La epopeya de Egeria, la viajera gallega que llegó hasta Mesopotamia en el siglo IV
Uno de los logros más extraordinarios de esta peregrina radica en la forma preventiva y adelantada con la que fue capaz de documentar sus viajes siendo mujer
Tübingen (ALEMANIA) Creada:
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Viajo en tren observando el fascinante paisaje que se despliega ante mis ojos. En el vagón, rostros familiares y desconocidos se entremezclan, creando un mosaico humano. La diversidad de hombres y mujeres despierta mi curiosidad, y me lleva a reflexionar sobre las caras y experiencias que Egeria, la primera peregrina y viajera conocida de la Península Ibérica, pudo haber encontrado en su propio trayecto. Un viaje en el siglo IV que la llevó desde su natal Galicia hasta Mesopotamia, una epopeya narrada con aventura, curiosidad y fervor religioso. En esta travesía histórica, nos hemos cruzado con diversas viajeras, desde Josephine Diebitsch Peary en busca del Polo Norte hasta Alexine Tinne para explorar el origen del Nilo, pasando por la vuelta al mundo con Nellie Bly.
Sin embargo, en la Antigüedad tardía, una mujer no solo viajó, sino que también documentó su experiencia. Egeria, conocida por varios nombres, como Eteria, Ætheria, Etheria, e incluso Arteria o Geria, escribió sus vivencias en un diario personal titulado con el nombre del «Itinerario de Egeria» («Itinerarium Egeriae», «Peregrinatio Aetheriae» o «Peregrinatio ad Loca Sancta»). El relato no fue simplemente un itinerario de peregrinación, sino el fundador del género literario conocido como «literatura odepórica» (es decir, el género de la literatura de viajes). Su peregrinaje hacia lugares santos fue ampliamente difundido en la Antigüedad debido a su estilo minucioso y a sus detalles divertidos. Fue, por así decirlo, la «guía de viajes» que usaban los viajeros de alta cuna en ese periodo. Y es que realmente no solo viajaban soldados mandados a conquistar tierras, ni santos ascetas intentando buscar la divinidad en el desierto, sino que la red de vías en el Imperio Romano denominada «cursus publicus» permitía a los ciudadanos transitar sin problemas dentro del Imperio debido a su extensión y riqueza. Dicha red estaba poblada de mercaderes, estudiantes, funcionarios, viajeros ricos y un sinfín de personajes que hacían uso cotidiano de caminos interconectados que formaban un mosaico global de movilidad y migración. Pero para viajar había que poseer o bien un motivo o bien recursos.
Egeria seguramente pertenecía a la nobleza y poseía tanto riqueza como un profundo bagaje cultural. Aunque especulaciones sobre su linaje la vinculan con Aelia Flacila (primera esposa de Teodosio el Grande) o sugieren que podría ser hermana de Gala (la compañera de Prisciliano), ella sola se embarcó en un periplo que la llevó a atravesar Egipto, Palestina, Siria, Mesopotamia, Asia Menor y Constantinopla con el objetivo de visitar los lugares santos mencionados en la Biblia. Pasó mucho tiempo explorando Jerusalén, Belén, Galilea y Hebrón. En 382 se adentró en Egipto y visitó Alejandría, Tebas, el mar Rojo y el monte Sinaí. Su viaje continuó por Antioquía, Edesa, Mesopotamia, el río Éufrates y Siria. Muchos kilómetros documentados en experiencias de vida. Lo extraordinario de su viaje no solo radica en la extensión de los territorios que recorrió, sino en la determinación de documentar sus experiencias. Su «Itinerarium» ofrece consejos para visitar territorios interesantes, pero también una visión subjetiva y testimonial, proporcionando muchas veces pormenores sobre cómo enfrentarse a lugares inhóspitos y peligrosos. No es por tanto una guía de atracciones turísticas, sino también de detalles que «tienes que conocer antes de visitar» esos lugares. Y es que viajar en esa época era costoso y conllevaba riesgos, especialmente para una mujer. Las pistas del texto apuntan a la posibilidad de que tuviera un salvoconducto oficial que le ofreciera protección en territorios amenazadores. Su «diario de viajes» fue conservado en un manuscrito del siglo XI escrito en latín vulgar, el idioma de la época. Sin embargo, la historia de Egeria permaneció olvidada durante siglos hasta que, en 1884, Gian Francesco Gamurrini descubrió el manuscrito en la Biblioteca de la Cofradía de Santa María de los Laicos de Arezzo (Italia). Era una copia del siglo XIII dividida en dos partes, con el principio y el final perdidos. Quizá por ese motivo no se conoce si Eregia regresó o no a Hispania, como tampoco la fecha de su muerte ni su lugar de descanso. Pero el relato sirve actualmente a los historiadores para entender cómo funcionaban las vías transitadas en el Imperio Romano, a los filólogos para tener una visión inestimable de la transición del latín clásico al tardío y a los ciudadanos del pasado como guía para embarcarse en un viaje guiados por una heroína. Un legado que perdura como las piedras asfaltadas en el camino de la Historia.