastas de Madrid, listas para salir a la puja. Otras cinco ya habían sido subastadas (una de ellas la del austríaco). En total, habría ganado 20.000 euros por las vendidas y esperaba un beneficio total de unos 250.000 euros, contando las que iban a dar salida. Porque entre éstas estaba la «joya de la corona»: un Munch de 115.000 euros. La familia Chillida y Guerrero, los tenedores de los derechos, denunciaron. Al darse cuenta de que estaban ante un delito contra la propiedad intelectual, asumió las riendas del caso el Grupo XXVII de la Brigada de Policía Judicial de Madrid, una unidad creada a finales del año pasado y que ha logrado resolver este caso en apenas un mes. Una operación, no obstante, que no está cerrada porque creen que hay decenas de obras falsificadas por Chamorro por todo el mundo y muchas en salas de subastas de Madrid. Mientras, él está en libertad, pendiente de juicio. Sigue sacando a pasear a su perrito por la plazoleta que hay frente a su domicilio y pelándose con todos los vecinos por su agrio carácter. Ahora, resulta irónica su última publicación en Facebook: «Si lograste engañar a una persona, no quiere decir que sea tonta, quiere decir que confiaba en ti más de lo que te merecías».
A subasta sin ningún proceso de verificación
La Policía Nacional alerta de la «escasa» fiabilidad de las salas de subastas, al menos, con respecto a las obras de arte. «La cifra de falsificaciones es alarmante, pueden ser el 80%», sostiene un agente experto. El problema es que no hay una legislación que les obligue a pasar un proceso de verificación antes de sacar la obra a subasta. «Tienen a expertos generalistas y a veces parece que no les interesa saber si son verdaderas o no», critica el agente. «Los únicos que pueden verificar que una obra es 100% verdadera es la familia del autor. Las salas hacen de simples intermediarios. Ellos llegan a un acuerdo de porcentaje con el que cede la obra y el resto no les interesa», zanja el agente, al tiempo que critica la «escasa» colaboración de la sala de subastas que tenía guardadas las obras de Chamorro. Un galerista apoya esta versión y argumenta que «para eso exponen antes de que salga a subasta». «Es el comprador el que debe verificar», explica. Que se destape un caso de estas características hace daño a la sala porque viven de su prestigio. Incluso hay algunas que tienen una publicidad un tanto inquietante: «Acudimos a domicilio, máxima discreción», reza el anuncio de una de ellas.
«La mayoría funcionan como Ebay o como AliExpress. Ahora con las compras por internet es incluso más complicado de verificar», añaden.