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Catalina de Erauso, la Jezabel española

Su leyenda se expandió por toda Europa, pues su vida fue valiente y trasgresora, teniéndose que adaptar a estándares masculinos para alcanzar sus objetivos
Retrato de Catalina de Erauso
Retrato de Catalina de ErausoLa Razón
La Razón

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A lo largo de la historia, existen numerosas historias de mujeres que se han vestido como hombres para perseguir sus sueños. Desde el relato folclórico (y princesa Disney) Hua Mulán, hasta el mito bíblico de Jezabel, las mujeres han tenido que adaptarse a estándares masculinos para realizar acciones más allá de las expectativas de su género. Catalina de Erauso y Pérez de Galarraga, nacida en San Sebastián alrededor de 1585, llegó a convertirse en un hombre para conseguirlo. Conocida por varios nombres como Pedro de Orive, Francisco de Loyola, Alonso Díaz, Ramírez de Guzmán o Antonio de Erauso, su apodo más conocido es el de «Monja Alférez».
Militar, monja y escritora, su vida puede entenderse como un acto de rebeldía ante un entorno intransigente o quizás como influencia de su crianza por un militar, el capitán Miguel de Erauso y María Pérez de Galarraga y Arte. Desde los 4 años, fue internada en el convento dominico de San Sebastián para aprender los valores católicos asignados a su sexo. Sin embargo, su naturaleza rebelde y no apta para la vida monacal la llevó al Monasterio de San Bartolomé y, a los 15 años, fue trasladada nuevamente debido a su personalidad subversiva.
Recluida en su celda, las paredes no eran suficiente límite para ella. La primera vez que se travistió fue al cortarse el pelo, crear ropas de hombre y robar las llaves de su celda para convertirse en una versión femenina de Lazarillo de Tormes. En la autobiografía que escribió se narra una vida tumultuosa y agitada: escapó de un abuso sexual por parte de un catedrático, fue paje masculino de la corte, y después de estar encarcelada por peleas en Bilbao, terminó como grumete en el galeón del capitán Esteban Eguino, primo hermano de su madre. Después de transitar parte de la geografía española, partió en 1603 partió rumbo a América, recorriendo una cantidad asombrosa de kilómetros en su viaje desde la Punta de Araya (Venezuela) hasta Concepción (Chile). En Nombre de Dios (Panamá), su galeón recaudó plata para regresar a España, pero Catalina no quería volver. Mató a su pariente y robó 500 pesos. Dijo a los marineros que partieran sin ella, excusándose por un negocio que le había mandado su tío. Su engaño surgió efecto.
Posteriormente, trabajó con Juan de Urquiza y su gran cargamento. Al llegar a las costas del puerto de Manta (Ecuador), el viento derribó el navío del mercader y Catalina tuvo que nadar para salvarse, quedando solo ella y su amo con vida. Juan de Urquiza se convirtió en una figura crucial para Catalina, financiándola para abrir negocios, sacándola de la cárcel y hasta proponiéndole matrimonio con doña Beatriz de Cárdenas, propuesta que rechazó para no ser descubierta. En el Virreinato de Perú (actual Lima), tuvo un episodio que podría considerarse como la primera muestra de homosexualidad de Catalina, o, quizás, como una narrativa que destaca su desviación del ideal femenino convencional. Fue despedida al ser descubierta «andándole entre las piernas» a la hermana de la mujer de su nuevo amo Diego de Solarte. No es el único caso de encuentros sexuales que menciona en su autobiografía, algunos disfrazados para obtener favores de mujeres que desconocían su verdadera identidad.
Persona transgénero, lesbiana o no binaria, Catalina se ha convertido en un personaje legendario del Siglo de Oro español, quizás en parte porque en su relato, se resalta su habilidad con las armas y su valentía en la batalla, recordándonos a la santa Juana de Arco. Su fuerte carácter y la constante recaída en la celda, la llevó a alistarse a las órdenes del capitán Gonzalo Rodríguez y participar en la invasión a Chile con 1600 hombres. Llegó a ostentar el grado de alférez después de la batalla de Valdivia, pero también fue responsable de pillajes y asesinatos (¡incluyendo el de su propio hermano!). En 1623, tras ser nuevamente encarcelada, reveló finalmente su verdadera identidad como mujer. Pidió clemencia a la Iglesia y fue enviada a España. El rey Felipe IV le permitió conservar su nombre masculino y la apodó «Monja Alférez», manteniendo a su vez el permiso de usar ropa de hombre otorgado por el Papa Urbano VIII. Su leyenda se extendió en Europa, siendo un ejemplo único de una vida extraordinaria.
Su fascinante vida se ha preservado principalmente a través de sus memorias, las cuales fueron publicadas en París en 1829. La notoriedad de sus experiencias fue tan extraordinaria que Thomas de Quincey las relató como una historia fantástica en 1847 y se conserva una idealización de su busto en un cuadro de 1630 atribuido a Francisco Pacheco o Juan van der Hamen.

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