Anécdotas de la historia
Cuando el escote de Rocío Jurado acabó con un ministro de Franco
La vestimenta (hoy convencional) de Rocío Jurado en una actuación en Televisión Española provocó el cese de Pío Cabanillas, ministro de Información y Turismo en 1974
«Es un pornógrafo! ¡Un sátiro! ¡Un obsceno!» –dijo el ministro–. Qué digo. Es un traidor». Franco observaba a su interlocutor sin pronunciarse. Calculaba su personalidad por la escenificación de la crítica a su compañero de Gabinete. El tipo empezó a decir que el Régimen del 18 de Julio era moral o no era nada. Se empezaba por permitir la liberación de las costumbres, señaló, y se acababa en una democracia liberal. Toda persona de bien sabía que el liberalismo abría la puerta al comunismo y a la masonería, que eran la antiEspaña. «Ese Pío Cabanillas tendría que desaparecer ya», insinuó el ministro acercando un dosier sobre su colega de Información y Turismo.
Era 1974. La TVE, que dependía de Pío, había iniciado cierta apertura en los telediarios y en la programación. Pero la apertura que más impactó a los españoles fue la del escote de Rocío Jurado. Lo que empezó siendo una fría noche de abril se convirtió en el episodio más tórrido de la primavera. La cantante apareció con un escote que avanzaba hacia el sur abriendo puertas al campo, acompañado por unas transparencias que pegaron las caras de los españoles a los televisores. De hecho, el censor jefe de TVE en ocasiones miraba los programas desde arriba para ver si se veía algo en el canalillo, o desde abajo por si acaso apuntaba el blanco de la braguita. Pero aquello de Rocío Jurado… ¡Qué escándalo! El diario «El Alcázar», del búnker que llegó hasta el 23-F de 1981, ya saben, lo definió como una «exhibición de taberna portuaria».
Ahí no acabó la cosa del erotismo televisivo. Rosa Morena, otra cantante espectacular, rubia, sexi, insinuante y atrevida, interpretó «Échale guindas al pavo» en un cuartel rodeada de soldados que aún no habían hecho el cursillo CCC por correspondencia de masculinidad tóxica. Porque la conocida academia CCC impartía por carta cursos para todos, como de acordeón, banca, maitre de hotel, y detective privado, por supuesto. ¿Quién no quería una lupa y una pipa para mirar las facturas? Las imágenes de Rosa Morena con la tropa salida, salida en tromba quiero decir, fueron en riguroso directo. Aquel era otro escándalo que erigió los dedos inmovilistas y acusadores hacía Pío Cabanillas. «Pío no es nada pío», decían. Franco no vio esos programas. Carmen le ponía el UHF hasta que salía en la pantalla él mismo con el himno nacional de fondo, ya de noche, y apagaba la tele. Además, en julio tuvo que pedir como Caudillo una baja por enfermedad. Eso de dejar el timón a otros no le hacía gracia. «España está llena de incapaces y de traidores, Paco», le decía Carmen últimamente.
La Revolución de los Claveles
Desconfiado, el Caudillo abrió ese día el dosier sobre su ministro. Vaya. Las portadas de las revistas mostraban a chicas en bikini, o con ropa ceñida. «¿Qué es eso de “Hermano Lobo”? –se preguntó Franco–. Los monigotes no son chistes, es política». Y los anuncios. Qué anuncios. Ese de Licor 43 con una mujer en moto diciendo «Guerra a la vulgaridad». Menos mal que lo compensaba el de brandy Soberano, que mostraba hombres de verdad con tantos pelos en el pecho como saliendo de sus orejas, diciendo «Es cosa de hombres».
Franco se dirigió a su mesa y cogió otro dosier. «A ver, ¿qué películas está permitiendo Pío? –pensó–. Porque la de ‘‘Manolo la nuit’’, de Manolo Ozores y Alfredo Landa ya estaba subidita de tono…». Franco leyó la lista de estrenos para 1975. «¿Cómo? ¿Que está autorizado un desnudo integral de María José Cantudo en “La trastienda”, de un tal Jorge Grau?». El Caudillo se sentó. «¿Y para esto hemos muerto un millón de españoles?», se dijo. Franco lo decidió. Iba a comunicar a Arias Navarro que echara a Pío Cabanillas, el aperturista. No solo eran las tetas y los culos, sino que su ministerio había permitido que se informara de la Revolución de los Claveles en Portugal como si fuera algo deseable en España. Ya se lo dijo a López Rodó: «ha sido una campaña de prensa al revés». En lugar de mostrar a la Patria como un reducto, una atalaya ante una civilización que se desmorona, se había presentado lo portugués como una esperanza. El 28 de octubre de 1973 Arias Navarro fue al despacho de Pío, en Castellana 3. «El Caudillo tiene dos dosieres sobre ti –dijo la calamidad–. Uno, de García Hernández, ministro de Gobernación, diciendo lo de Portugal. Otro de Antonio María de Oriol recopilando tu manga ancha con la pornografía. Recoge tus cosas y vete, olvida mi nombre, mi cara, mi casa, y pega la vuelta, Pío». El ex ministro lo veía venir. Se lo dijo Fraga desde Londres. «¿Quién me sustituye?», preguntó. «León Herrera, que ha dicho que la Jurado tenía que haber salido con mantilla».
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