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La histórica victoria de Juan Pablo II

Por primera vez desde la Revolución bolchevique, un máximo dignatario de la URSS se entrevistaba con el Sumo Pontífice
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La fecha: 1989. Por primera vez desde la Revolución de 1917 que implantó en Rusia el régimen comunista, el máximo dignatario de la URSS se entrevistó con el pontífice.
Lugar: El Vaticano. Tras pedir la apertura de relaciones diplomáticas con la Santa Sede e invitar al Papa a la URSS, Gorbachov dijo: «Acaba de producirse un hecho extraordinario».
La anécdota. A esas alturas, había caído ya el Muro de Berlín, fabricado de hormigón armado, que había separado las dos Alemanias desde el 13 de agosto de 1961.
El 1 de diciembre de 1989 pasó a los anales de la Historia como uno de los más grandes logros contra el comunismo. Por primera vez desde la Revolución bolchevique de 1917 que implantó en Rusia el régimen comunista, el máximo dignatario de la Unión Soviética se entrevistó aquel día con el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica en El Vaticano. Juan Pablo II recibió a Mijaíl Gorbachov y a su esposa Raisa en la gran sala del trono. Su discurso fue de los que marcan una nueva época: «Con usted, señor presidente –dijo Juan Pablo II a Gorbachov–, hemos tratado de la solución de los problemas de la Iglesia Católica en la URSS para promover un compromiso común en favor de la paz y de la colaboración en el mundo. Esta colaboración es posible ya que tiene como objeto y sujeto al hombre. En efecto, el hombre es la vía de la Iglesia, como he recordado desde el inicio de mi pontificado. La humanidad espera hoy nuevas formas de cooperación y de ayuda recíproca. La tragedia de la Segunda Guerra Mundial nos ha enseñado, sin embargo, que si se olvidan los valores éticos fundamentales, pueden surgir consecuencias tremendas para la suerte de los pueblos y hasta los más grandes proyectos pueden fracasar».
Concluido el acto, los dos personajes se retiraron a la biblioteca del Papa polaco donde mantuvieron una conversación privada. Para los discursos oficiales intervinieron dos intérpretes: el diplomático ruso Pável Prokofiev, por parte de Gorbachov, y el jesuita polaco Stanislaw Szlowieniec, por la del romano pontífice. Tras solicitar en público la apertura de relaciones diplomáticas con la Santa Sede e invitar al Papa eslavo a visitar la Unión Soviética, Gorbachov no titubeó en afirmar: «Acaba de producirse un hecho extraordinario».
En un clima ya más distendido, Gorbachov preguntó luego al intérprete del Papa, el padre Szlowieniec: «¿Dónde aprendió el ruso de modo tan perfecto?». A lo que el jesuita polaco respondió sin miramientos: «Pasé mi infancia en Siberia...». Se hizo un sepulcral silencio. A esas alturas, había caído ya el Muro de Berlín, conocido en el mundo occidental como «Muro de la Vergüenza», fabricado de hormigón armado, que separó las dos Alemanias desde el 13 de agosto de 1961.
Fue una conquista en gran parte de Juan Pablo II, que con su valentía y oración constantes logró que se derribase el 9 de noviembre de 1989 aquella muralla inhumana de 45 kilómetros que dividía la ciudad de Berlín en dos, mientras que otros 115 kilómetros rodeaban su parte oeste aislándola de la República Democrática Alemana.
En aquellos momentos de gloria resonaban más fuerte que nunca las palabras pronunciadas por el propio pontífice: «Tras la victoria sobre el nazismo en la Segunda Guerra Mundial, los comunistas se sentían eufóricos y se preparaban con audacia para asumir el control del mundo o al menos de Europa […] Lo que uno tendía a pensar era que se trataba, de alguna manera, de un mal necesario para el mundo y para el hombre. Sucede que, en ciertas situaciones concretas de la existencia humana, el mal puede, hasta cierto punto, resultar útil, ya que crea oportunidades para el bien».
Llegar hasta allí supuso un gran sufrimiento para Karol Wojtyla y requirió ya un sacrificio supremo hasta el final. Su historial médico, desde el atentado de 1981 y hasta enero de 1999, la verdad es que impresiona: el 13 de mayo de 1981, tras el atentado a manos del turco Alí Agca, se le practicó una intervención quirúrgica por espacio de cinco horas y veinte minutos. El 21 de junio de 1981, ingresado en el hospital con pulmonía, se confirmó poco después que tenía una infección por citomegalovirus.
Por si fuera poco, el 5 de agosto de 1981, operado de nuevo, se le suprimió la colostomía practicada en junio; y el 12 de julio de 1992 le extirparon un tumor, un tramo de intestino de treinta centímetros y la vesícula. Para colmo, el 11 de noviembre de 1993 Wojtyla se fracturó un hombro como consecuencia de una caída durante una audiencia; y el 29 de abril de 1994, resbaló en el baño y se rompió la cabeza del fémur de la pierna derecha, implantándosele una prótesis. Dos años después, el 25 de diciembre de 1995 se vio obligado a retirarse a sus aposentos privados cuando estaba impartiendo la bendición Urbi et orbe; y el 8 de octubre de 1996, retornó al quirófano para que le extirpasen el apéndice. El precio de la victoria.

WOJTYLA, EN EL GÓLGOTA

El calvario de Wojtyla prosiguió el 5 de febrero de 1997, cuando un virus le obligó a suspender la audiencia con el presidente José María Aznar. El 11 de enero de 1998, sufrió un desvanecimiento mientras celebraba la Misa; y el 14 de diciembre de 1998, la revista Newsweek publicó la noticia de que el Papa polaco sufría la enfermedad de Parkinson. Las estaciones del Gólgota de Wojtyla siguieron sucediéndose: el 18 de enero de 1998 debieron suspenderse todos los actos oficiales a causa de una gripe, mientras que el 12 de enero de 1999 una caída en la Nunciatura de Varsovia obligó a darle unos puntos de sutura en la frente. El 24 de febrero de 2005 se le practicó una traqueotomía para resolver una insuficiencia respiratoria, a raíz de la cual perdió el habla. Crucificado de amor por la Iglesia y el mundo, murió con las botas puestas.