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Grand Tour: el origen del Erasmus que vaticinó el turismo moderno

A mediados del siglo XVII tuvo lugar el auge de este itinerario de viaje por Europa que realizaban los jóvenes al terminar sus estudios y antes de lanzarse de lleno hacia la vida adulta
Walters Art Museum, Baltimore

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Cuando el programa Erasmus comenzó a otorgarse -fue creado en 1987-, lo disfrutaban tan solo algunos estudiantes privilegiados, que tenían tanto la nota académica como la capacidad económica de estudiar un año fuera de su país. Con el paso del tiempo, se ha ido difundiendo cada vez más, hasta ser hoy algo común entre los jóvenes universitarios, así como han aumentado las ciudades y centros que lo ofrecen. No obstante, esta oportunidad de vivir un año en otra ciudad para que una persona se desarrolle no solo en sus estudios, sino ante todo en lo cultural y lingüístico de un país extranjero, no se inventó a partir de esta beca. Cuenta con un antecedente, más bien un origen, que también nacería como algo para gente selecta, pero que con el tiempo se generalizaría hasta ser alcanzable por una mayoría. Se trata del Grand Tour, un itinerario de viaje por Europa que realizaban los jóvenes tras finalizar sus estudios, y que tuvo su auge a mediados del siglo XVII.
Cuando en 1670 se publicó de manera póstuma “El viaje a Italia”, obra del sacerdote católico Richard Lassels, se comenzó a generalizar la idea de que todos los jóvenes de la aristocracia deberían realizar un “grand tour”. Es decir, un viaje por Europa, con el fin de conocer países extranjeros, estar en contacto con culturas ajenas y ampliar sus horizontes intelectuales. Una recomendación que se difundió entre la nobleza británica, de tal manera que el Grand Tour se convirtió en una etapa obligada para sus hijos y los de la alta burguesía. Un viaje que se solía realizar antes de que entrasen en la vida adulta -es decir, de comenzar a trabajar o de contraer matrimonio-, y que por tanto se presentaba como una especie de “despedida de soltero a lo grande”, pues era la última oportunidad que tenían para disfrutar de las ventajas de la juventud.
Pero, como todo en la vida, el Grand Tour dependía del dinero del que disponía cada uno. Este viaje de autodescubrimiento podía durar entre unos pocos meses hasta varios años, según el dinero que facilitase la familia al estudiante, así como el itinerario o intereses. El destino más recurrente y casi obligado era el de París, así como algunas ciudades del norte de Italia, como Venecia, Turín o Milán, así como era frecuente continuar aquel interraíl del siglo XVII por Florencia o Roma. Todos eran destinos atractivos para la sociedad aristocrática, pues se buscaba el contacto con las grandes civilizaciones de la Antigüedad o la riqueza artística y cultural. Por ello, optaban por el lujo milanés, por la cuna fiorentina del Renacimiento o por las posibilidades de la ciudad eterna. Y, si bien la cercanía al Mediterráneo solía ser lo más atractivo, también hubo alguna época en la que comenzaron a interesar zonas de cultura germana, principalmente durante el empoderamiento de Prusia.
Bastantes viajeros escribieron sus vivencias e impresiones en diarios y cuadernos, de manera que ayudaran a los futuros jóvenes cuando les llegara su turno, así como iniciaron ciertos tópicos de lo que se podía encontrar en cada país. De esta manera, el Grand Tour no solo sentó las bases de la filosofía Erasmus, sino también varias facetas del turismo moderno, caracterizado por el intercambio cultural o los souvenirs, así como los viajes pre programados al estilo de un Interrail. Una experiencia sustentada en la necesidad de conocer, observar y escuchar durante la juventud. Un desarrollo y formación cultural e intelectual que, si ya se realizaba durante el siglo XVII, a día de hoy, existiendo más posibilidades y oportunidades, se hace más necesario que nunca.

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