De inyecciones uterinas a partos múltiples: el infierno de las mujeres judías en Auschwitz
El 7 de julio de 1942, Heinrich Himmler daba luz verde, con consentimiento de Hitler, a realizar una serie de experimentos médicos en Auschwitz, con las mujeres como principales víctimas
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Entre los numerosos episodios oscuros que asolaron al siglo XX en general y al transcurso de la Segunda Guerra Mundial en particular, figuran ciertas fechas que resultan de por sí aún más estremecedoras. Una de ellas fue el 20 de enero de 1942 y, como consecuencia, el 7 de julio del mismo año. La primera fecha responde a la Conferencia de Wannsee: en un palacio berlinés, con todo tipo de lujos, se reunieron aquel día los altos cargos de la Alemania nazi para determinar el futuro de millones de personas. Es decir, fue donde se le puso nombre al Holocausto en un primer momento, definiéndolo como “Solución final a la cuestión judía”, y por la cual se creían con la potestad de eliminar a todos los judíos de Europa. Esto llevó a los campos de concentración, entre ellos el famoso y terrible Auschwitz, y con ello a la segunda fecha: un día como hoy de 1942, Heinrich Himmler daba luz verde a una de las mayores pesadillas del Holocausto. Comenzó a experimentar, junto con un médico, con mujeres en los campos de concentración de Auschwitz.
Tras una conferencia celebrada en Berlín, donde se dieron el lujo de poder decidir sobre el destino y sufrimiento de estas mujeres judías, Himmler tomó la voz cantante y presentó un programa de experimentación médica, que debía llevarse a cabo de manera que los prisioneros no fueran conscientes de hasta dónde podían llegar. Hitler lo aprobó, reivindicando que fuera algo secreto, y así comenzaron estos experimentos que abarcaban desde la esterilización a través de dosis masivas de radiación a inyecciones uterinas. Así lo recordó la superviviente del Holocausto Charlotte Delbo en “Auschwitz y después”, trilogía en la que hacía alusión a la importancia de la memoria, recordando lo que vivió en aquel infierno: “Cómo expresar el sufrimiento en sus gestos. La humillación en sus ojos. A las mujeres las esterilizan con cirugía. ¿Y qué mas da? Si ninguna de ellas volverá. Si ninguno de nosotros volverá”.
Si hay que señalar a los artífices principales de este horror, a Himmler le acompaña Josef Mengele, un cruel médico que, obsesionado por mejorar la raza aria, se encargó de realizar los espantosos experimentos en Auschwitz. Le apodaron como “El ángel de la muerte”, cursó sus estudios en la Universidad de Múnich y trabajó junto al gobierno nazi con tal de prosperar profesionalmente, consciente en aquel momento de que aquel régimen perduraría durante varios años. “A largo plazo, era imposible quedarse al margen durante esos tiempos políticamente turbulentos o nuestra patria sucumbiría al ataque marxista y bolchevique. Este sencillo concepto político se convirtió finalmente en el factor decisivo de mi vida”, escribió en su autobiografía.
Partos múltiples y cemento líquido
Con esto, la crueldad de sus métodos se ejemplifica en su reacción ante un brote de tifus que estalló en aquel campo de concentración. Decidió solventar el problema desde la raíz, de manera tajante y sin complicación alguna para sí mismo: envió a la cámara de gas a unas 1.600 personas, entre hombres, mujeres y niños, para posteriormente desinfectar los barracones que iban a ser ocupados por otros miles de presos. Asimismo, en cuanto a sus experimentos de esterilización de las mujeres, también produjo partos múltiples, y en caso de nacer gemelos -su público principal a la hora de experimentar- les inyectaba enfermedades como tuberculosis en uno de ellos, viendo así la reacción de sus cuerpos.
Mengele intentó cambiar el color de los ojos de algunos niños para que fueran azules a través de productos químicos, lo que muchas veces provocaba infecciones o ceguera. Incluso se ha escrito que, de morir la víctima, ponía esos ojos en su vitrina a modo de trofeos. Obligó a hermanos a mantener relaciones sexuales, succionó muslos de varias prisioneras asesinadas para utilizarlos como material para su laboratorio, obligó a una madre lactante a cubrirse los pezones con esparadrapo para ver cuánto podía vivir un recién nacido sin alimentarse, sometía a personas a temperaturas altísimas para comprobar cuánto aguantaban o inyectaba cemento líquido en los úteros de las prisioneras para fomentar la esterilización. Una serie de horribles métodos y crímenes por los que debería haber sido ajusticiado, pero sin embargo Mengele consiguió huir, utilizando todo tipo de identidades falsas y muriendo el 7 de febrero de 1979 en Brasil.