Anécdotas de la historia

Cuando Hitler prohibió la Navidad

El Führer mantuvo una posición contraria a la Iglesia, a la que consideraba «enemiga del pueblo alemán» y trató de prohibir la celebración del nacimiento de Jesús

Imagen de Hitler delante de un árbol de Navidad
Imagen de Hitler delante de un árbol de NavidadLa Razón

Heinz Linge, ayuda de cámara de Hitler, tenía un sistema infalible para agradar siempre al amo. No quería acabar como el que le antecedió en el cargo, un tal Hans, o Fritz, que estaba de camino a Rusia. El muy bobo había creído que las preguntas soltadas al aire por el líder del Reich presumían una respuesta sincera. Linge era más listo. Cuando algo le parecía bien decía: «Indudablemente, mi Führer», y si la propuesta le parecía un completo disparate soltaba un enfático «qué duda cabe, mi Führer». Se acercaba la Navidad, y las relaciones con la Iglesia no eran las mejores. Los muy cochinos se resistían a ir a campos de concentración, no aceptaban las expropiaciones, criticaban la persecución de judíos y pedían libertad educativa.

El Führer entró en su despacho. Era temprano. Hacía frío en la calle. No era para tanto. Thor también se helaba en el bosque. Y Loki, claro, y las valkirias cuando iban a Asgard. Los pueblos germánicos estaban acostumbrados a las bajas temperaturas. Eso les había hecho superiores al resto. La calefacción era un invento burgués que debilitaba a la raza. Menos mal que Himmler había enviado a Ernst Schäfer al Tibet a buscar el origen de los arios. Pero tardaban en volver. Aunque a este paso iban a pasar siete años. Heinz estaba en estas meditaciones nazis cuando el propio Führer le dirigió la palabra. (Gran momento. Expectación. Emoción contenida).

«He tenido un sueño, querido Linge», dijo el Führer mirando una gigantesca bola terráquea no hinchable que había satirizado en un película el bolchevique ese de Chaplin en 1940. «La Navidad es una celebración patriarcal, cisgénero y normativa que maltrata a los animales», sentenció Hitler. «Qué duda cabe, mi Führer», apostilló Linge. «¡Es una patraña que perpetúa la sumisión a la oligarquía eclesiástica!», gritó el líder del NSDAP como si estuviera en la cervecería de Múnich. «Este año de 1941 vamos a poner fin al cristianismo. Voy a aplastar a la Iglesia. Se acabó –hizo una pausa dramática para subir el flequillo y tomar aliento–. Tengo grandes ideas». «Indudablemente, mi Führer», señaló el lacayo. «Además, como dijo Stalin, el Papa no tiene tanques», afirmó Hitler esbozando algo así como una sonrisa.

Linge sacó un papel, chupó la punta del lápiz y se dispuso a anotar la «blitzkrieg» de ideas de Hitler. «A partir de ahora no se hablará jamás de Navidad. Se llamará «Solsticio de Invierno». ¿Qué es eso de celebrar el nacimiento de Jesús, un niño judío? La Biblia es la enemiga del pueblo alemán… ¿Estás anotando, Heinz?». «Indudablemente, mi Führer», contestó el ayudante. «La Biblia es un libro de propaganda judía. Ya dije a Goebbels que me parecían bien los carteles que hizo colocar en todo el Reich». «¿Qué decía el cartel? Ah, sí: ‘‘Este es el enemigo’’, y tenía una bayoneta atravesando la Biblia», recordó Hitler.

Fuera también Papá Noel

«Ya prohibimos cantar villancicos en las escuelas en 1938. Y que se representaran escenas del nacimiento de Jesús, ese judío. Hay que educar a los niños fuera del cristianismo», dijo Adolf. «Qué duda cabe, mi Führer», se oyó en la sala, probablemente proveniente de la boca de Heinz. «La Navidad será llamada desde ahora ‘‘Julfest’’, como la llamaban nuestros ancestros antes del cristianismo. No hay nada que celebrar el 25 de diciembre. Será el 21, coincidiendo con el solsticio de invierno», siguió enumerando el Fürher.

Por la ventana se veía que había comenzado a nevar. Era como si Skadi, la diosa del invierno en la mitología nórdica, ratificara las ocurrencias del líder del Tercer Reich. «Mantendremos el árbol porque eso es germano, es nuestro, es ario», soltó Adolf. «¿Y las bolas, mi Führer?». «Son de adorno, Heinz». «Me refiero a las del árbol, Führer». «Ahí, sí. Se me ha ocurrido que habrá de dos tipos: unas tendrán una esvástica y las otras, mi rostro. ¿Qué te parece?». «Qué duda cabe, mi Führer», contestó Linge. «Y arriba, en el pico del abeto, un sol –dijo sonriente el caudillo ario–, porque el astro rey renace siempre. Así estarán todos cara al sol». «¿Con la camisa nueva, mi Führer?», inquirió el escribiente. «No. Por cierto, fuera Papá Noel. Eso es un truco comercial. Lo importante es recuperar la tradición. Pondremos a Odín, que también tiene barba blanca. Y repartirá regalos a los niños, pero no en un trineo, sino en un caballo blanco. Y cantaremos canciones sobre la naturaleza, el ascenso de la raza aria, la mujer que cuida a la familia,... ¿Qué te parece, Heinz?», acabó Hitler. «Qué duda cabe, mi Führer», contestó Linge mientras metía el papel escrito en un fichero metálico con una pegatina que decía: «Cosas nazis».

(Los datos proceden de la obra «Historia social del Tercer Reich», de Richard Grunberger