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cultura
En busca del mausoleo perdido
La nómina de lugares sagrados de reposo de los gobernantes hispanos es nutrida por toda la geografía; sin embargo, los monarcas visigodos han sido perdidos, reencontrados y olvidados...

Hay dos nombres con los que solemos referirnos al lugar donde están enterradas las personalidades más ilustres para la comunidad política. En primer lugar se habla de «panteón», que deriva de una vieja palabra griega que se refiere al conjunto de «todos los dioses». Desde allí, y a través del latín y del uso romano –recuerden el «Panteón de Agripa» y esos templos que estaban consagrados a todas las divinidades, no sólo los grandes dioses, sino también otros intermedios–, llegó la consideración de ese lugar sepulcro de los divinizados y de los grandes personajes. El segundo vocablo es «mausoleo», que viene del nombre de un antiguo rey de Caria llamado Mausolo. Se dice que a su muerte su viuda Artemisia hizo edificar en Halicarnaso una espléndida tumba que fue contada entre las Siete Maravillas del mundo. Desde entonces se ha aplicado el término a sepulcros fastuosos como el del emperador Augusto o el de Adriano (e incluso al Tajmahal).
Hay que decir que los huesos de los héroes y gobernantes fundacionales también eran venerados casi como reliquias divinas para la comunidad mitopolítica. Sin duda, la búsqueda, conservación y tutela de estos huesos es una de las más antiguas acciones de la humanidad. Desde que el hombre es hombre se tiende a honrar con un lugar preeminente los restos de los personajes que ha ejercido la dignidad de gobierno de modo excepcional y a tributar honores «postmortem», a veces llegando a la deificación; volviendo a Roma hay que recordar el culto institucional a los emperadores divinizados, desde Augusto o su padre adoptivo César, en adelante. Otras veces, cuando los huesos están perdidos, descubrirlos es misión providencial para la comunidad: Teseo, Orestes o Arturo son solo algunos ejemplos de este deber mitopoético que, a veces, se acaba ejecutando siguiendo las coordenadas de la historia apócrifa.
Como quiera que sea, muchos son los lugares de la geografía mítica de España que están marcados por el entierro de los grandes. Quizá la construcción del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial como panteón para los Reyes de España pueda dar al lector poco advertido o viajado la impresión de que este es el único gran panteón de la geografía española. Pero nada más lejos de la realidad. Desde el panteón de los Reyes de Asturias, en la catedral de Oviedo, hasta el de los Reyes de León, en la basílica de San Isidoro –donde se supone que también se alberga uno de los muchos Santos Griales que pueblan la geografía mítica de las Españas–, la nómina de lugares sagrados de reposo de los gobernantes hispanos es nutrida. Hay criptas reales en monasterios como el de las Huelgas en Burgos o, allí mismo, el de San Salvador de Oña. Otro tanto ocurre con los Reyes de Aragón sepultados en el panteón Real de San Juan de la Peña, en el núcleo espiritual de la corona, o en el de Poblet, en Tarragona, donde están los sepulcros reales a partir de Pedro IV. El reino de Navarra tiene también notables criptas propias, en sendos monasterios, el de Santa María de Nájera y el de Leyre. Y no podían faltar en esta improvisada y no exhaustiva lista, por supuesto, las capillas reales de Sevilla o Granada, con los Reyes Católicos en lugar preeminente, entre otros muchos ejemplos. Me he dejado Toledo muy a propósito en el tintero...
Se ve que esta geografía es toda real, si bien mitificada por la veneración de las edades. Pero nos interesan más los sepulcros discutidos, apócrifos, buscados o anhelados, como los de Pelayo, Bernardo del Carpio o el rey don Rodrigo. Si uno sondea las antigüedades más remotas se puede sentir casi como un arqueólogo de película en pos del mausoleo perdido. Eso ocurre, por ejemplo, con los siempre evanescentes monarcas de la España visigótica. Perdidos, reencontrados, olvidados o reivindicados de forma casi cíclica.
Entierro con honores
Si miramos a aquellas antigüedades hispánicas, hace no mucho saltó a la prensa la noticia de que varias personalidades habían pedido el entierro con honores de Estado de los restos de dos reyes visigodos, Recesvinto y Wamba. Sus cuerpos reposan al parecer, tras diversas peripecias, en un lugar no muy digno situado en el depósito de la catedral de Toledo. A su muerte, Wamba fue sepultado en Pampliega (Burgos), en el año 688, y en el siglo XIII sus restos fueron trasladados a la iglesia de Santa Leocadia, en Toledo. Luego su tumba, junto con la de Recesvinto, fue expoliada por las tropas de Napoleón en 1808 y los restos de ambos se guardaron en un pequeño recipiente, que ahora se quiere honrar. En Santa Leocadia, donde en tiempos recientes se pensó que estaba el panteón real visigodo, parece que se enterró también a Sisenando y Witiza, y no sabemos si también a Recaredo: este sería el que habría de ostentar el papel de héroe tutelar cuyos huesos habrían de presidir el solar sacro. Por supuesto que es muy conocido el hecho de que en Toledo se encuentran las Capillas de los Reyes Viejos y Nuevos, en su Catedral, los últimos a instancias de Sancho IV de Castilla, que venía a sumarse a otros monarcas más antiguos, como Alfonso VII y Sancho III, que reposaban en la catedral toledana. Pero tal vez se podría añadir a estas dos capillas, si es que alguna vez se encuentra, una tercera: el mausoleo perdido para los reyes pretéritos del reino visigótico de Toledo. No está mal para una película de Indiana Jones.
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