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Hércules Poirot, caso abierto

El detective vuelve a estar de actualidad por una nueva novela y una serie con John Malkovich
larazon

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Agatha Mary Clarissa Miller, una chica de clase acomodada de Devon, huérfana de padre desde muy pequeña, recién casada con un piloto de aviación llamado Archibald Christie, a sus veinticinco años, en 1915, enfermera voluntaria en la farmacia de un hospital mientras su marido combate en la Gran Guerra, está a punto de crear uno de los personajes más populares de la historia, pues se a poner a escribir una historia en la que la víctima muere envenenada y que titula «El misterioso caso de Styles». Su protagonista se llama Hércules Poirot, un exoficial de la policía belga, y en 1920 consigue publicar el libro en una editorial londinense que contrata las cuatro obras siguientes que escriba.
Poirot protagonizará una cincuentena larga de cuentos, dos obras teatrales y treinta y tres novelas. Bien, ahora ya en realidad treinta y seis, pues ya han aparecido tres más desde que, en «Telón», Christie se atreviera a matar a Poirot, firmadas por una escritora de «thrillers» psicológicos, Sophie Hannah (1971). Esta tuvo el permiso de los albaceas del legado de Christie para escribir una secuela del detective belga más refinado y perspicaz, conocido por su cuidado bigote y sus modos tan exquisitos como contundentes, que apareció con el título de «Los crímenes del monograma» (Espasa, 2014).
Dado además que el personaje ya estaba «muerto» en su última aventura detectivesca, Hannah pensó que lo preferible era, en vez de resucitarlo, llevarlo al año 1929; así se captaba el encanto del Londres de la época, gran aliciente de una novela que, aparte esta licencia temporal, presentaba la invención de Edward Catchpool, un policía de Scotland Yard que, convertido en narrador del enigma que oculta la extraña muerte de tres personas en un hotel lujoso, colaborará con el detective que siempre alude a «la materia gris» para reflexionar sobre los crímenes que tiene que resolver.
Cartas acusatorias
Tan buen resultado se obtuvo con esa nueva historia, con grandes ventas y traducciones a un enorme número de idiomas, que en 2016 llegaría a las librerías «Ataúd cerrado», con un argumento centrado en la Irlanda de 1929, donde Lady Athelinda Playford, una escritora de novelas de detectives para niños, era la anfitriona de diversas personas –incluido Poirot– que acudían a su casa de campo a pasar una semana con ella; por supuesto, allí sucedía un asesinato que ponía en marcha un misterio que sólo podía desvelar el personaje que adquirió el rostro de actores como Peter Finney, Peter Ustinov o David Suchet.
Recientemente, el personaje sigue su proceso de resucitación, con la tercera de estas nuevas novelas a cargo de Hannah, «El misterio de las cuatro cartas»; una obra que, como en las ocasiones pasadas, toma la guía de su maestra y presenta un enorme caudal de enigmas en cada capítulo en torno a los cuales se van incorporando más y más personajes, todos inocentes, todos sospechosos, hasta que, mediante un ritmo frenético de disquisiciones que engancha al lector de principio a fin, aparecen el o los culpables, sorprendentes siempre.
En este último caso, descubrimos a un Poirot que se encuentra con una mujer muy enfadada en la puerta de su casa: le exige saber por qué motivo le ha enviado una carta acusándola del asesinato de Barnabas Pandy. Pero todo se hace enseguida demasiado extraño: Poirot no le ha enviado ninguna carta, y no tardarán en aparecer otros desconocidos que también han recibido una carta firmada por él mismo, supuestamente, con la misma acusación de asesinato. Todo lo cual da pie a una reflexión: «No es agradable que lo acusen a uno de algo que no ha hecho. Debería ser posible apartar de la mente las falsedades, pero de alguna manera se apoderan de nuestros pensamientos y producen una forma espectral de culpabilidad: ¡una especie de fantasma de la conciencia! Si alguien está convencido de que has hecho algo terrible, empiezas a sentirte culpable, como si lo hubieras hecho, aunque sepas que no es verdad»; y hasta llega a afirmar a su ayuda de cámara: «Comienzo a comprender por qué la gente confiesa crímenes que no ha cometido».
Este juego de conciencia psicológico, y quién se esconde tras la figura de ese tal Barnabas Pandy, se irá desarrollando con el estilo de entretenimiento narrativo en el que descolló Christie y ha prolongado con Poirot esta autora natural de Manchester que, con su novela «The Carrier», ganó en 2013 un importante galardón de novela negra y que, ya por tercera vez, se muestra digna sucesora de la reina del crimen.
El mayor de los misterios de Agatha Christie
La capacidad fabulosa para crear intrigas que siempre aportan un final sorprendente es lo que más caracterizó la trayectoria narrativa de Christie. Pero si hemos de hablar de un misterio en la propia vida de la autora es el que nace a raíz de la infidelidad cometida por su primer esposo, Archibald, con su secretaria. Ante la petición de divorcio, Christie en primera instancia se niega, y hundida en la tristeza, el 4 de diciembre de 1926, desaparece tras abandonar su coche en la carretera. El percance, recreado en la película «Agatha» (1979), protagonizada por Vanessa Redgrave –acompañada por Timothy Dalton, que interpretaba al esposo–, acaba cuando se la encuentra diez días después en un balneario; entonces, el marido, esquivo y sin querer entrar en detalles, afirma que su mujer padece amnesia (se separarán al cabo de dos años). La búsqueda tuvo en vilo al Reino Unidos en un frío invierno de 1926. Mil agentes de policía y unos 15.000 voluntarios se encargaron de buscarla. Cualquier indicio para dar con la dama del crimen fue poco.