El médico polaco que salvó miles de vidas en la Guerra Civil española
Carles Brasó rescata las vidas de los doctores que recorrieron el mundo de mediados del siglo XX de conflicto en conflicto: China, IIGM, India, como la de Szmul Mosza Flato
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Hace 85 años, en febrero de 1937, se libró al sureste de Madrid la batalla del Jarama, una de las más duras de la Guerra Civil (16.000 bajas, con 3.500 muertos). Unidad especialmente castigada fue el batallón franco belga (XII Brigada Internacional), que protegía el puente de Pindoque, punto estratégico en el despliegue republicano. «En la madrugada del 11 de febrero, una avanzadilla de Tiradores de Ifni consiguió atravesar el río sigilosamente, matar a los guardias de la compañía por sorpresa y atacar con bombas de mano al resto, que voló por los aires sin apenas haber tenido tiempo de despertarse». Los atacantes «cruzaron el Jarama, estableciendo una cabeza de puente y exterminando una compañía del batallón (...) Al final de la batalla, solo quedaban 120 voluntarios activos en el conjunto del batallón (originalmente, 360), entre ellos, el doctor Flato», cuenta Carles Brasó Broggi en Los médicos errantes. De las Brigadas Internacionales y la Revolución china a la Guerra Fría (Crítica).
Tenemos en las manos una prueba de lo mucho que aún queda por investigar en nuestra Guerra Civil, pese a que sobre ella se han publicado veinte mil obras de todo tipo, pero a poco que se escarbe aparecen campos inexplorados. Nuestro investigador es historiador, sinólogo, especialista en sociología y estudios de Asia Oriental y nieto de Moisés Broggi, famoso médico catalán y cirujano de las Brigadas Internacionales, que murió centenario y rodeado de honores. El interés de Brasó por los 17 médicos y dos enfermeras que protagonizan este libro tiene mucho que ver con el abuelo Moisés, vinculado con ellos por profesión, política o amistad y que, tras la Guerra Civil, fueron a parar a la Cruz Roja China, en cuyas filas actuaron a partir de 1939.
En el párrafo sobre la batalla del Jarama aparece el doctor Flato, uno de los supervivientes del diezmado batallón franco belga. Se trata de un médico polaco cuya fascinante historia se despliega ante nuestros ojos y la seguiremos a lo largo del libro. Szmul Mosze Flato (Varsovia, 1910-Berlín, 1972) nació en una familia propietaria de una pequeña tienda de pieles. Szmul conoció pronto los efectos de los pogromos que sacudieron Polonia –cuya población era de origen judío en un 14%– a caballo entre los siglos XIX y XX, tanto que intentó cambiar su nombre por el de Stanislav, pero ni así le admitieron en la facultad de Derecho, cuyo acceso había sido vetado a los judíos después de la independencia polaca (1918). Emigró a Francia, y en París, trabajando en los más humildes menesteres, estudió la carrera de Medicina y fundó una familia con una condiscípula polaca. Al comienzo de la Guerra Civil fue reclutado por un famoso cirujano, Pierre Rouquès, comprometido con la causa republicana, para que se alistara como médico en las Brigadas Internacionales. Consciente de que se iba a jugar la vida, visitó a su familia en Polonia para despedirse antes de viajar a España. Fue la última vez que la vio, pues fue aniquilada por los nazis.
En diciembre de 1936, el doctor Flato, con 26 años, una pequeña experiencia médica y una enorme fe en sus ideales llegó a Alicante integrándose en uno de los primeros equipos médicos de las Brigadas, donde encontró que los voluntarios polacos eran uno de los grupos nacionales más numerosos (unos 4.500), que los médicos polacos eran, tras los españoles, el mayor de los contingentes sanitarios brigadistas y que su personal era, predominantemente, judío y comunista. Esta afiliación comunista constituiría un problema para todos ellos, pues el PC polaco fue diezmando por Stalin y los polacos en España tendrían que pasar por todo tipo de filtros y acusaciones de trotskismo, «espionaje, conjura y traición». El peligro de las «purgas» estalinistas fue menor para los voluntarios polacos aquí que en la URSS, donde más de 1000.000 fueron asesinados durante el Gran Terror de 1937, pero su actuación en España tuvo la contrapartida de convertirlos en apátridas, ya que Polonia privó de nacionalidad a los que, sin permiso, combatieron en ejércitos extranjeros.
El trabajo sanitario de Flato comenzó en la batalla de Madrid a comienzos de 1937 y, a continuación, en el frente de Guadalajara con la XI Brigada para pasar después al frente de Aragón con la XIII Brigada. En la primavera de 1938 vivió las vicisitudes del desplome republicano en Aragón y, después de 18 meses de luchar en condiciones límite por salvar las vidas a millares de heridos, consiguió unas vacaciones que aprovechó para viajar a Francia y visitar a su esposa, a la que halló en condiciones económicas precarias. Las cosas fueron mal entre ellos y el matrimonio se rompería poco después. En junio de 1938 regresó a España cruzando clandestinamente la frontera y quedando de inmediato implicado en los preparativos sanitarios para la ofensiva del Ebro: fue ascendido a comandante –el grado militar más alto concedido a un médico extranjero por la República– y a jefe de los servicios sanitarios de la 35ª Div. del Ejército Popular, donde se hallaban integradas las Brigadas XI, XIII y XV (la 45ª Div. agrupaba a las restantes; los internacionales no llegaban a 3.500 efectivos en el Ebro, apenas un tercio de los de esas dos divisiones).
Esa batalla, del 25 de julio al 18 de noviembre, fue la más sangrienta (100.000 bajas, entre ellas, 17.000 muertos) y decisiva de la contienda y allí terminó la actuación de los brigadistas internacionales, repatriados en otoño de 1938, salvo aquellos que decidieron continuar la lucha integrados en el Ejército Popular. De la labor de Flato en el Ebro queda el testimonio del jefe de la Div.35ª, Pedro Mateo Merino: «Fue ejemplar, destacando por su valor profesional y humano en una situación límite».
Los brigadistas habían sido retirados del frente a finales de septiembre, pero los equipos sanitarios siguieron trabajando en los hospitales de sangre atendiendo a centenares de heridos hasta la accidentada partida de los voluntarios internacionales despedidos el 28 de octubre en Barcelona mientras los servicios médicos trataban de buscarse salidas: según Carles Brasó, en noviembre, medio centenar de médicos subsistían en Cataluña sin medios de vida y debió ser allí cuando 17 doctores y dos enfermeras decidieron incorporarse a la Cruz Roja China, opción que llevaban considerando desde la derrota de Brunete y, sobre todo, el descalabro de Aragón.
En aquel otoño de 1938, Flato y el personal sanitario brigadista tuvieron que emplearse a fondo para atender a los enfermos y heridos en Cataluña, muy castigada por los bombardeos y, a partir de diciembre, arrollada por la ofensiva franquista. Los sanitarios extranjeros terminaron envueltos en la confusión de la retirada hasta la frontera de Francia y, el 12 de febrero, Flato quedó internado en el campo de refugiados Saint-Cyprian, en el que vivían como prisioneros; allí quedó fichado como «Samuel Flato, 28 años, 1,70 metros de altura, ojos azules, nariz convexa...». De ahí pasó al de Gurs, donde Flato y sus compañeros sufrieron múltiples penalidades y vicisitudes creadas por el internamiento y por la aplicación fanática de las directrices estalinistas por parte de los comunistas franceses.
Al fin, en agosto, Flato y otros siete abandonaron Gurs y embarcaron en Marsella en el “Aeneas”, adonde ya viajaban cuatro médicos brigadistas y donde se les unieron dos enfermeras. Los 14 llegaron a Singapur cuando Hitler ya había atacado Polonia iniciando la Segunda Guerra Mundial, lo que suscitó un problema inesperado a los sanitarios germano-austriacos que no pudieron desembarcar porque las autoridades coloniales británicas los juzgaron personal enemigo... Y ahí comienza otra historia: la fantástica aventura de cinco años y dos guerras en China.
- «Los médicos errantes» (Crítica), de Carles Brasó, 424 páginas, 23,90 euros.