Las cartas enamoradas de Mateo Arbeloa, el requeté que no pudo volver: "Esto es la guerra: tiroteos, cañonazos, cadáveres..."
Un nuevo libro de Almuzara recupera la correspondencia entre un matrimonio de veinteañeros que sufrió en sus carnes el drama de la Guerra Civil
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Mateo, Josefina y Víctor Manuel son los protagonistas de una historia que, por desgracia, no es demasiado excepcional. No es más trágica que otras. Pero sí la convierte en única el legado que esta familia dejó para reconstruirla con detalle, «así como revivirla en toda su densidad», escribe Pablo Larraz Andía, editor, junto a Pilar Sáez de Albéniz Arregui, del centenar de textos que reúnen en 'Las últimas cartas de un requeté', publicado por Almuzara.
Ocho décadas después, la magnitud del drama de la Guerra Civil española continúa «provocándonos vértigo», firman en un libro que da comienzo en Mañeru, Navarra, en un pequeño pueblo de labradores. Dentro de este contexto se engloba esta familia de tres en la que el padre marchó al frente de batalla al día siguiente de estallar el conflicto, un hecho que marcaría para siempre a los Arbeloa Muru. Mateo partió como voluntario carlista y Josefina quedó al cuidado de su hijo de apenas medio año.
Padre y madre intercambiaron casi un centenar de cartas que ahora se recogen en este volumen imaginado por su hijo Víctor Manuel y en el que se muestran dos perspectivas diferentes de un mismo conflicto. «Por una parte», escribe Larraz Andía, «la del combatiente, que padece las penurias y horrores de la guerra en el frente; por otra, la de su esposa, que, sufriendo de diferente manera, trata de salir adelante desde la retaguardia». Como hilo conductor, «el amor sincero y apasionado entre dos jóvenes llenos de ilusiones y proyectos».
En las noches de melancolía, Mateo Arbeloa apretaba las cartas de su amada contra el pecho
Así, en sus misivas, aparecen aspectos comunes a otras colecciones epistolares de guerra –de cualquier tiempo y lugar–, pero también otras singulares, propias de la sociedad creyente y tradicional de Mañeru, la villa situada junto a la carretera que comunica Pamplona con Logroño.
En Navarra, la rebelión militar contra el Gobierno de la República se inició en la madrugada del 19 de julio del 36, aunque «desde la noche del 17, el requeté de Mañeru se encontraba ya concentrado a la espera de noticias y de la orden de desplazarse a Pamplona», describe el libro. La marcha se concretó a las cuatro de la tarde, cuando 114 voluntarios de todas las edades y prácticamente desarmados se montaron en dos camiones con rumbo a la plaza del Castillo. Jesús Lambea y Felipe Sarri, alcalde del pueblo, se pondrían al frente de un grupo se incrementaría con los días hasta aportar 189 combatientes al bando nacional – número muy elevado para una población que no llegaba a los 900 habitantes–. «El pueblo se quedó apenas sin hombres», recuerda Larraz. Fueron las mujeres, los niños y los viejos los que sacaron adelante el campo. «Años de trabajar, rezar y llorar», recordaría María Luisa Astrain en julio de 1961, en 'La revista de las amas de casa españolas'.
A la «esposica queridica»
Así, la primera carta de Mateo Arbeloa a su «esposica queridica» es desde Pamplona, el 22 de julio. En ella, cuenta por encima el ambiente en la ciudad y fantaseaba con un desarrollo de los acontecimientos veloz: «No mandéis nada, ya veremos si se termina pronto o no».
Tres días más tarde, ya integrado en la Columna Doñabeitia, ponía rumbo a Guipúzcoa. El avance nacional había quedado detenido ante la resistencia miliciana y daba comienzo un periodo bélico en el que los requetés, todavía sin experiencia, debían defender sus posiciones en desventaja y bajo el fuego incesante de la artillería enemiga.
Desde ese momento, los textos de Arbeloa irían precedidos de los ideales por los que había partido a la guerra: «Viva Cristo Rey», «Viva España católica y tradicional»; u otros más personales, como «Viva Mañeru y sus requetés», «Viva mi mujer y su nene», «Viva mi tierriña» o «Viva el abuelo». El general Franco apenas es nombrado dos veces en la correspondencia y nunca en los encabezamiento.
«Contra más ganas tengo de que esto se termine parece que se alarga más», escribía angustiado
La realidad del combate había cambiado por completo para finales de agosto y el tono de Mateo era diferente. Trataba de tranquilizar a su esposa minimizando el riesgo de las operaciones y ocultando detalles trágicos. «No preocuparse» se convirtió en una coletilla habitual. La comida, la vestimenta o los ratos de diversión intentaban aliviar las noticias: «Aquí está más duro para entrar, y las balas nos silban bastante. Todos estamos muy contentos, y aunque el rancho es escaso, nos consolamos unos con otros».
En Oyarzun llegó el primer muerto y, con ello, el punto de inflexión en la retaguardia, como muestran las cartas de Josefina. «El pueblo, marcado por las ausencias y la incertidumbre –explica Larraz Andía–, tomaba consciencia de a magnitud real del drama en que se encontraba irremediablemente inmerso». La mujer ya teme por la vida de su marido: «[Se] me destroza el corazón solo de pensar que podamos separarnos tan pronto, estando aún nuestro feliz hogar en flor». Desde el frente, Mateo, además de preocuparse de los ánimos en Mañeru y de la marcha de las labores agrícolas –«No me das ninguna noticia, ni de la trilla, ni de uva, ni de animales, y otras cosas»–, tiene la obsesión de su hijo: «Ya no me conocerá a mi regreso».
Las cartas de Josefina eran para Mateo el medio de conexión con su familia. Siempre iban dentro del bolsillo de la camisa, junto a sus fotos. Escribe en varias ocasiones que, en los momentos de melancolía y en las noches, las aprieta contra su pecho.
A este periodo de la contienda corresponde el grupo más numeroso de cartas: 60; 44 de él, 16 de ella. Se dejan ver ideales, proyectos e ilusiones. «A veces las contradicciones de la guerra y el desengaño», cuenta Larraz Andía: «Por momentos se agudiza la añoranza y el recuerdo (...) y el deseo de un reencuentro próximo».
«[Se] me destroza el corazón solo de pensar que podamos separarnos tan pronto»Josefina Muru
Se acercaba la Navidad y a «Mateíco» le desgarra la separación de su familia. Pero también se muestra preocupado por la llegada del aguinaldo y por las bajas entre sus compañeros: «Estoy un poco triste, porque ha muerto de un balazo un amigo mío de Sarasate, el que lo puse en 'El Pensamiento' si es que vino. Era muy majo y templao».
Para el día 25 las cosas ya se veían de otra forma a pesar de los 60 metros que les separaban de las líneas enemigas. El día anterior tuvo lugar una histórica tregua pactada entre ambos bandos, con intercambio de prensa, tabaco, vino y regalos. «La torta riquísima; pero aún me gustó más la cartica; vamos, que a mí me enciendes y me pongo tan contento, que no puedo vivir si no es aunque sea releyendo las carticas tan dulcísimas, y me vuelvo tonto al querer corresponder a ellas como te mereces. Bueno, hoy no puedo escribir más; ha oscurecido y tengo que ir de guardia aladico de los rojos», escribía desde el monte Kalamua.
Josefina ya no podía reprimir su angustia. Mientras, en el horizonte se quería intuir un desenlace rápido «cuando se entre en Madrid», algo que se consideraba probable a finales de 1936.
Pero ni mucho menos fue así. Llegaría el uno de enero y, con él, el primer cumpleaños de «Manolín». Las cartas que se cruzan resultan particularmente emotivas. «Tan bien como yo sabes que no cae un cabello de la cabeza, ni una hoja del árbol, sin la voluntad de Dios. Y aunque os silben las balas por todos lados, si Él no ha decretado tu muerte ahora, nada temas», confesaba Josefina.
El frente de Kalamua se convirtió en una zona «penosa» para Mateo: «Contra más ganas tengo de que esto se termine parece que se alarga más. ¿Verdad, Josefica? Pero qué vamos a hacer. Dios así lo permite, nuestros jefes sabrán hacerlo mejor que nadie. A nosotros nos toca obedecer y aguantar».
«Aunque no tengo muchas ganas de fiestas, por hablar un ratico contigo y enviarte mis más tiernos cariños, lo hago con muchísimo gusto, majica mía»Mateo Arbeloa
A pesar de ello, con febrero llegaría el segundo permiso para regresar a casa (el primero fue a finales de septiembre). Larraz Andía los define como «días de intensa felicidad» que se evocarían en las siguientes misivas. Sin embargo, iba a ser su última vez en Mañeru.
La esperada ofensiva nacional sobre Bilbao dio inicio a finales de marzo de 1937; un nuevo periodo bélico deseado por la mayoría de los voluntarios al poner fin a la tediosa guerra de posiciones y significar quizá la antesala al final de la contienda.
Abril empezó con marchas agotadoras y rápidos avances de penetración en Vizcaya, en un contexto de superioridad aérea y artillera desconocida hasta entonces. Mateo, impresionado por la crudeza de los combates y la magnitud de la destrucción, lo reflejará repetidamente en sus cartas. El 9 de abril de 1937, desde Ochandiano, decía a Josefina: «Cuántas cosas te contaría de lo visto estos días; ya llegará el día si Dios quiere, y os contaré cosas que hasta ahora no había visto. Esto es la verdadera guerra: tiroteos inmensos, cañonazos sin cuento, aviación superior ametrallando sin cesar todos los montes y pueblos, el campo sembrado de cadáveres, dormir al raso en el monte y lloviendo...».
Arrojo y valor
El Tercio Navarra tomaría parte, por tres ocasiones, en la conquista del monte Saibigain, escenario de algunos de los combates más cruentos de la guerra en el norte. En la primera, Mateo encabezó con su escuadra el asalto a las trincheras enemigas en la cima; aparece mencionado «por su arrojo y valor» en el parte de operaciones.
El 19 de abril de 1937, desde un caserío de Olaeta, redactaba sus últimas líneas: «Cumplimos los nueve meses [en campaña], y después de bajar del monte hasta el hombro de barro, aunque no tengo muchas ganas de fiestas, por hablar un ratico contigo y enviarte mis más tiernos cariños, lo hago con muchísimo gusto, majica mía».
Horas después, en el asalto a las posiciones republicanas que defendían la cima del Tellamendi, Mateo resultaba herido por un balazo en el pecho. En el bolsillo de su camisa, como siempre, llevaba las dos últimas cartas de Josefina y la foto de «Manolín». Trasladado a un hospital de Vitoria, falleció siete días después acompañado de una «Josefica» inconsolable.
- 'Las últimas cartas del requeté' (Almuzara), de Mateo Arbeloa y Josefina Muru, 432 páginas, 25,95 euros.