Anécdotas de la Historia

La agitada vida sexual de Mao Tse-Tung: las vírgenes que pasaban por su cama

Tras la política del líder comunista se esconden mil amantes y un carácter secreto de insaciable apetito sexual, siendo culpable de causar incontables contagios de enfermedades venéreas

Una imagen de Mao Tse-Tung, en la emblemática plaza de Tiananmen, en Pekín
Un pájaro sobrevuela el cartel de Mao Zedong durante la ceremonia del centenario del Partido Comunista Chinolarazonlarazon

Soy Mao. Antes me llamaban Tse-Tung, y ahora Zedong. Bah, moderneces. Lo importante es que sepan que soy el Gran Timonel, que para eso estamos en los 70 e hicimos una Revolución Cultural. Mi cara está por toda China. Se puede ver en los billetes y en enormes carteles que cuelgan en los edificios. Donde más me gusta que estén mis fotos es en las aulas de los colegios. Allí las chicas miran mi rostro con arrobamiento, como si fuera una estrella del rock. Literalmente se licúan. Lógico, saben que soy su Dios. Eso me gusta, porque cuando mi guardia personal las lleva cada noche a mi cama se entregan como buenas proletarias. «Cada día, una nueva alegría», ese es mi lema. Cogí esa costumbre hace años. Fue en la Larga Marcha, entre 1934 y 1935, cuando las tropas me traían una joven virgen de cada pueblo por el que pasábamos. Así regué el país con mi amor.

Li Zhisui, mi médico personal, dice que debería ser cuidadoso, lavarme y usar medicamentos. Me aburre. Que si blenorragia o gonorrea, que si la uretra y qué sé yo. Eso es para la gente corriente. Yo soy Mao. No lo necesito. Es más; si las chicas salen de palacio con una sonrisa y una enfermedad venérea, pues doble suerte. No todas tienen la fortuna de compartir el lecho con el Dios del comunismo. Que quede claro: el sexo es una fuerza cósmica y yo muevo el cosmos.

Las tengo en el bote

Mi servicio de información me ha dicho que las mujeres socialistas europeas piensan en mí, incluso las chinas que meto en campos de trabajo. Una tal Anchee Min, que escribe, tiene su dormitorio lleno de pósters con mi rostro, y dice que soy lo último que ve antes de dormir y lo primero al despertar. Las tengo en el bote. ¿Para qué lavarme entonces? Y menos a cepillarme los dientes. No lo he hecho nunca y ahora menos. Como digo siempre: los tigres nunca se lavan los dientes y ahí están, reinando, matando, devorando. Li Zhisui, que toma notas sobre mi vida, y eso no me gusta, dice que por eso tengo la boca llena de llagas, y que es la razón de que mis encías supuren un pus amarillo todo el día. Paparruchas. Yo tengo suficiente con hacer gárgaras con té verde por las mañanas.

Pero sí me lavo. Por ejemplo, cuando leo poesía me gusta que uno de mis camaradas sirvientes me frote la espalda con una toalla caliente. Da gustito y limpia. Debería estar incluido en el «Libro Rojo», pero ya era mucho. Es suficiente con los carteles que pueblan las calles con el lema «Mao no debería morir». Eso me da un poco de miedo, la verdad. La muerte no es para hacer bromas, al menos la mía. Por eso he conseguido un método tradicional para prolongar mi vida. Mi médico me ha conseguido unas dosis diarias de secreciones vaginales. Son fantásticas. Unas campesinas me las untan por el cuerpo cada noche. La verdad es que eso me da fuerza para estar en los bailes. Adoro a las bailarinas. Son mi debilidad. Sí, ya sé que esas fiestas están prohibidas en China por burguesas y decadentes, pero en el palacio Zhongnanhai mando yo. Mi casa, mis reglas. Organizo los bailes en el salón Loto de Primavera. He ordenado que me pongan una cama en una habitación contigua, donde, en cualquier momento del baile, me retiro a descansar con alguna muchacha. A mi esposa solo le preocupa que la abandone. Ella entiende que un guerrero comunista del proletariado mundial debe descansar, y el sexo es algo más que un vaso de agua para un sediento, como decía Stalin.

Eso sí, entre hombres, nada de nada. Ni el pelo de una gamba. He hecho que se persiga a los mariquitas y a las bolleras. No quiero que contaminen mi paraíso rojo con prácticas pervertidas del capitalismo. Mis amigos Fidel Castro y Ernesto Che Guevara hacen lo mismo, pero son más blandos. Ellos les meten en campos de reeducación. Yo ordeno su castración. Muerto el perro se acabó la rabia.

Ahora quiero contaros un secreto. Tengo un testículo hipertrofiado. Me lo ha dicho Li Zhisui. Este tipo es un pájaro de mal agüero. Dice que me va a causar impotencia. Ya había notado algo, la verdad. Li quiere que me haga no sé qué moderno, aunque yo sigo con mis inyecciones de extracto de cuernos de venado. Además, ya tengo seis hijos de mis cuatro esposas. La continuidad está asegurada, aunque me llevaré a la tumba el nombre de mi sucesor. Salud y Revolución, camaradas.