Terceira, el primer desembarco anfibio oceánico de la historia
El 1583 Álvaro de Bazán, el mejor marino de Felipe II, culminó la anexión de Portugal a la Monarquía Hispánica con una operación anfibia en las Azores sin precedentes en la historia militar
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El 26 de julio de 1583 una fuerza de ocho mil infantes españoles desembarcó en la isla Terceira, del archipiélago de las Azores, para someterla al dominio de Felipe II en el contexto de la crisis sucesoria portuguesa que se había desencadenado en 1578 con la muerte sin descendencia del joven Sebastián I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir. El desembarco, que se saldó con un éxito absoluto, fue, a juicio del historiador John F. Guilmartin, «sorprendentemente moderno».
En palabras de Ricardo Cerezo Martínez –capitán de navío, historiador y director durante años del Museo Naval de Madrid–, la trascendencia de la operación radica en que se trató de un desembarco anfibio proyectado en una isla situada a más de 1.500 kilómetros de la base de partida –Lisboa–, todo un hito en la historia militar, que se produjo exactamente un año después de otro hecho de armas capital, la batalla naval de San Miguel, también en las Azores, en la que la escuadra de Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, derrotó a una francesa con el triple de buques, y que se trató, a decir de Guilmartin, de «el primer enfrentamiento naval importante librado lejos de cualquier masa continental, y el último hasta la batalla de Midway en 1942».
Tras la fulgurante campaña del duque de Alba entre julio y noviembre de 1580, que sometió el reino de Portugal a Felipe II, los partidarios de su contendiente en la disputa por el trono, Antonio, prior de Crato –hijo bastardo del infante Luis, duque de Beja–, se hicieron fuertes en las Azores con apoyo militar de la Inglaterra isabelina y, sobre todo, de Francia, donde la reina madre Catalina de Médicis precisaba de un pretexto para reafirmar el poder real frente a la nobleza díscola.
La victoria de Bazán en San Miguel, el 26 de julio de 1582, neutralizó la amenaza francesa. Sin embargo, falto de efectivos, el marqués no pudo culminar la sumisión de las islas rebeldes. Para ello, la Corona española aprestó en Lisboa una imponente armada de 98 buques con 15.000 soldados y marineros que se hizo a la mar en junio de 1583. Tras una lenta travesía, la flota llegó a su destino y dieron comienzo los preparativos para el desembarco. El traslado de más de ocho mil soldados desde los galeones y naos hasta las barcazas ocupó todo un día.
Testigo de los acontecimientos, Cristóbal Mosquera de Figueroa, célebre poeta y auditor general de la armada, describe la escena: «[...] cada uno fue a su galera o barco con la demás infantería que estaba ya desde la mañana embarcada hasta el fin del día que duró la embarcación; el infante con sus armas y el mosquetero y arcabucero con las suyas, adornado cuerpo y cabeza, de suerte que las galeras y las barcas que las rodeaban no se parecían, porque estaban cuajadas de gente y de armas; unos había que reposaban, y otros de más vivo cuidado proveían su conciencia del remedio importantísimo para su salvación».
«Y así, martes a 26 de julio a las tres de la mañana –leemos en una relación–, partió el marqués en las galeras remolcando los barcones, pataches y pinazas, que por ir con tanta gente no podían aprovecharse de sus remos». Las galeras, que debían silenciar los fuertes de la costa con su artillería, iban, según el lansquenete alemán Erich Lassota de Steblau, «perfectamente defendidas con sacos de lona, cuerdas y tablas».
La formación llegó a su destino con las primeras luces. «A las cuatro al amanecer, en punto, entró el marqués con su galera [...] en el dicho reseno de las Muelas [Mós] –leemos en la relación oficial de la campaña–, y a embestir con los fuertes y trincheras, y púsose un cuerpo de galera de ellos, adonde recibió muchos cañonazos y mosquetazos que le tiraban a caballero, y luego empezó la galera a batir y desencabalgar la artillería de los enemigos, y las demás galeras batían como iban llegando». Un cañonazo mató al timonel de la galera de Bazán y su piloto mayor advirtió al marqués que la nave corría peligro, a lo que este repuso: «Pues acercaos más, y cuando eso fuere, encallando no nos ahogaremos». A la postre, el fuerte quedó silenciado y los hombres que saltaron de los esquifes lo tomaron al asalto junto con las trincheras. La cabeza de playa quedó asegurada a costa de un centenar de bajas. La capitulación de los desmoralizados defensores –y con ella la completa integración de Portugal en la Monarquía Hispánica– era solo cuestión de tiempo.
Para saber más...
- «Felipe II y la anexión de Portugal 1580-1583» (Desperta Ferro Historia Moderna n.º 56), 68 páginas, 7,50 euros.