Monja Alférez, la primera trans: capón, doncella y criminal
Sus memorias, “Vida y sucesos”, son un texto pionero de la narrativa trans, a la vez que se convierte en una crónica de Indias
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Erauso nació Catalina y murió Antonio. Transformación que podría ser de nuestros días, pero lo que hace grande esta historia es que se produjo hace más de cuatro siglos. Es por ello que la Monja Alférez fue precursora y su Vida y sucesos un texto que debe ser leído como también pionero de las narrativas trans y servir de registro «de la densidad histórica de problemáticas y luchas de nuestro propio tiempo», explica Miguel Martínez en su edición de Clásicos Castalia. Pero, además, su testimonio es crónica personal de Indias, «un descarnado relato de las sociedades y subjetividades que generó el colonialismo», continúa el autor.
Y no se admite discusión en su metamorfosis, pues cada vez que nos referimos a Erauso como mujer, conviene echar la vista al final de estas memorias, donde se hace referencia a unas insolentes napolitanas que se llevaron «una soba de cintarazos» por dirigirse al alférez como «señora». Y es que, en los tiempos de Erauso, por lejanos que nos parezcan del siglo XXI, no era inconcebible el cambio de sexo, pues como se apunta en el libro, «la identidad sexogenérica tenía más que ver con el rango, la calidad y el estado que con la esencialización de una diferencia genital».
Si el silencio y la clausura van ligados a la cotidianeidad de la monja barroca, Erauso hace de contrapeso para hablar constantemente de su vida bronca y despliega su bizarría allá por donde pasa. En su escritura se puede apreciar una sintaxis repetitiva que acumula episodios, no siempre claramente jerarquizados, en una especie de criminal huida hacia delante; y su estilo, sin embargo, «es plano y despreocupado, asertivo, desapasionado y alérgico a las formas de la retórica más barroca. Un registro completamente falto de la afectividad que se les atribuía a las mujeres».
Fue en 1829 cuando Vida vio la luz por primera vez en un trabajo de recuperación que llevó a cabo Joaquín María Ferrer desde su exilio parisino. Desde principios del siglo XVII, la vida del alférez Erauso había sido un camino enmarañado de declaraciones judiciales, relaciones de sucesos, comedias urbanas y memorias autobiográficas. También tuvo una trayectoria con múltiples aristas: fue hija de la hidalguía vasca, novicia desertora, mozo pícaro de muchos amos, soldado colonial en la guerra más violenta, marinero, trajinante y criminal, enumera Martínez. Monja, eunuco, capón, mujer varonil y casta doncella. Trató con rufianes y papas, estuvo a punto de casarse con una hacendera mestiza de Tucumán, recibió rentas del tributo indígena y tuvo esclavos. Capítulos de su biografía que derivan siempre de sus propias palabras, por lo que este volumen trata de «desenredar la madeja textual que se nos ha transmitido y dar respuestas».
Advierte el doctor en Estudios Hispánicos por la City University de Nueva York que «cualquier lectura actual de la Vida debe comenzar con la sencilla constatación de que Erauso vivió como hombre prácticamente toda su vida», antes y después de que un puñado de textos y un público ávido de novedades convirtieran su cuerpo en espectáculo público. «Es obvio que no compartimos con nuestros antepasados los lenguajes para hablar de la diferencia sexual o la identidad de género», continúa. «Nuestras formas de clasificar los cuerpos y el deseo difieren radicalmente de aquellas que jerarquizaron las sociedades del Antiguo Régimen. Por eso resulta tan difícil la traducción de la historia de la Monja Alférez a la lengua de nuestros días, si bien su problemática nos interroga de manera urgente. Si a nosotros nos parecen inadecuadas las formas de hablar entonces sobre el alférez, la mayoría de las de hoy también habrían resultado ininteligibles para nuestros ancestros, sea Erauso heroína feminista, mujer lesbiana, hombre trans o persona de género no binario».
Tampoco compartimos hoy una noción similar de subjetividad en relación con el género: «Las prácticas sexuales, la orientación del deseo o la intervención estilizadora sobre el cuerpo, que hoy son constitutivas de identidades y sujetos, no lo habrían sido tanto en la edad moderna». Sin embargo, el volumen apunta que los paradigmas de la mujer varonil y el travestismo con los que se ha leído frecuentemente su historia, no contribuyen hoy a aclarar el sentido de Vida en una época en la que el travestismo está documentado. Muchas mujeres se vistieron de hombres para ingresar en el ejército, viajar, evitar violaciones o buscar a amantes. En el caso de Erauso, por el contrario, la mudanza de vestido original no fue transitoria «sino que devino forma de vida permanente», escribe Martínez.