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Magallanes, la farsa que rompe Fernández-Armesto

El historiador desmonta la vida narrada hasta ahora del marino de origen portugués y firma una biografía monumental que saca las vergüenzas del «héroe»
larazon

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Hubo gente que se sorprendió de que Álvaro Morte, un actor famoso por un personaje que asalta bancos cantando el himno comunista «Bella Ciao», dijera que había interpretado a Elcano en la serie «Sin límites» como un hombre «muy de izquierdas» para que no se lo apropie la derecha. Quizá los sorprendidos olvidaban que un intérprete no es un intelectual, ni tiene por qué saber de qué está hablando solo porque pose y ahueque la voz. Es posible que los sorprendidos quedaron más ojipláticos cuando escucharon al productor de dicha serie diciendo que Magallanes era un «obseso» que quería demostrar que «tenía razón» (¿de qué, si nunca pensó en dar la vuelta al mundo?), mientras que Elcano «es un “outsider”, “cool”, que tiene una cuadrilla, se lo pasa bien en las tabernas peleando, es un vividor, un tío muy guay». Lo raro de esa serie es que no hicieran lo de aquella «Misión imposible»: situar Las Fallas y los Sanfermines en Sevilla.
De hecho, son tan graves los errores históricos de la serie «Sin límites» sobre Magallanes y Elcano que desvirtúan la historia y trasladan a los espectadores un relato falso. Voy con algunos ejemplos. Magallanes no era sociable, sino intratable. Sevilla no tenía un puerto vacío en 1519, todo lo contrario. Carlos V no fue a despedir la expedición. Magallanes y Elcano no viajaron en el mismo barco. Pigafetta no sabía guaraní, una lengua de los indígenas brasileños, porque ni estuvo allí antes ni existía una gramática al respecto. El armamento que aparece es anacrónico. Y, en fin, nadie esperaba en el puerto de Sanlúcar de Barrameda la llegada de «Victoria», donde iba Elcano, porque no había GPS ni grupos de whatsapp y, por tanto, no sabían cuándo arribaría. El problema es tomar un hecho real y manosearlo para que sea un negocio.
La historia profesional es muy necesaria, pero no acaba de llegar al gran público porque no puede competir con chorradas. Felipe Fernández-Armesto (Londres, 1950) ha escrito la mejor biografía hasta el momento sobre Magallanes. Es uno de los historiadores más metódicos de las últimas décadas, que aborda cualquier fenómeno y personaje de forma poliédrica, profunda y anclada en su momento, siempre considerando al hombre en la naturaleza y en su conjunto. De ahí proceden obras suyas como «Civilizaciones» (2002), sobre la lucha del hombre por controlar su entorno, o «Un imperio de ingenieros» (2022), junto a Manuel Lucena, donde estudia la colonización española a través de la construcción de infraestructuras. A esto se suman biografías como las de Colón y Américo Vespucio.
Sin comprender el impulso de la exploración, lo dice Fernández-Armesto, es imposible aprehender la mentalidad de los conquistadores y descubridores, como Magallanes. Eran hombres, escribe, versados en las hagiografías de personajes mitológicos y en los «romances de caballería». Fueron personas movidas por una «ambición social, siguiendo la trama de la historia de un héroe caballeresco en busca de fama y fortuna». Colón, por ejemplo, no hizo más que representarse a sí mismo como un héroe. Esto fue una constante de los tiempos en muchos países: el deseo de protagonizar una aventura, o de cumplir una misión romántica por la que pasar a la Historia.
Magallanes, dice Fernández-Armesto, tuvo un papel menos relevante que el que sus aduladores le han atribuido. Quería riqueza, poder y fama, pero esas tres aspiraciones suelen deparar muchos problemas. Si a este objetivo unimos «sus defectos de carácter (y) sus aspiraciones defraudadas», el cóctel desmitifica a Magallanes como un santo laico de la era de los descubrimientos. No obstante, merece una biografía aunque su fracaso fuera total: perdió la mayoría de los navíos y los hombres, y no hizo negocio. El aventurero de origen portugués no dudó en usar los métodos violentos de la época con absoluto desprecio a la vida humana. A pesar de esto, y a diferencia de Colón y Hernán Cortés, ha conseguido evitar los ataques de la izquierda «woke». Todo lo contrario, dice el historiador: se mitifica su figura con una intencionalidad política. Así, para pasar del mito al logos, de la invención a la realidad, Fernández-Armesto ha acometido, según él dice, «la lectura más minuciosa jamás hecha de los textos disponibles» (página 15).
Así, el historiador desmonta en su obra «Magallanes. Más allá del mito» las leyendas sobre un hombre nacido en Portugal en 1480, naturalizado luego español por su mala relación con la corona de aquel país y muerto en Mactán, Filipinas, en 1521. El primer mito es que el viaje fuera un buen negocio. Falso, asegura el autor. Los gastos resultaron a la postre mucho más elevados que los beneficios. El segundo mito es que Magallanes fue un gran marino. Fernández-Armesto dice que tenía muy poca idea de navegación; vamos, que era un pasajero ilustrado entre marinos profesionales. Esto provocó el fracaso de su plan y la muerte de gran parte de su tripulación, el 90% de los hombres. Tampoco tenía la pretensión de dar la vuelta al mundo, sino de volver por donde había ido; y sus descubrimientos, que fueron pocos, resultaron ser casualidades, no hitos buscados.

Repudiado por chaquetero

Del trabajo del historiador sacamos que Magallanes no era una persona de fiar. Traicionó al rey de Portugal y violó los derechos de circunnavegación del cabo de Buena Esperanza que su país natal poseía en exclusiva. Como escribió Camoens: «Oh, Magallanes, / portugués en el hecho, es verdad / pero ni mucho menos en lealtad». No acaba ahí la traición, dice Fernández-Armesto, porque el rey de España, Carlos V, «no podía dar autorización legal a tal ultraje» (página 144). Vamos, que cometió una doble traición. En suma, la tripulación se amotinó porque Magallanes era «poco honrado en el apartado económico, incompetente en el profesional y traicionero en el político» (página 309). Este motín se juzgó en España y se llegó a la conclusión de que los amotinados tenían razón. De hecho, los cabecillas se reincorporaron al servicio real.
Magallanes fue, según el historiador, uno de los muchos centenares de hombres portugueses que reclutó España en aquella época. Algunos eran objeto de persecución penal y otros meros aventureros ambiciosos sin capacitación, como su biografiado. Magallanes abandonó a su familia portuguesa, que «lo repudió por chaquetero imperdonable» (página 110), y Portugal lo rechazó luego por traidor. Hoy, la reconstrucción histórica y la necesidad de imaginar comunidades gloriosas de hombres intrépidos y ejemplarizantes han limpiado el pasado y la figura de Magallanes. Su muerte se idealizó. Pigafetta, amigo suyo, dijo que murió igual que Cristo, como «un buen pastor que se negó a abandonar a su rebaño». Fernández-Armesto dice que, en realidad, buscó su propia muerte, que debía ser «una culminación caballeresca de una batalla santificada por los ideales de los cruzados» (página 382). Su maniobra en Mactán, donde murió, fue imprudente y arrogante, subestimó a los nativos, que comerciaban con los chinos, y despreció la ayuda de sus aliados de Cebú para emular las historias del Roldán de Roncesvalles. Un desastre épico.

La falta de solidaridad de Elcano

Juan Sebastián Elcano es otro personaje rodeado de mitos. Para empezar, dice Fernández-Armesto que su nave, «Victoria», no se construyó en Zarauz (Guipúzcoa), sino en un astillero cántabro y que costó 300.000 maravedíes, un abuso que pagó la Corona. Tampoco Elcano tenía buena opinión de los portugueses; en concreto, de los parientes de Magallanes, porque, según dejó escrito, «maltrataban y daban palos a los castellanos». Se unió al motín contra Magallanes para mantener la lealtad del rey de España –no sabemos si esto es de «izquierdas», que diría el actor antes mencionado–. Elcano y la tripulación de «Victoria» abandonaron a sus compañeros desembarcados en una falta de solidaridad pero comprensible por la amenaza de la armada portuguesa. Y esto sin olvidar que dio la vuelta al mundo porque no siguió el plan de Magallanes, que era regresar por donde habían ido. Mucho mito a deshacer.