Así se derrocó a la República de Weimar: manual para un golpe de estado en 2022
La Policía ha detenido un golpe de Estado en Alemania que usaba las mismas estrategias que los nazis para acabar con la república de Weimar: mentiras, miedo y propaganda
Creada:
Última actualización:
Un grupo llamado «Ciudadanos del Reich» ha sido detenido por planear un golpe de Estado que aquí se llamaría «tentativa de desórdenes públicos agravados». Una jueza, una diputada de Alternativa para Alemania, un príncipe septuagenario, y personas con formación militar querían asaltar el Reichstag y deponer al Gobierno. En total unos 21.000 implicados. Los golpistas rechazan la UE, los límites territoriales establecidos tras la Segunda Guerra Mundial, el orden constitucional, y encontraban a Alemania en decadencia. Su propósito era instaurar un Estado inspirado en el Imperio alemán de 1871 para volver a ser «una gran nación». Se les ha vinculado con el nacionalsocialismo. La cuestión que algunos han debatido es si el movimiento ha terminado con las detenciones, ya que cuando se arrestó a Hitler tras su golpe fallido de 1923 no fue un obstáculo para que después alcanzara el poder.
El historiador Richard J. Evans escribió que para entender cómo lo hicieron los nazis hay que penetrar en su forma de contar la realidad. ¿A quién importa la verdad cuando las emociones están disparadas por la crisis y el malestar? Es entonces cuando solo se escucha lo que se quiere oír. La clave del éxito de los nazis fue contar a la gente lo que quería escuchar, explicarles que eran víctimas pero que podían ser dioses, que la democracia era una forma de evitar el triunfo del pueblo, y que la dictadura resultaba útil para ajustar cuentas y cumplir el destino histórico. Por eso Hitler se presentaba como un hombre común, uno más que había pasado de una vida humilde a encarnar el espíritu del pueblo alemán.
Ya, pero hay preguntas. ¿Cómo una nación culta y desarrollada aplaudió el nacionalsocialismo? ¿No se dieron cuenta de que era la apología de una dictadura criminal? Mark Mazower, otro historiador, lo explica envolviéndolo en la tendencia totalitaria posterior a la Primera Guerra Mundial, en ese desprecio a la democracia y a las libertades de las que también participó el comunismo. El análisis marxista se equivocó al decir que el nazismo fue una artimaña de la lucha de clases para contrarrestar el comunismo y acabar con el proletariado. Sin embargo los nazis persiguieron a burgueses y trabajadores por igual y sustituyeron el libre mercado por el capitalismo de Estado. Tampoco fue que los alemanes no estuvieran interesados en la política, como escribió Thomas Mann, o que era un pueblo que tendía al caudillismo, en opinión del historiador comunista Taylor.
Una traición extranjera
Los economicistas señalan la crisis económica como determinante, pero también hubo una crisis demoledora en Estados Unidos y no se convirtieron en dictadura nazi, sino que votaron a Roosevelt para el New Deal. Y se equivocan los que creen que es cuestión de educación. Es un prejuicio arrogante considerar que una sociedad educada y rica no puede desear la dictadura. Amar la gran cultura no inmuniza moralmente ni preserva de ser un autoritario. La crisis política fue determinante para el éxito nazi. La República era despreciada por quienes la veían como una imposición extranjera resultado de la derrota en la guerra, como si fuera un sistema extraño que no resolvía los problemas. Los comunistas, por otro lado, la criticaban por haber impedido a sangre y fuego la revolución soviética en Alemania entre 1918 y 1923.
Los dirigentes políticos, y sus partidos, fallaron a la democracia. Fueron irresponsables, y carecieron de sentido de Estado. La coalición de Weimar, compuesta por socialdemócratas, demócratas y el Zentrum, un partido conservador, que había levantado la República, se rompió por ambición. El Zentrum se alió entre 1929 y 1933 con la derecha y finalmente con los nazis de Hitler. Los comunistas, el KPD, no colaboró con el SPD, los socialdemócratas, por orden de Stalin para alimentar la inestabilidad gubernamental en el Parlamento y la conflictividad social. De hecho, llegaron a votar con los nazis para censurar al Gobierno.
El resultado fue la inestabilidad, con cuatro elecciones generales entre 1930 y 1932, y otros tantos presidentes del Gobierno en ese tiempo: el socialista Müller, los centristas Brüning, Von Papen y Von Schleicher. Este último fue el que creyó que podía controlar a Hitler y al NSDAP. «Son un caballo salvaje que acabaremos domando», dijo el arrogante Schleicher. El partido nacionalsocialista pasó por dos etapas. La primera fue la de la agitación callejera y revolucionaria, cuyo corolario fue el Putsch de Múnich, en noviembre de 1923. Fue un intento de golpe que salió de la cervecería Hofbräuhaus. Hasta entonces no eran más que un grupúsculo de nacionalistas resentidos y autoritarios, enganchados a la mística de la violencia. La segunda etapa es interesante, y de la que se sacan muchas enseñanzas. Fue cuando asumieron el modelo del fascismo de Mussolini.
Propaganda
Los nazis, con Goebbels a la cabeza, crearon una máquina de propaganda para crecer dentro de la democracia, y una vez en el poder, dinamitarla. Construyeron un partido que funcionaba como una máquina electoral, con oradores formados en sus escuelas, desfiles con uniformes y antorchas, y el uso de la prensa, el cine, el teatro y la radio. Lo hicieron para extender un discurso arraigado en la mentalidad alemana y que parecía la solución a su presente caótico. Este discurso solo era posible si existía una mentalidad proclive a aceptar como ciertas las mentiras. Es la obsesión por la hegemonía cultural que comparten los totalitarios, desde los nazis a los comunistas, incluso los actuales de Podemos. El nazismo recurrió a tradiciones e ideas que eran específicamente alemanas, justo en el momento de una crisis general en el país. Esas ideas pueden parecer tonterías, pero hay que tomarlas en serio porque son las que llegan a la gente corriente.
Desde la unificación alemana de 1871 existía una mentalidad militarista, de superioridad nacional, corroborada, a su entender, por su alta cultura y tecnología. A esto se le añadieron argumentos biológicos sobre la jerarquía de las razas y su papel en la civilización. Esa naturaleza y la historia constituían un espíritu que necesitaba un espacio vital para extender su cultura, y un protagonismo para empezar lo que Alfred Rosenberg llamó una nueva Era dirigida por los arios. A esto sumaron el manejo de las emociones básicas identitarias y colectivistas, como el odio al que impide la misión histórica de la raza, o el rencor victimista señalando enemigos internos y externos. Es muy probable, como indicó Friedrich Meinecke, que vivió el Tercer Reich, que si la dictadura nazi no se hubiera empeñado en la guerra hubiera durado mucho tiempo.