Godos: últimas noticias de un culebrón familiar
Santiago Castellanos publica «Rey de los godos», que aborda la Hispania del siglo VI y el VII
Madrid Creada:
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Hispania había formado parte del mundo romano desde finales del siglo III a. C. Poco a poco, la República fue ampliando sus conquistas, hasta terminar de controlar todo el territorio hispánico ya en los días de Augusto, el primer emperador. Hasta el final del Imperio romano occidental, a finales del siglo V d.C., las formas de vida romanas se habían ido imponiendo, y las aristocracias indígenas participaron del proceso y se integraron en Roma. Por ello, lo que se diga sobre lo que ocurrió después tiene que partir de semejante premisa. Las estructuras sociales, económicas y religiosas que el mundo romano había consolidado en Hispania, continuaron tras la propia dominación romana.
Los godos se asentaron primero en Galia y definitivamente en Hispania. Eran, en realidad, una suerte de popurrí de pueblos, una amalgama forjada en las épocas de las migraciones desde el sur de Ucrania, en las mismas regiones que hoy son el escenario de la guerra que asola al país europeo. Allí están documentados en el siglo IV, y desde allí pasaron el Danubio: entraron en el Imperio romano. No fue una invasión, sino un acuerdo.
En el siglo VI instalaron su reino, el regnum Gothorum, en Hispania. Es la época en la que se ambienta la novela «Rey de los godos» (Edhasa), donde el que esto firma intenta conducir al lector sobre la ficción literaria, pero con base histórica. ¿Cómo fue posible que lograra existir durante más de dos siglos? El protagonista es Sergio, un personaje que, en su extrema vejez, escribe unas amargas memorias en las que da cuenta de su vida que, en el fondo, es lo mismo que decir que la construcción del reino godo en Hispania. La clave residió en dos aspectos: la vía militar y los vasos comunicantes en términos sociales y religiosos.
Los godos conocían Hispania desde el siglo V. Durante ese último siglo de existencia del Imperio romano de Occidente, actuaron con frecuencia al servicio de los intereses geoestratégicos de Roma. Por ejemplo, para hacer frente a suevos, vándalos y alanos, otros pueblos bárbaros que se habían infiltrado a comienzos de siglo. Todo esto quiere decir que para inicios del siglo VI conocían muy bien Hispania. Incluso tenían algunas bases militares. Por eso sabían lo que hacían cuando, incapaces de frenar el expansionismo de los Franci (francos, por eso los textos comenzaron a denominar Francia a lo que había sido la Galia), se instalaron definitivamente en Hispania.
La vía militar se fue concretando en las décadas siguientes. Es la época en la que el protagonista de la novela pasa a formar parte del monasterio de Santa Eulalia, en la actual Mérida. Había sido la ciudad más importante de la Hispania tardorromana, sede del vicarius Hispaniarum, algo así como la cabeza visible de la administración romana en la Hispania de los dos últimos siglos del Imperio. El cristianismo se había ido expandiendo en Hispania y, para cuando llegaron los godos, su variante católica era mayoritaria. Poco a poco, los godos fueron controlando territorios en el nordeste, en el centro y en el sur. Pero fue el rey Leovigildo quien pisó el acelerador del expansionismo godo, el verdadero arquitecto del reino. Logró extender el reino hacia casi todos los territorios de Hispania, conquistando el reino de los suevos en el Noroeste.
Las conquistas de Leovigildo cimentaron definitivamente el reino de los godos en Hispania. Además, reforzó sus símbolos de poder, acuñando moneda con su efigie i organizando las leyes. Prepárense porque me temo que les voy a llevar con un cotilleo suculento: Leovigildo hubo de hacer frente a un problema más peculiar. Su hijo Hermenegildo se rebeló contra él desde la actual Sevilla. Se convirtió al catolicismo. Hay que mencionar que los godos eran cristianos, pero en la variante arriana, que negaba la divinidad de Jesucristo. Hermenegildo no estaba solo: su esposa, Ingunda, que pertenecía a las casas reales de la Galia Merovingia pero, además, al linaje de la mismísima Gosvinta, esposa de Leovigildo. Esta última ya había sido reina antes: fue esposa del rey godo Atanagildo. El matrimonio tenía dos hijas, que fueron casadas con reyes merovingios. Una de ellas fue madre de esa Ingunda que se casó con Hermenegildo. Gosvinta se había vuelto a casar, tras la muerte de su primer esposo, con el propio Leovigildo. Hermenegildo y su hermano menor, Recaredo, procedían de otra relación del monarca.
Cuando Recaredo comenzó a gobernar, en 586, la guerra civil estaba aún muy reciente. La conflictividad entre arrianos y católicos se había agravado en los años de Leovigildo, que hostigó a varios obispos católicos, como Masona de Mérida. Este personaje aparece en la novela como amigo de Sergio, el protagonista. No obstante, también hubo algunos vasos comunicantes entre arrianos y católicos. Y finalmente cuajaron en un pacto. Recaredo estuvo a la cabeza de dichos acuerdos. Él mismo se convirtió al catolicismo en 587. La escenificación final de los pactos tuvo lugar en la primavera del año 589 en Toletum, en el concilio III de Toledo, donde el reino de los godos oficializaba la conversión. La nueva simbiosis religiosa entre aristocracias y obispos de tradición romana con los godos fue la base ideológica del reino. Y, con el tiempo, un exemplum ideológico, un anhelo, para las monarquías posteriores.